EL MAESTRO CANTOR

A principio de los años setenta, escuché por primera vez la voz inmortal de Jorge Oñate, interpretaba Bertha Caldera, su interpretación se escuchó diferente a como se venía acostumbrando en el vallenato, por eso para mí era un idilio cada vez que llegaba al billar de mi abuela Kika Pitre en Cañaverales o en cualquier esquina de Fonseca en las que sonaran sus canciones me detenía a escucharlas para luego cantarlas con emoción a todo pulmón, indudablemente eran tantas sensaciones nuevas que se convirtió en mi ídolo; desde esa primera vez que lo escuché no fue difícil  admirar la calidad y potencia de su voz, lo que considero fue su mejor arma para lograr el triunfo; además de la pasión que le imprimía a cada interpretación, pues era apenas cerrar los ojos y se aparecían en la mente las imágenes de los relatos cantados, en un mundo sin televisores o equipos audiovisuales que distorsionaran el mensaje; era fascinante.

La historia del vallenato ha reconocido que esta se dividió en un antes y un después de su aparición como cantante-solista en un mundo liderado por los acordeonistas, sin embargo, no fue fácil esa conquista, pero lo logró; ese muchacho tenía algo que no había hasta ese momento, el rango y potencia que necesitaban las canciones para trascender de lo meramente auditivo a un aspecto más sentimental, sin contar sus excelentes dotes en entonación, sincronización, ritmo, timbre y habilidades vocales como la de poder llegar a notas muy altas o muy bajas, ese era Jorge Oñate, a quien cariñosamente llamaron  “El Ruiseñor del Cesar”.

Yo era el sobrino más orgulloso de Luis Francisco “Geño” Mendoza cuando el artista revelación en los años 70 le grabara la canción Despedida al Festival al lado de los Hermanos López, era un sueño para mi saber que alguien de mi círculo familiar lo conocía, en ese momento se me henchía el pecho de emociones y añoraba algún día que alguna de las melodías que empezaba a silbar y a escribir fuera interpretada por ese gigante de la música, sin embargo, me sentía que aún no era el momento, pues la parrilla de compositores que entregaban a él sus canciones  estaba formada como dirían los gringos por el “Dream Team” de los mejores de siempre Camilo Namen, Armando Zabaleta, Máximo Móvil, Fredy Molina, Leandro Díaz, Emiro Zuleta, Carlos Huertas, Sergio Moya, Santander Durán, Luciano Guyo, Tobías Enrique Pumarejo, Armando Zabaleta, Luis Enrique Martínez, entre otros; allí no había espacio para este pichón.

Además de un estilo propio y una legión de seguidores, el maestro tuvo el talento musical para pararse en los escenarios con una cualidad natural que le permitía trasmitir emociones en sus presentaciones, sus canciones sirvieron para hacernos sentir emociones, revivir otras,  pensar, soñar, divertirnos,  y conectarnos con los demás, estuviesen lejos o cerca; todo esto, a pesar que le tocaba con sus músicos recorrer la extensión de la geografía nacional en carreteables o trochas, sin las comodidades de los servicios de transporte actuales, por eso era más noble sentir conexión con él y su música, pues su pasión lo hacía inmune a esos episodios y la emoción que transmitía eran suficientes para los espectadores.

Mucho tiempo después llegó mi oportunidad, di pasos transcendentales con grandes intérpretes de música vallenata pero aún me hacía falta mi ídolo, era un sueño frustrado aún; apenas Dios me abrió las puertas y tuve la oportunidad le entregué la canción “La Voz de Dios” y aunque sabía la calidad que en su estilo le impondría, nunca imaginé esa ímpetu que le estampó, inmediatamente me dije – Ya no es mía, ahora es de él-; es como si hubiese estado presente en cada letra, en cada frase y en el pentagrama melódico donde navegaba la composición, simplemente hizo magia; fue tal la conexión que a partir de ese momento, me consideró también como su amigo o como me dijo jocosamente varias veces, también eres mi hijo.

Con mucha nostalgia estos últimos días llamo a mi compadre Yeyo Núñez o el inmarcesible Kike Araujo para que me recordar las aventuras y episodios que vivimos con el Jilguero dentro y fuera de los estudios de grabación, pocos como él, un gran amigo; recuerdo como se burlaba de los chistes y los bochinches que le armaban con Diomedes Díaz, Poncho Zuleta o Rafael Orozco, para él eso era parte del folclor, su tiempo lo invertía productivamente en escuchar canciones inéditas que prontamente podrían ser escogidas para su próxima producción; la verdad sea dicha no tuvo presa mala.

Cada gremio o sociedad tiene un grupo más notable, él siempre estuvo en la cúspide por eso muchas veces se le escuchaba un poco engreído cuando lo recordaba, pero es que no era mentiras, fue el primero y el mejor; otros guardan muchas cualidades y virtudes para exaltar, pero es que Jorge Oñate era un artista más allá de lo normal, pues a pesar de todas las situaciones por las que atravesaba aún tenía resistencia física para aguantar los frecuentes ensayos, y también soportar los viajes y las largas actuaciones que generalmente se prolongaban hasta altas horas de la madrugada, desde 1968 a 2021.

El Jilguero tuvo muchos compañeros de formula con quienes hizo pareja musical logrando éxitos y reconocimientos con cada uno de ellos Miguel López, Nelson Díaz, Emiliano Zuleta Díaz, Colacho Mendoza, Raúl «El Chiche» Martínez, Juancho Rois, Álvaro López, Cocha Molina, Julián Rojas, Cristian Camilo Peña Fernando Rangel Molina, Franco Arguelles y Javier Matta son algunos de los escogidos para engalanar con sus notas de acordeón ese canto eterno, claro y fuerte que a muchos nos marcó el alma.

Después vinieron varias canciones que me grabara, pero fueron muchos más los momentos de amigo y de padre musical, ese consejo sabio, pero también burlesco me acompañó por varios años; su recordatorio siempre de anteponer a Dios y a la familia en todos los aspectos, querer a sus amigos y defender lo propio eran su máxima cualidad, pero no podía faltar su conclusión con una expresión graciosa, eso lo puede corroborar uno de sus mejores amigos Álvaro Álvarez, el Triple A.

Maestro Cantor lo llaman hoy las nuevas generaciones, en reconocimiento a su larga trayectoria, pero más allá es necesario que se exalte en lo máximo del folclor su aporte, pues las nuevas generaciones recogen en bandeja de plata los tesoros forjados por ese titán que se enfrentó solo al agreste mundo en el que el papel de este integrante de la agrupación era débil, puso en primer plano esta tendencia, no a la fuerza de la violencia sino que lo  forjó con talento el cual lo condujo al pedestal más grande de la cultura del caribe colombiano, otros lo recuerdan como el precursor de la agrupación vallenata actual y yo lo recuerdo como mi padre musical.

José Manuel “Chema” Moscote

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