¡Escribe Marga, escribe!, fue el primer consejo que Francisco Justo Pérez van – Leenden le hizo a Marga Palacio en el Colegio La Sagrada Familia, delante de todas las niñas presentes en el aula de segundo de bachillerato. Volver hacer la tarea de análisis literario le representaba un tiempo perdido, ya que no podía asistir al parque para jugar a la candelita en torno del monumento a José Manuel Goenaga Gómez. Esa noche no podía salir de su casa del barrio El Guapo a encontrarse con Nena Zinmerman y Claudia Sánchez a las cuales no sabía cómo avisarles. Telecom aún no instalaba los teléfonos prometidos 6 meses atrás y después se supo que faltaba una recomendación de Eduardito.
Lo que inicialmente asumió como un llamado de atención, con el paso de los días se fue convirtiendo en una ambición y unos años más tarde generó el combustible intelectual necesario para producir y editar su primer libro, que Justo Pérez presentó orgulloso de una de sus alumnas aventajadas y de la cual tanto me habló cuando se fue a estudiar etnolingüística a la Universidad de Los Andes en Bogotá.
Pude conocer algo de Marga Lucena Palacio Brugés a través de los relatos del profe Justo. Bajo convicciones se refería a su talento y que trascendería los aportes de la hermana Josefina Zúñiga Deluque. Aunque las Arismendi de la Calle Ancha visitaban su casa y la familia de ella todos los septiembres se acercaban al cumpleaños para felicitar a la tía Edita para escuchar el disco en 45 revoluciones Esta Noche la Paso Contigo de Soffy Martínez que su mamá sacaba del baúl con buen brillo, no la pude conocer personalmente y con la muerte del profe, las tertulias en compañía de Weildler Guerra se acabaron y no volvimos a intercambiar sobre los talentos locales en la literatura.
La pandemia por Covid -19 nos transformó a todos y durante el encierro aparecieron las primeras columnas de Marga, las cuales comencé a leer y desde ese momento las espero cada semana. En ellas se puede identificar su capacidad de profundizar, enseñar sobre lo que hacemos y lo que somos culturalmente como pueblo a la orilla del mar, divirtiéndonos.
William Cuthbert Faulkner con sus novelas y ensayos experimentales creo una corriente literaria que permitió narrar lo cotidiano desde lo local con el mismo espíritu, creatividad y fuerza contenida en la llamada literatura universal, convirtiendo a New Albany en la subregión del sur de Estados Unidos en su centro de gravedad. La interpretación de esa vida pre moderna pero real y rica en relaciones sociales, lo llevaron a ganar el novel de literatura en 1949.
Sin proponérselo, en Marga se puede ver mucho de eso. Hace del Guapo y de la Riohacha aldeana su punto de apoyo en sus atrevimientos literarios y crónicas con sabor Caribe que la llevan al reconocimiento y auto reconocimiento. Esa dinámica se asoma en Inmigrando y en las crónicas sobre Las Ñongas, Zangané, Diego Trabaja, La Rifa, Agua, Los Pasteles de María, Pay, Brisas, El Mudo, Quintina y en muchas otras, se aprecia el mundo recreado con personajes reales y divertidos, pero que describe como si tuvieran poderes sobrenaturales.
En Las Ñongas se narra la vida de una Riohacha semi rural, en donde los hogares de debatían en la disyuntiva de consumir Old Parr para los hombres y alicer para las mujeres. Sin querer queriendo, se pregunta sobre las ondas electromagnéticas para medir distancias, espacios, direcciones y velocidades que tenía Zankanesio Uriana, Zangané el viejo wayuu de roble erguido, que se movía con su ceguera por el mapa y los brazos de la desembocadura del Ranchería.
En el Riito subía y bajaba el destartalado puente de madera sin barandas de protección, desde allí caminaba evitando los obstáculos de las polvorientas calles de los barrios Arriba y Abajo para llegar por bollo de maíz a donde Trine Guerrero en la calle 11 entre carreras 9 y 10. Debajo de la improvisada enramada se relacionaba en wayunaiki con Picho Lombri, Charril y Pepita Pía al consumir chirrinche, sorbo diario que se mantuvo hasta cuando fue llevado dormido al cementerio de La Paz en la parte nororiental de las salinas de Manaure.
Inolvidables las capacidades del Diego Trabaja, que en una contrariedad decidió incomunicarse con los seres humanos y comenzó a hablarle a las aves, árboles y estatuas del parque. Los poderes de sus largos soliloquios retumban en el monumento al Almirante Padilla y en los cocos al lado del malecón. El papel que cumple la solidaridad en la aldea, se muestra en La Rifa a través del afán de los vecinos y amigos que apoyan la causa de sobrevivir a través del rebusque, sin importar que la rifa se la ganen o caiga en fondo y sin jugar de nuevo. Si no hay dinero, invéntate una rifa, así nacieron los primeros emprendimientos que heredaron de Peluca, Luis Macanao y Néstor Mejía.
Personajes como María y Quintina muestran la vida del barrio y el rol de las amas de casa a través de los olores que se desprendían de las ollas, calderos y anafes. El Guapo tenía aroma de comida. Las arepuelas, el arroz de camarón y los pasteles juntaban patios y al cerrarse el circuito del vecindario había que alistar las monedas o romper las alcancías de la Caja Agraria para ir a comprar los dulces de leche e icaco en tiempos de vacaciones, porque había llegado la navidad.
El Mudo y Pay, brindan la posibilidad de conectarnos con los llaneros solitarios del pueblo que deambulan entre las esquinas de las calles en tiempos de nordeste. Sin parar se asomaban a la iglesia buscando el tiempo perdido, mostrando la existencia de otras racionalidades mestizas y negroides que evidencian la heterogeneidad social de la época, señalando que cada cabeza es un mundo, mundo que Marga saca, recrea y nos aproxima a través de sus historias de vida que espero nos acompañen por mucho tiempo. Feliz cumpleaños amiga.
Cesar Arismendi Morales