EN QUÉ QUEDAMOS “MÚSICA VALLENATA O DE ACORDEÓN” PARTE 1

“Me lleva él o me lo llevo Yo”

(Emiliano Antonio Zuleta Baquero)

Rememorando a los juglares  Vallenatos que sin conocerse y con la sola referencia que en “ tal caserío hay un músico y su obra ya empieza a ser comentada”, quiero dirigirme a los aportes expresados por diversos autores reconocidos en el libro “ Mochuelos Cantores de los Montes de Maria la Alta ” del filósofo Numas Armando Gil Olivera, en donde además de hacer un análisis sociológico de esa región Caribeña, recoge de viva voz, las expresiones de dos creadores de la cultura musical colombiana como lo son Adolfo Rafael Pacheco Anillo y Ramón Vargas Tapia ( Q.E.P.D . )

En el prólogo del reconocido periodista y escritor, amante del tema  Vallenato, Daniel Samper Pizano, plantea que a través de esa investigación, se obtiene el propósito de reivindicar todo el aporte hecho a la cultura musical vallenata, del hombre de las sabanas del Bolívar  grande, o sea Bolívar, Sucre y Córdoba,  cuando dice “en el flamante mundo de la Vallenatología es la reivindicación del llamado vallenato sabanero, denominación que más propiamente corresponde a la música de acordeón de las sabanas del antiguo departamento de Bolívar, San Jacinto y los Montes de María”, situación que no es cierta, debido a que la obra notoria de Adolfo Pacheco Anillo, ha sido propagada y querida, en las voces de nuestros más reconocidos cantores e intérpretes vallenatos, sumado al hecho relevante, que cada vez que éste personaje está dentro o fuera del Festival de la leyenda Vallenata o una delegación de esa región caribeña concursa en el mismo, el tratamiento de nosotros como buenos anfitriones, no ha dejado algo que desear frente a ellos. Esto se lo ha ganado el creador Pacheco Anillo con sus canciones que son vallenatas y el don de gente que posee, que también cuenta al final de un resumen de cualquier actividad, que asuma el ser humano.

Luego interpreta, la postura del escritor Gil Olivera, que toma como referente especial una obra de Adolfo Pacheco Anillo, titulada “La Diferencia”, “el canto contrasta la actitud abierta, conciliadora de los músicos sabaneros que interpretan tanto los aires vallenatos como los de su región, con la actitud despótica de los vallenatos que se dedican de manera exclusiva y excluyente a cuatro ritmos canónicos: paseo, merengue, puya y son”. Y remata diciendo, “Así de caliente están las cosas”.  Pero el prologuista, va más allá cuando reafirma, “son páginas que contribuyen a consolidar el alegato cultural de esta rica región, a cuyos aportes musicales aún no se les ha hecho justicia”. Termina depositando en “los verdaderos amantes del vallenato –entre los cuales hay muchísimos oriundos de Valledupar y Cesar – ven con entusiasmo y alegría el “destape” de la música de acordeón bolivarense”, una responsabilidad que está desde hace mucho tiempo, manifiesta y ampliamente satisfecha en cada uno de los aportes realizados por estas dos regiones del Caribe colombiano.

No he podido entender a estas alturas, por qué ese “continuo alegato cultural” del que habla Daniel Samper Pizano. Máxime que “El Porro”, “La Cumbia”, “El Merecumbé” y “La Gaita” han recibido en justicia, un reconocimiento nacional e internacional, como ritmos ancestrales de nuestro país y de esa región caribeña. Si no es así, qué podríamos aportar nosotros para que ello ocurra?, o dónde está la labor no solo discográfica sino tesonera de tantos valores que hicieron de esos ritmos toda una industria cultural?, dónde quedó  lo aportado por “ Los Corraleros del Majagual”, “Gaiteros de San Jacinto”, “Rufo Garrido”, “Pedro Laza y sus Pelayeros”, las Orquestas “ Fuentes” y “Sonolux”, “Lucho Bermúdez”, “Pello Torres y los Diablos del Ritmo”, “Petrona Martínez”, “Totó la Momposina”, sumado a las incontables orquestas y bandas, hechas por hombres, que atesoraron su labor, bajo el lema del deber cumplido.

Por fortuna y eso debido al Festival de la Leyenda Vallenata, nosotros nos hemos dedicado a defender los cuatros ritmos que nuestros ancestros crearon como es el Paseo, Son, Merengue y Puya. Por ellos, hemos sido conocidos en el ámbito musical de Colombia y el extranjero.

Siempre consideró CONSUELO ARAÙJONOGUERA, no por capricho o maledicencia folclórica como ha sido malinterpretado, es más, así lo dejó entrever en su libro “Vallenatología”, que existían en diversos puntos de la geografía caribeña, varias expresiones del Vallenato. Por razones muy personales, producto de su investigación y un sentido común que siempre le acompañó, no dejó de comentar el deber que existía en cada uno de nosotros frente a su protección, divulgación y cuido, para que los elementos citadinos que se veían venir, no desviaran su fuerza narrativa y poética. Y por ello, llegó a visionar que esta música cubriría a todo el país, como ha ocurrido. Habló de las “escuelas” al interior de esta muestra cultural, las que hoy día, fundamentado en la ciencia, tendrían una mejor explicación, ya que ella sin ser etnomusicóloga, socióloga o antropóloga, veía una ruptura de estilos en cada una de las regiones, que a veces sobrepasaban razones étnicas, de entornos y generacionales, en cada uno de los focos de esa música que emergía con gran fuerza.

Como a muchos les ha frenado su norte crítico esto de la “clasificación”, con el permiso de su creadora Consuelo Araujo Noguera, no hablemos de ello y enfoquemos la discusión en la variedad de “estilos” que posee el creador nuestro. Otro de los elementos rescatables del aporte de “La Cacica”, a la cultura vallenata, es que, a través del Festival, más de un creador se despertó y expuso su talento, para hacerse conocer o reeditar su trayectoria ya lograda. A estas alturas, no he podido encontrar los elementos excluyentes y arbitrarios que haya usado ella, para arrinconar las capacidades musicales de los concursantes de esa querida región sabanera. Si existen, me gustaría conocerlos y si hay lugar a debate estoy dispuesto a hacerlo.

Del libro “Mochuelos Cantores De Los Montes De Maria La Alta”, es rescatable la rica y variada sociología que plantea su autor, sobre esa hermosa región del Caribe Colombiano y que compromete a ésta y futuras generaciones a defender y encontrar con ahínco, las causas, consecuencias y posibles soluciones al mal social, político, cultural y económico que padece Colombia y, por ende, esa bucólica tierra. Ya en el plano musical, hace uso de las voces, más que autorizadas de Adolfo Pacheco Anillo y Ramón Vargas Tapia, para cubrir de trazos y versos musicales a una región que por ancestro es melodía. Dejan entrever los mismos, las influencias recibidas en asuntos de “tejer mochilas” como también en lo de musicalizar sentimientos. Por ello, no es raro hallar un profundo vínculo entre la “chuana” o gaita San Jacintera, “el Chicote” de nuestros ancestros en Atanquez – Cesar – y “los decimeros” de Lagunita y la Sierra de los Brito, cerca de Barrancas – Guajira -. ¿Qué nos reafirma esto?, que no somos tan distintos, pero tampoco iguales. Ese es uno de nuestro mayor valor agregado.

Muchos censuran la postura de “LA CACICA” frente a la protección y proyección del Festival de la Leyenda Vallenata y de nuestra música. Sin entrar en defensa de nuestra querida e inolvidable mujer de la cultura popular, ya que ella, a través de su talante e inteligencia supo hacerlo, no comparto, más si respeto, la postura del cantautor Adolfo Pacheco Anillo, que en la página 63 expone lo siguiente: “pero en el festival lo derrotaron. ¡Ñerda! Que frustración tan grande. Lo derrotaron porque Consuelo Araujo quería demostrarle a la gente que eso era de ellos; que el vallenato era de Valledupar, de la provincia de Padilla, y que de ahí se exportó al Magdalena y a la sabana. Ella no quería que le quitaran eso; siempre fue una mujer de pensamiento muy egocéntrico, muy yoísta. Ella hizo su libro y su festival. El festival fue creación de García Márquez; después López Michelsen la respaldó. Entonces ella lo dividió: el vallenato vallenato; el vallenato bajero y el vallenato sabanero. Al principio ella se confundía con el festival. Le puso al músico “Colacho” Mendoza, porque “Colacho” no estaba en la misma nota de Landeros; quería que estuvieran los dos, para sacar al sabanero; para demostrar que lo sabanero era inferior a lo de allá, del Valle de Upar, donde estaban los mejores ejecutores del Acordeón. Eso lo hizo también en el primer festival, cuando Emiliano y Alejo Durán se enfrentaron. El que iba a ganar era el viejo Emiliano, y eso lo hizo difundir así en el Valle de Upar, a pesar de que el viejo Emiliano había pasado ya su mejor época y Alejo Duran estaba en su apogeo. Pero fue tanta la superioridad de Alejo que los jurados debieron bajar la cabeza ante el acordeón del negro”.

Es necesario precisar y corregir varias situaciones planteadas por nuestro admirado creador. Todo concurso, ya sea de belleza, literario o musical tiene sus reglamentos o parámetros que al final rigen o modelan el temperamento de quienes se someten a él. En el caso que nos corresponde, debo decirle que es un tema que no tiene ninguna justificación por parte de los habitantes de la sabana, porque conociendo a Nicolás Mendoza Daza, jamás se prestaría para ser utilizado en su momento o en la actualidad, de comodín por Consuelo Araujo Noguera u otra persona, para salir de ganador en un concurso tan exigente como es el nuestro.  Con el respeto que merece aún después de muerto Andrés Gregorio Landero Guerra y sumado todo su palmarés, se dio una serie de factores musicales que incidieron en el resultado. Entre ellos, el respaldo en la Caja de Rodolfo Castilla y la Guacharaca de Adán Montero, situación que no tuvo el representante de la Sabana. En la ejecución de la Puya, cuando Nicolás Mendoza Daza interpretó “Cuando el Tigre está en la Cueva” de Juan Muñoz Mejía, se notó profusamente la diferencia con Andrés Landero Guerra que terminó “Fandangueando” su puya. Es más, muchos argumentaron que Nicolás Mendoza Daza era un músico de la élite vallenata, que era muy poco su recorrido artístico.

Tamaño despropósito, ya que, en ese instante, tenía un trabajo de más quince años, entre grabaciones cantando y tocando o acompañado por otros cantantes, entre ellos, Isaac Carrillo Vega. Y si fue después, con el sonado “Rey de Reyes”, que más le podían pedir sus detractores, si venía de triunfar con todas las voces más premiadas del Vallenato, Jorge Oñate, Alfonso Zuleta, Carlos Lleras Araujo, Diomedes Díaz y Silvio Brito. Si a esto le sumamos, la gallarda postura de Gilberto Alejandro Durán Díaz, cuando reconoció sus yerros en la ejecución del acordeón. No hay razón alguna, para desconocer el valor artístico y ante todo moral, de un hombre como Nicolás Elías Mendoza Daza. Ahora, en lo relacionado a la postura personal de Consuelo Araujo Noguera, considerada por muchos, entre ellos, Adolfo Pacheco Anillo, de “Egocéntrica” y “Yoista”, que no, es más, que el resultado de su estilo tan peculiar que a “cierta gente” no le gustaba. Era eso, su “estilo”, que pocos llegaron a descifrar y quienes lo logramos, tuvimos amiga y crítica, sin perder la esencia inmensa de su amistad. Si ella, no asume esa defensa, por el solo hecho de tener al frente una cultura tan machista como la nuestra, en lo relacionado con la gestación, nacimiento, crianza y darle su mayor estatus, el Festival de la Leyenda Vallenata, ¿Dónde estaría?

Félix Carrillo Hinojosa

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