El SÍNDROME DE HYBRIS: LA ENFERMEDAD DEL PODER

La semana pasada, la escritora y periodista española Irene Vallejo escribió una columna en el diario El País donde puso el dedo en la llaga de la embriaguez del poder y sus manifestaciones singulares. Vallejo mencionó la forma ciega en la cual elegimos a nuestros gobernantes esperando que ellos “cambien la realidad” que nos agobia y a cambio recibimos la bofetada de una crudeza nada plausible: son ellos los que cambian. Asegura, además, que la metamorfosis de los políticos en el ejercicio del poder es un panal elaborado por un enjambre de oportunistas, arribistas y aduladores, que puede considerarse como una enfermedad profesional, propia del oficio de nuestros semidioses redentores. Para demostrarlo, Irene cita a un neurólogo y exministro inglés, quien con sapiencia determinó varios síntomas del llamado Síndrome de Hybris o la enfermedad del poder: “alejamiento de la realidad, exceso de confianza, lenguaje mesiánico, convencimiento de estar en la senda de la verdad y no tener que rendir cuentas ante la opinión pública sino ante la Historia con mayúscula”.

El síndrome tiene su origen en la mitología griega, y se manifestaba como una tragedia escenificada secuencialmente por el circulo diabólico del poder: la soberbia, la ceguera, el error fatal y la caída. En síntesis, los griegos la describían como una “pasión violenta inspirada por la diosa obcecación (Ate), que arrastraba a los héroes y los poderosos a avasallar al prójimo. Atropellos que al final terminaban siendo castigados por otra diosa, Némesis, encargada de restablecer el equilibrio vengando a los agraviados”. Agraviados, que en el escenario político peninsular están representados por miles de votantes esperanzados en las promesas y juramentos proferidos por los reyes del timo en un carnaval plagado de lujuria electoral y la ambición desmesurada, temeraria e insolente de los gobernantes y su círculo más cercano. Un círculo que se encarga de trazar, a petición tácita y complaciente del personaje, los radios de su desgracia: ineptitud, rencor, caprichos despóticos, prepotencia y autosatisfacción desmesurada.

Según el neurólogo David Orwen “las presiones y la responsabilidad que conlleva el poder termina afectando la mente al gobernante y toma decisiones por su cuenta, sin consultar, porque piensan que sus ideas son correctas”. Por otra parte, el psiquiatra Alejando Madrigal ha mencionado que, “tras un tiempo en el poder, los afectados por el Hybris padecen lo que psicopatológicamente se llama desarrollo paranoide. Todo el que se opone a él o a sus ideas son sus enemigos personales, que responden a envidias”.

La etapa final de la enfermedad es la “caída en desgracia”. En los políticos se concreta en la derrota electoral, situación que desemboca en un cuadro depresivo y sus consecuencias alocadas. De todas formas, siempre es menester tener presente que la mejor cura para el síndrome de Hybris es darse de vez en cuando un baño de modestia y restregarse la curtiembre de la arrogancia con el estropajo de la sensatez. Conviene entonces, que los de los nuevos aspirantes de los cargos de elección popular a nivel regional y local tengan en la cabeza una cita atribuida a Eurípides: “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”. Si ignoran este sabio consejo, se verán abocados a sufrir de esta enfermedad y se perderán, como buenos mucos, en el “infinito del junco” de su fracaso.

 

Arcesio Romero Pérez

Escritor afrocaribeño

Miembro de la organización de base NARP ASOMALAWI

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