Caminando por la vida sin tropiezos memorable fundó el capellán y jefe de milicias españolas Salvador Arias en 1.701 aquella aldea ubicada a orillas de las mansas aguas y blancos arenales del río Cesarí. Era el Macondo encaporao, un estado del alma extasiado en una gente llena de fetiches y quiromancia por la influencia de los gitanos que arribaban a la aldea como salidos de películas de ficción a ganarse la vida.
Así se asentó ese pueblo macondiano con sus cuatro carreras y cuatro calles en sentido perpendicular al río que lo abastecía para el consumo. La ganadería y la agricultura en los años floridos le sirvió de sustento a aquel vividero que era un remanso de paz adornado con porquerizas y trapiches con blancos algodonales. Mujeres hacendosas y hombres laboriosos explotaban el campo y vivían en una comarca sana donde todos eran pobres, pero se querían como en una sola familia.
El pueblo fue creciendo y asomaron con su crecimiento los tropeles y la lengua se fue convirtiendo como en nuestros días en el azote del cuerpo. Pueblo chiquito infierno grande decían algunos. Un pueblo de macondo que no necesitaba periódico porque al mejor estilo de Francisco el hombre que llenaba la plaza con su pregón alrededor de un círculo de curiosos cantando sus noticias, así el chisme rodaba de lengua en lengua por las calles de la aldea con sus dos plazas como una pimienta picante y ají cimarrón. Los secretos eran de a voces y los amplificaban como una tumba con parlantes.
Así nació San Tropel, con una extensa y vasta ruralidad y una arraigada cultura espiritual amainada por los sermones del padre pio quinto, único que alineaba su feligresía como buen pastor del amor. Las calles destapadas y polvorientas con la trilla del ganado y los arreboles de la tarde hacían más sonoro el canto de las aves silvestres de aquel pueblo que se erguía como de la realeza de oriente por sus lindas mujeres con cabelleras azabaches y ojos verdes y azules, producto de su sancocho racial. Alrededor de la aldea con sus primeros asentamientos, comenzó a crecer aquel pueblo con sentido urbanístico partiendo de las torres morunas de su iglesia con sus majestuosos campanarios donde el pueblo raso se fue ubicando en los alrededores y la periferia del mismo.
El pueblo fue administrado por los más eminentes e ilustrados de la sociedad que Vivian alrededor de su plaza republicana donde construyeron el palacio municipal y estaba el único templo del pueblo. La dirigencia política se alternaba el turno del poder y el pueblo solo votaba por sus patrones o los que estos le indicaban. Pero comenzó a surgir una vertiente liberal y progresista liderada por jóvenes con arraigo popular que cambiaron la historia de la aldea macondiana. Así se reflejó en esta comarca el frente nacional a ligeros pincelazos como una guerra política entre conservadores y liberales que se replicó en todo el territorio nacional como la ola política de la época.
Luego aquella población fue creciendo ordenadamente con un aspecto urbanístico que indicaba como pensaba su gente, con gran sentido del orden y con mansiones y casaquintas imponentes que le daban un porte señorial. Diez calles y diez carreras inicialmente fueron su punto de partida al alzarse como municipio emprendedor y pujante con un aeropuerto, un instituto de formación técnica y una Normal de señoritas con amplias avenidas al mejor estilo de ciudades intermedias. El padre Pio Quinto, gran pastor del amor con un siglo de historia, dejó como herencia los nombres bíblicos de la población y una gran cultura espiritual.
Vino entonces la era de la música procedente del campo, con caja, guacharaca y acordeón describiendo con realismo mágico los encantos y la fascinación de la naturaleza y la mujer. Así se convirtió este rinconcito macondiano en la tierra de reinas y compositores y hoy cuenta esta cuna incomparable con el natalicio de más de cien de ellos que le han cantado a la vida y al amor y han hecho de la vida una canción. Hoy este territorio rodeado de ecosistemas montañosos entre la sierra nevada y el Perijá y bañado por los hermosos valles del río Cesar y Ranchería, se llama San Juan del Cesar.
Un municipio multiétnico y pluricultural con 324 años de historia, con 56.000 habitantes y un altísimo potencial rural, agropecuario, turístico, energético y cultural, con más de quince mil víctimas del conflicto.
Rafael Humberto Frías