Con la constitución de 1991 Colombia dejo de ser un estado de derecho y pasó a ser un estado social de derechos. Un estado donde los derechos fundamentales de la población estarían por encima de cualquier otro interés particular. Pero resulta que la realidad es otra, ante las palabras consignadas en la constitución. Desde lo nacional hasta lo territorial, se observa en la percepción de la ciudadanía que hay un choque de trenes entre quienes gobiernan, quienes legislan y sus gobernados.
No hay articulación y armonía en los tres niveles del gobierno y cada uno mira para adentro olvidándose muchas veces del interés general y de su responsabilidad misional. Se observa que no se entienden el presidente de la república y el congreso, muchos gobernadores no se entienden con las asambleas departamentales y en igual medida muchos alcaldes con sus concejales. Es como si estuviéramos viviendo en un estado de cosas inconstitucionales o en un estado fallido muy débil institucionalmente.
Tal y como venía funcionando el estado colombiano desde el nivel central partía el direccionamiento político y estratégico para la gobernanza de la nación y de las regiones. Pero hoy, desde la provincia colombiano se observa solo bloqueos, protestas, inconformidades, paros y muy pocos avances en el cierre de brechas, en combatir la pobreza y en el mejoramiento de la calidad de vida de la población. Se percibe una sociedad deteriorada y frustrada que no haya a quien venderle su capacidad de trabajo y de servicio y su devaluada mano de obra calificada y no calificada.
El pesimismo, la falta de capacidad adquisitiva, la falta de oportunidades dignas y decentes de empleo y la falta de reactivación económica demandan un cambio de actitud y de posición de los que gobiernan y los que legislan. El arte de gobernar es el arte de administrar vidas. Son más de cincuenta millones de vidas, de colombianos expectantes de lo que pueda suceder con las políticas públicas de transformación en el país, para mejorar su calidad de vida y los estándares de desarrollo humano.
Pienso que, el hombre cambia de opinión cuando cambian las circunstancias. Las circunstancias han cambiado, no es lo mismo el hoy, que el ayer. Hoy el ciudadano se encuentra con el ceño fruncido y las manos en la cabeza, pasándola entre los cabellos, mirando lejos y envilecido, porque no se observa una luz al final del túnel. La democracia parece un ring de boxeo donde sus protagonistas han caído en una batalla de egos y de trinos que amenaza con llevarnos al caos, debilitando nuestras instituciones democráticas y olvidándose del interés general.
Hoy parece como si se hubiera perdido el rumbo norte y en vez de pensar y tener en la mente a las próximas generaciones solo se pensará en las próximas elecciones. Debe haber un memorando de entendimiento y punto de equilibrio en la balanza del contrapeso del poder. Alguien tiene que ceder sin entregar lo esencial, pero pensando en el interés general y en el eje poblacional como la dimensión más importante del desarrollo social y económico de un país y sus regiones.
Indudablemente que, en una empresa tan grande y con una estructura organizativa tan compleja como el estado, lo que ocurre arriba donde más se siente es abajo, en el pueblo raso, que es quien vive en carne propia el rigor de las decisiones de quienes lo gobiernan. En regiones de provincia como La Guajira y el Chocó donde campea la pobreza es donde más se siente los hechos recurrentes de confrontación y choque en el país. Es desde los territorios y en las regiones desde donde se debe gobernar a Colombia.
Desde afuera hacia adentro. Desde la periferia hacia el centro es como se recogen las necesidades básicas insatisfechas de nuestro país. La clase política y dirigente debe deponer los ánimos y quitarse los guantes y lo que sea menester por el interés general, hacerlo. Hay que gobernar desde los territorios y salir de los escritorios y despachar desde las regiones y las provincias. A Colombia lo ha venido estrangulando un centralismo asfixiante donde la miopía no le permite ver la inmensidad de árboles que hay detrás del bosque.
La lucha ideológica entre el neoliberalismo y el progresismo debe ser para dejar huellas y ponerse de acuerdo en lo fundamental, que no es otra cosa diferente que transformar vidas y poner por encima del interés particular, el interés general de todos los colombianos.
Rafael Humberto Frías