Le es atribuible al gran Jorge Luis Borges el siguiente pensamiento: “El tiempo no se puede medir en días como se mide el dinero en pesos y centavos, porque todos los pesos son iguales, mientras que cada día, tal vez cada hora, es diferente”. La relatividad en la expresión de estas dos variables, tiempo y dinero, de manera adimensional, delimitada por la inicua perspectiva del valor y sus derivaciones, nos lleva a contemplar las aristas de este símil borgiano. El dinero, medio de cambio y de valor, transaccional y satisfactor por definición, está sujeto a la variabilidad del mercado y a la línea de su compañero, el tiempo. Se dice que lo puede comprar todo, hasta lo inmaterialmente costoso y lo valerosamente indefinible y esquivo a lo mercantil. Sin embargo, perece ante los caprichos de la conversión, a la aceptación de las partes y a su disponibilidad como medio de pago en diferentes formas (efectivo, plástico, virtual o etéreo).
Lo pude comprar casi todo, menos los placeres benditos del hombre pleno. El tiempo, en cambio, viaja atado a la velocidad de lo implacable, a la rotación y traslación de la existencia, está sujeto a la mirada crítica de la historia y al lamento de la procrastinación. Sus calendarios son testigos del trasegar; y sus “sencillos” compañeros -días, horas y segundos- son jueces del presente. Y a pesar de poseer identidad y valoración propia en cada individuo, su divisibilidad no puede ser medida como transacción en ningún mercado, ni puede ser sujeto de acuñamiento o atesoramiento; solo, en pocas ocasiones, se considera símbolo de ahorro y manifiesto de riqueza material o espiritual. En fin, o en breve como diría en afanoso, el tiempo no se puede monetizar, no es de considerarse medida de valor como su compañero el dinero. Sin embargo, y a expensas de revelar una dependencia manifiesta, el dinero si se rige por el paso del tiempo y su expresiva musicalidad. Una musicalidad cuyos acordes y tonadas reciben caprichosas entonaciones semánticas: beneficios, intereses, utilidades, portafolios, futuros, entre otros.
En los diversos campos de la academia, y por supuesto en lo económico y político, se puede afirmar, de forma axiomática la frase famosa de Benjamín Franklin: “tiempo es dinero, pero el dinero no es tiempo”. Pues, más que una metáfora o una consigna, pretende dar significancia a lo supremo, a la vida, al considerar incluso, que las “emociones y sentimientos asociadas con nuestras vidas” son dinero, y como tal deben ser invertidas de acuerdo a la ecuación costo-beneficio. Es decir, se monetiza el tiempo en función de la vida. Por otra parte, Pedro Cornejo, considera que “una vida económicamente improductiva es una “pérdida de tiempo”, una vida inútil, sin sentido y profundamente inmoral”. Y en efecto, de acuerdo a la ética protestante, el éxito económico es la señal por excelencia de la existencia del individuo y la futura salvación de su alma. De allí, que, en la lógica economía de lo sublime, se superponga el dinero sobre el tiempo y represente mayor preocupación para el hombre, pues, su disfrute de la eternidad estará en función de la abundancia terrenal y sus riquezas. A tal punto llega esa consideración religiosa y económica, que en la modernidad se considera el dinero como el demiurgo superior, el alma universal y “el principio ordenador de todos los elementos preexistentes en la tierra”.
Nos preguntamos entonces, ¿Será capaz el tiempo de superar este pensamiento y convertirse en el nuevo “patrón oro” de la existencia humana? La repuesta depende de todos y no del capitalismo humano en cual navegamos embestidos por el oleaje de las tormentas tropicales producidas por unas variables económicas controladas por manos invisibles y las cotizaciones asimétricas de los mercados. En este escenario, podrán los días y horas adquirir mayor valoración en la bolsa de valores de la vida y atesorar las virtudes del hombre, en detrimento de la ingeniería económica que solo “usa” al tiempo como factor multiplicador de lo artificial y fungible.
El día que los relojes del mundo midan las riquezas interiores y no sirvan, con su comportamiento pendular, como implacables jueces de la estandarización y la programación de la vida, la vida no solo lo tendrá mayor sentido, sino mayor valor y su riqueza podrá ser valorada en forma justa por una comunidad que cegada por los símbolos y signos del instrumento rige su destino por los segundos, minutos y días del dinero. Porque como dijo Cioran: “la vida es un lazo atado incorrectamente”. Si, un lazo atado a las bitas de los muelles de la vida con la variable equivocada y los nudos maltrechos por la implacabilidad del verdadero regidor, el tiempo.
Arcesio Romero Pérez
Escritor afrocaribeño
Miembro de la organización de base NARP ASOMALAWI