En su aclamado libro Por qué fracasan los países, Daron Acemoglu y James A. Robinson quien recientemente recibió el Premio Nobel de Economía proponen una tesis fundamental: los países fracasan no por su geografía, cultura, ignorancia o circunstancias temporales, sino por la naturaleza de sus instituciones. La historia ha demostrado que las naciones con instituciones inclusivas prosperan, mientras que aquellas con instituciones extractivas se estancan en la pobreza, la desigualdad y la corrupción. Esta tesis es dolorosamente relevante para regiones como La Guajira y, en particular, mi capital, Riohacha.
La Guajira es una tierra de inmensa riqueza natural: carbón, gas, viento para energía eólica y un valioso patrimonio cultural, en particular el de las comunidades indígenas Wayúu. Sin embargo, es también una de las regiones más pobres y subdesarrolladas de Colombia. Esto no es coincidencia ni mala suerte. Según el marco que ofrecen Acemoglu y Robinson, La Guajira está atrapada en un ciclo de instituciones extractivas que han permitido que una élite política y económica controle los recursos, perpetuando la desigualdad y el abandono del resto de la población. La corrupción, el mal manejo de las regalías y la falta de acceso a servicios básicos son síntomas de este sistema fallido.
Un ejemplo emblemático es la mala gestión del agua en Riohacha. A pesar de las millonarias regalías que han fluido hacia la región, los ciudadanos aún sufren por la falta de agua potable. La administración de estos recursos se ha visto contaminada por la corrupción y la ineficiencia, mientras las instituciones responsables han fallado en su deber de servir al bienestar colectivo. Este es un claro ejemplo de cómo las instituciones extractivas han fracasado en transformar la riqueza de la región en bienestar para su gente.
Robinson, en su reciente discurso al recibir el Nobel, destacó la importancia de instituciones que distribuyan el poder de manera equitativa y fomenten la participación ciudadana. En La Guajira, hemos visto lo contrario: una concentración de poder en manos de unos pocos, mientras la mayoría de la población queda excluida de las decisiones que afectan sus vidas. Las instituciones extractivas aquí no solo han fracasado en generar desarrollo; han permitido que los recursos de la región se desvíen hacia intereses privados, dejando al pueblo en la miseria.
El fracaso de La Guajira no es un destino inevitable. Robinson y Acemoglu nos recuerdan que el cambio es posible cuando las instituciones inclusivas reemplazan a las extractivas. Para Riohacha y La Guajira, esto significa que debemos transformar nuestras instituciones locales. Necesitamos una administración que promueva la participación ciudadana real, que distribuya los recursos de manera equitativa y que priorice el bienestar común sobre los intereses de unos pocos.
El primer paso es implantar la cultura de la transparencia, no solo a nivel legal, sino también a nivel estructural, reformando las instituciones que permiten que esta prospere.
La falta de infraestructura básica en La Guajira, como el acceso al agua potable o la energía eléctrica, no es simplemente una consecuencia de la geografía o del clima árido. Es un síntoma de instituciones que no han hecho su trabajo. Riohacha necesita líderes que comprendan que su éxito como ciudad no depende solo de las inversiones a corto plazo o de promesas electorales, sino de la construcción de instituciones que funcionen para todos. No podemos seguir permitiendo que las riquezas naturales se utilicen para el enriquecimiento de unos pocos mientras la mayoría de la población sigue atrapada en la pobreza.
La clave del desarrollo, como nos enseñan Acemoglu y Robinson, radica en crear un sistema de instituciones inclusivas que permita la participación de todos y que garantice que los recursos se utilicen de manera equitativa. Para La Guajira, esto significa que los ciudadanos deben ser parte activa en la toma de decisiones y en la gestión de los recursos. La única manera de romper con este ciclo de fracaso es construyendo un sistema más justo y transparente.
El mensaje de Robinson es claro: sin instituciones inclusivas que promuevan el bienestar de todos, no hay progreso posible. Si Colombia y regiones como La Guajira desean romper con el ciclo de pobreza y subdesarrollo, deben crear un sistema de gobernanza que fomente la participación, la equidad y la transparencia. Solo de esta manera, Riohacha y su gente podrán dejar atrás la soledad institucional y avanzar hacia un futuro más justo y próspero.
En este proceso, la comunidad de Riohacha y La Guajira debe asumir un rol más activo. No pueden conformarse con la realidad actual; es necesario que los ciudadanos se organicen y exijan líderes que representen sus intereses. La participación ciudadana es fundamental para cambiar el curso de una región que ha sido víctima de la negligencia y el abandono.
Para cerrar esta reflexión, quiero dejarles una parábola que refleja nuestra realidad:
En una comunidad, los habitantes construyeron un granero para almacenar sus cosechas, pero año tras año, el grano desaparecía, robado por los mismos guardianes que debían protegerlo. Los aldeanos, resignados, aceptaron el robo como algo inevitable, convencidos de que todos los guardianes eran ladrones. Así, con el tiempo, perdieron la esperanza de prosperar.
Hasta que un día, una joven líder se levantó y les dijo que, si no cambiaban la forma en que protegían el granero y elegían con sabiduría a sus guardianes, nunca progresarían. Inspirados por esa visión, la comunidad se organizó, vigiló su granero de manera colectiva, y eligió guardianes justos y transparentes que garantizaron que los recursos se usaran de forma equitativa. En la siguiente temporada, la aldea prosperó como nunca antes.
Así como esa aldea, es hora de que los guajiros tomemos control de nuestro propio «granero». Solo cuando nos unamos, exijamos líderes transparentes y comprometidos, y protejamos nuestros recursos con la participación de todos, veremos florecer el futuro que merecemos. Dejemos atrás la resignación y abracemos la posibilidad del cambio.
Juana Cordero Moscote
Muy importante, tu columna, estimada Juana. Se requieren instituciones que respondan a los intereses de las comunidades, indudablemente.
También creo que hay otro ingrediente bien importante, que tiene que ver con las políticas económicas, el modo de producción y las relaciones sociales, que en Colombia ha llevado a una creación de riqueza muy pequeña, de $6.600 dólares per cápita al año. Lo que requiere nuestro querido y sufrido país es una vigorosa producción de más riqueza, en los sectores principales de la industria y el agro, como los demuestran los países desarrollados, que, por eso mismo, crean riqueza de $40.000 y más dólares per cápita al año.
Lo que impide que esto sucede en Colombia son las políticas económicas de libre comercio, de TLC, que aherrojan el progreso nacional y nos impiden producir nuestros alimentos y bienes industriales, para que se los compremos a las grandes potencias.
El fracaso principal de Petro es que incumplió su programa de «renegociar el TLC con Estados Unidos» y de seguir importando más de 15 millones de toneladas de alimentos anuales, que antes los producían nuestros campesinos y empresarios, lo mismo que seguir importando los bienes industriales.
Seguimos como en la colonia española, exportando bienes agrícolas sin procesar y materias primas.
En conclusión, necesitamos soberanía económica, para crear más riqueza, e instituciones modernas correspondientes.