Cada 9 de abril, el país conmemora dos momentos que marcaron su historia: el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948 (hecho que desató el Bogotazo) y el Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas del Conflicto Armado. Estos eventos están profundamente conectados por una misma razón: la violencia histórica que ha desgarrado a nuestro país.
El asesinato de Gaitán no solo fue el fin de una esperanza política popular para la época; fue el inicio simbólico de una violencia que ha mutado en formas, actores y causas, pero que nunca ha cesado del todo. El Bogotazo no fue solo una explosión de ira: fue el grito inconforme de una ciudadanía que ya no creía en la política.
Hoy seguimos contando víctimas. Son más de nueve millones los colombianos reconocidos oficialmente como víctimas del conflicto armado: mujeres desplazadas, niños reclutados, líderes asesinados, pueblos afectados.
Este 9 de abril pensé mucho en mi familia, víctima del conflicto en la época de los noventa. Recordé esas historias que mi mamá me contó en su momento, sobre cómo vivían los enfrentamientos en las estribaciones de la Serranía del Perijá, arriba de mi pueblo natal, Fonseca. Quienes, a mitad de la noche, en medio de la fría y nublada serranía, apoderados por el miedo, les tocaba salir de la finca buscando resguardar sus vidas en medio de las balas. Quise dejarlo plasmado en las líneas de esta columna, en solidaridad y reconocimiento con ellos y con todas las víctimas.
Pero hoy la violencia sigue presente en muchas regiones del país. ¿Qué hemos aprendido?
La Ley 1448 de 2011 fue un paso necesario hacia el reconocimiento y la reparación. A más de una década de su implementación, muchas víctimas siguen esperando. Según datos de la Unidad para las Víctimas, hasta abril de 2024, de las 9.681.288 personas inscritas en el Registro Único de Víctimas, 1.460.771 han sido resarcidas mediante 1.563.672 indemnizaciones: solo el 16 % de las víctimas.
El Día de las Víctimas no debe ser solo una fecha de discursos. Debe ser un llamado a mirar de frente nuestra historia y a asumir responsabilidades. La memoria no puede ser selectiva, ni manipulada. Recordar a cada víctima del conflicto es un acto de dignidad y resistencia. Porque sin memoria, no hay justicia. Y sin justicia, no hay paz.
Hoy más que nunca necesitamos construir una Colombia que repare, que escuche, que reconozca. Que entienda que la paz es el respeto a la vida, a la diferencia y a la verdad. Garantías de justicia, memoria y no repetición. ¡No son números: son personas!
Jazen Suarez