En Filipenses 4:4-8, el Apóstol Pablo, encarcelado, exhortó al pueblo a estar siempre alegres, a no preocuparse por nada y orar por todo, a darle gracias a Dios por lo que había hecho y a concentrarse en todo lo que fuera honesto, justo, puro, verdadero, bello, admirable, excelente y digno de alabanza, a aprender a vivir en cualquier momento de la vida.
Resulta de alguna manera incompresible, extraño, que estas recomendaciones vengan de una persona que está presa, pues a nuestro juicio, una persona privada de la libertad no está pasando por un buen momento, lo cual nos dice que la actitud de nuestro corazón no tiene por qué verse empañada por lo que pase en el exterior. Pablo estaba lleno de alegría porque, sin importar el momento que estaba viviendo, sabía que Dios estaba con él.
Puede parecer normal, incluso obvio, entristecerse frente a las circunstancias adversas de la vida, pero apelar siempre a la alegría es algo que podemos hacer, si aprendemos a quitar los ojos del problema y mirar hacia Jesús, la perspectiva correcta.
No preocuparnos por nada parece ser una tarea bastante difícil, todos tenemos preocupaciones laborales, familiares, financieras, físicas o emocionales, pero si tomamos el consejo de Pablo, bien hacemos en orar por todas ellas y así hacer la carga más liviana. En la oración encontramos la paz que rara vez el mundo da, la paz verdadera no se encuentra en una vida sin infortunios o en el positivismo, muy de moda en estos tiempos, la verdadera paz viene de creer que Dios tiene el control de todo cuanto sucede, así que, a mayor preocupación, mayor debe ser nuestro tiempo de oración.
Con respecto a pensar en todo lo honesto, justo, puro, verdadero, bello, admirable, excelente y digno de alabanza, entendamos que todo lo que dejamos entrar a la mente determina lo que sentimos, por tanto, influye en lo que hacemos y decimos, así que, pensar en lo opuesto solo nos llevará a lidiar con sentimientos que terminan por enfermarnos, a hacer y decir cosas de las cuales podemos arrepentirnos.
Oración: Señor, hoy te entrego todas mis preocupaciones, teniendo la certeza que tú tienes el control de todo cuanto sucede. Dame sabiduría para manejar lo que está en mis manos y fe para dejar en tus manos todo aquello que se sale de mis manos. En cuanto a mis pensamientos, recuérdame pensar en todo lo bueno, puro, honesto y digno de alabaza, para de esta manera no dañar mi corazón, no actuar fuera de tu voluntad, ni decir cosas de las cuales pueda arrepentirme después. Amén
Jennifer Caicedo