Si tuviera que contar las veces que he sentido arrugado el corazón, por situaciones dolorosas que he visto en medio de esta pandemia, serian muchas las historias por contar; pero en especial me marcó una de ellas, por la manera en la que sucedió o por mi cercanía con quienes vivieron la amarga experiencia.
Recuerdo desde que tengo uso de razón, visitar la casa de unos de mis tíos maternos en Riohacha La Guajira, de esas vacaciones y estadías, tengo clara en mi mente la dulce sonrisa de la mujer que vivía al lado de la casa, siempre sentí en ella mucha nobleza, era muy dulce, trabajadora y especial con mi tío y con los que llegaban a visitarla, en todos los años que volvía a esa casa, nuestro lazo se estrechaba más con aquella noble mujer que llegó a querernos como a su familia, igual lo hicimos nosotros. Fue allí donde entendí, que no solo llevar la misma sangre te lleva a amar a alguien, también entendí que hay amigos que se pueden considerar hermanos, pero sobre todo entendí que la nobleza, el servicio y el amor real, marcan más nuestro corazón, que los agravios.
Hace más de una semana y después de mucho tiempo sin volver a Riohacha, me enteré, que de manera fulminante y sin tiempo a despedirse, aquella mujer de corazón noble había partido para siempre. Jamás imaginé llorar con tanto dolor y en este tiempo a esa recordada dama. Todos en su familia sufrieron y sufren en gran manera, se fue sin abrazos, sin previo aviso y nos dejó atónitos. Y como si fuera poco, su amado esposo y compañero, quién pasó la primera noche sin ella en interminables lamentos, el hombre que la amó sin contemplaciones hasta el último día de su vida, afligido, melancólico y destrozado, lloró amargamente a su mujer, sollozando como niño confundido por los cambios repentinos de la vida. En medio de tantas preguntas y dolor, no soportó y los vacíos de su alma y corazón decidieron llevarlo junto a ella, para seguir viviendo en la eternidad, el amor de diferentes matices, así como lo hicieron en vida. Se fueron juntos, no los mató el amor, los unió el amor hasta la muerte.
Luego de este triste suceso quedaron muchas preguntas en mi mente y comencé a analizar las maneras en las que vivimos el amor en estos tiempos. Puedo notar que el amor verdadero no necesita de rostros, ni apariencias, porque los límites de los abrazos, el uso de tapabocas y los demás protocolos de aislamiento, nos han llevado a experimentar otras maneras de amar y de demostrarlo, quizás más real y de manera más profunda. ¿Cómo demuestras amor sin abrazos? ¿Cómo demuestras afecto sin cercanía? Los tapabocas esconden nuestro rostro, pero nunca el corazón.
Esta pareja me llevó a pensar, que lo que dejamos en los demás es lo que entregamos desde el alma y podrán pasar muchos años, pero de ellos siempre recordaré lo que me brindaron; amor, sonrisas, amabilidad y nobleza. “Somos y siempre seremos los que dejamos en otros” y creo que hoy, aun en medio del dolor, sus hijos y familiares, deben sentir orgullo, por los seres tan amados que los dos fueron en vida y las huellas hermosas e imborrables que dejaron en los demás.
Qué bonito es ser testimonio de amor en la sociedad, que gratificante es vivir el amor sin limitaciones, porque al final el amor es lo único que nos salva, el amor es lo único que nos limpia y nos liberta.
Por eso mi querido lector, critica menos, alienta más, lastima menos, ayuda más, humilla menos, valora más, la mayoría de nosotros no contamos con la dicha de poder partir junto a quien amamos, a la gran mayoría nos toca afrontar perdidas y lo único que nos alienta en medio del dolor, es saber que hicimos lo correcto con esas personas, es saber que les amamos y se llevaron en sus corazones lo mejor de nosotros. Que el tapabocas y las medidas de aislamiento, no te hagan olvidar las diferentes maneras de amar, porque tal vez mañana alguien que amas, podría marcharse sin que te haya dado tiempo de demostrar que lo(a) amaste. Margoth y Ángel, me enseñaron que el amor no mata, el amor nos une hasta la muerte.
Jaimelis Foseca Sierra
Comunicadora Social