Cada año, con la llegada de los meses entre marzo y agosto, La Guajira vive una realidad cada vez más severa: el intenso incremento de las temperaturas. Lo que antes se conocía como “temporada seca” o “época de calor” ha dejado de ser un fenómeno estacional para convertirse en una emergencia climática prolongada, con consecuencias profundas en la salud, la economía, el acceso al agua y la calidad de vida de sus habitantes.
Según datos del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (IDEAM), en marzo de 2025 se registraron temperaturas máximas de hasta 45°C en Uribia, 43°C en Riohacha y 41°C en zonas de Manaure y El Banco. Estas cifras no solo superan los promedios históricos, sino que entran en el rango de peligro extremo para la salud humana, especialmente en poblaciones vulnerables como niños, adultos mayores y personas con enfermedades crónicas.
La Guajira, por su ubicación geográfica —península al norte del país, con amplias zonas áridas y semiáridas—, es una de las regiones más afectadas por el cambio climático en Colombia. Un informe del Banco Mundial (2023) la identifica como una de las cinco zonas más vulnerables del país frente al calentamiento global, con proyecciones de aumento de temperatura de hasta 2,5°C adicionales para 2050, si no se implementan medidas de mitigación y adaptación.
Frente a este escenario, es urgente que las autoridades locales, departamentales y nacionales impulsen políticas públicas efectivas, sostenibles y centradas en la comunidad, para reducir el impacto del calor extremo. No se trata de soluciones temporales o de emergencia, sino de un plan estructural de adaptación climática que reconozca la realidad de un territorio que ya no puede esperar.
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Infraestructura urbana enfocada en el enfriamiento pasivo
Uno de los factores que agravan el calor en las zonas urbanas es la isla de calor urbano, fenómeno por el cual las ciudades retienen más temperatura que las zonas rurales debido al uso de materiales como el concreto, el asfalto y las chapas metálicas.
Una medida clave es promover el enfriamiento pasivo en edificaciones y espacios públicos. Esto incluye:
– Pintar techos y muros exteriores de blanco o colores claros, una técnica validada por el Programa de Ciudades Frías de la ONU (UN-Habitat, 2022), que puede reducir la temperatura interior de las viviendas hasta en 6°C.
– Instalar toldos, enrejados vegetales y cobertizos con materiales aislantes en mercados, paraderos de transporte y zonas de espera.
– Promover techos verdes o techos sombreados con enredaderas nativas, que además de enfriar, contribuyen a la biodiversidad y retención de humedad.
Estas intervenciones no requieren grandes inversiones, pero sí coordinar acciones y priorizar zonas de alta vulnerabilidad social.
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Red de puntos de hidratación y sombra comunitaria
El acceso a agua potable fresca es un derecho fundamental, especialmente en condiciones de calor extremo. Sin embargo, muchas comunidades rurales y periféricas carecen de fuentes seguras de agua refrigerada.
Se hace necesario implementar una Red de Puntos de Hidratación Pública, que incluya:
– depósitos comunitarios de agua potable, ubicados en plazas, escuelas, centros de salud y paraderos.
– Sistemas de filtración solar o gravitacional, para garantizar la calidad del agua.
– Mantenimiento comunitario, con rotación de responsabilidades entre vecinos, escuelas o juntas de acción comunal.
– Incorporación de elementos de enfriamiento pasivo, como suelos regados, sombra de árboles nativos (jobo, kapok, palma) o toldos reflectivos.
Este modelo ya ha sido probado con éxito en municipios como Sincelejo y en países como Marruecos y Senegal, donde el acceso a agua fresca en espacios públicos ha reducido significativamente los casos de deshidratación y estrés térmico.
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Revisión de horarios laborales y escolares
Las altas temperaturas afectan directamente la productividad y la salud de quienes trabajan al aire libre o en espacios sin ventilación adecuada. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cuando la temperatura supera los 32°C con alta humedad, el cuerpo entra en estrés térmico, aumentando el riesgo de golpes de calor, desmayos y accidentes laborales.
Se recomienda:
– Ajustar los horarios laborales en sectores como agricultura, construcción y transporte, promoviendo jornadas entre 4:00 a.m. y 9:00 a.m., y retomar actividades después de las 5:00 p.m.
– Suspender actividades escolares presenciales cuando la temperatura supere los 38°C, especialmente en escuelas sin ventilación adecuada.
– Capacitar a docentes, trabajadores y líderes comunitarios en protocolos de prevención del calor extremo.
Este tipo de medidas ya se aplican en zonas áridas de México, el norte de África y el Golfo Pérsico, y podrían adaptarse a la realidad guajira con apoyo del Ministerio del Trabajo y el Ministerio de Educación.
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Fortalecimiento de la cobertura arbórea y zonas verdes
La vegetación es uno de los mecanismos naturales más eficaces para reducir la temperatura. Un árbol adulto puede proporcionar sombra y enfriar el aire hasta en 5°C mediante la transpiración. Sin embargo, en muchas poblaciones guajiras, la deforestación y la falta de planificación urbana han reducido drásticamente la cobertura vegetal.
Es urgente:
– Implementar programas masivos de reforestación urbana con especies nativas resistentes a la sequía.
– Proteger los bosques secos tropicales y zonas de dunas estabilizadas, que actúan como reguladores microclimáticos.
– Crear corredores verdes en ciudades como Riohacha, Manaure y Uribía, integrando parques, andenes arborizados y zonas húmedas protegidas.
El Instituto Humboldt (2023) advierte que la pérdida de cobertura vegetal en La Guajira ha aumentado la exposición al calor en un 40% en las últimas dos décadas. Recuperar el verde no es un lujo paisajístico: es una necesidad de supervivencia.
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Educación climática y alertas tempranas
La población necesita información clara, oportuna y en lenguas locales (wayuunaiki, kogui, etc.) sobre los riesgos del calor extremo. Muchas personas desconocen los síntomas de deshidratación o golpe de calor, y no saben cómo actuar ante una emergencia.
Se propone:
– Integrar la educación climática en el currículo escolar, con contenidos sobre salud térmica, conservación del agua y adaptación local.
– Activar un sistema de alertas tempranas por temperatura extrema, coordinado entre IDEAM, gobernación y alcaldías, que incluya mensajes por radio comunitaria, redes sociales y megafonía.
– Capacitar a promotores de salud comunitarios para identificar y atender casos de estrés térmico.
Datos clave que no podemos ignorar:
– La Guajira es una de las regiones con mayor tasa de deshidratación infantil en Colombia, según el DANE (2024).
– El 80% de las viviendas rurales carecen de ventilación adecuada o techos aislantes.
– Las olas de calor en el Caribe han aumentado en frecuencia un 300% desde el año 2000 (IDEAM).
– Para 2050, el calor extremo podría reducir la productividad laboral hasta en un 20% en sectores expuestos (OMS).
Adaptarnos no es opcional, es urgente. La Guajira no puede seguir siendo un laboratorio de resistencia humana frente al cambio climático. Necesitamos políticas públicas serias, financiamiento adecuado y liderazgo comprometido. No se trata de esperar a que baje el calor, sino de reconstruir nuestras ciudades, escuelas y comunidades para vivir con dignidad en un clima que ya no es el de antes.
El calor no discrimina: afecta a ricos y pobres, a wayuus, mestizos, koguis y afrodescendientes. Pero sí castiga más a quienes menos tienen. Por eso, la adaptación debe ser justa, inclusiva y comunitaria.
Es momento de actuar. No con discursos, sino con sombra, agua, planificación y coraje.
Porque en La Guajira, sobrevivir ya no es cuestión de suerte.
Debe ser un derecho garantizado por el Estado.
Arcesio Romero Pérez
Escritor afrocaribeño
Miembro de la organización de base NARP ASOMALAWI


Excelente .Analisis de los problemas de la Guajira y sus posibles soluciones ,me uno a las soluciones para un plan de reforestación desde USA.
Fuerte abrazo Dr PhD Arsecio !