“Cuanto deseo porque perdure mi vida!”
En la canción “Tiempos de las cometas” de su autoría que fue grabada en 1972 por Los Hermanos López y también por Alfredo Gutiérrez manifestó Freddy Molina su deseo de una vida perdurable, sin sospechar que ya la parca le estaba pisando los talones porque habían transcurrido apenas unos días después del lanzamiento del LP “Reyes vallenatos” de Los Hermanos López en el cual vino esa canción, una bala certera había acabado con su vida, cuando apenas había estado en este mundo durante 27 años, dos meses y diez días, había nacido el sábado 4 de Agosto de 1945 y se fue para siempre el sábado 14 de octubre de 1972.
De su paso por este mundo quedaron sus grandes obras poéticas, con delicadas letras, métrica rigurosa y bellísimas melodías, se destacan entre ellas El Indio desventurado con la cual obtuvo el título de ganador en el concurso de la Canción Inédita Festival Vallenato en el año 1970, Buscando un nido, Cristina, Adiós noviazgo, Noches de amor, Canto a mi tierra, Remembranzas y la canción titulada “Indiferente”
La calidad de sus canciones propicio en los primeros años de la década del setenta una interesante competencia entre Alfredo Gutiérrez y Los Hermanos López con la voz de Jorge Oñate, se disputaban entre el público el reconocimiento a quien hiciera la mejor versión de esos cantos que caminaban en su recurrencia de la mano de los de su primo Gustavo Gutiérrez, así fue posible escuchar sus canciones en el estilo de cada uno de ellos, como “Amor sensible”, ‘Tiempos de cometa’, ‘La verdad’, ‘A nadie le cuentes’, ‘Los novios’ y “Dos rosas’.
Su inmortalidad la construyo antes de irse, ladrillo a ladrillo, vistiendo de protocolarias galas los versos de sus canciones, incorporando al aire de paseo un estilo delicado igual una ingeniosa contribución a la calidad del vallenato, nutriéndola con excelentes letras y con sentido filosófico.
Estoy de acuerdo con Armando Zabaleta cuando en su canción elegía a la memoria de Freddy manifestó que “Cuando escucho el paseo de Los Tiempos de la cometa, me imagino que estaba, presintiendo su despedida”, evidentemente en esa obra se percibe su inmensa nostalgia por los tiempos que no volverán, deja saber su preocupación por los sufrimientos que afrontaría su madre, y lamenta como se dijo en la parte introductoria que su vida no seria suficientemente perdurable, lamenta los días que se van y hace escuchar su ferviente deseo de que regresen, y colocó la tapa de la cajeta de la que considero su obra cumbre con este verso, “Talvez dirán que soy hombre confundido, pensando en cosas que de ser no dejaran, excusen si necio he sido, con este reflexionar, si luego pienso yo existo dijo Descartes al pensar”
Fue en mi modesta opinión la muerte terrenal de Freddy el punto de partida para la vorágine de tragedias que han venido enlutando desde entonces a la música vallenata, con la coincidencia fatal que en tres décadas consecutivas se produjeron tres hechos que han estremecido por las circunstancias en que sucedieron, Molina en 1972, Héctor Zuleta en 1982 y Rafael Orozco en 1992, la música más hermosa de Colombia no ha dejado de recibir golpes inmisericordes durante estos cincuenta años, entre las armas de fuego y los accidentes de transito han marchitado en forma mayúscula la alegría de muchos sectores que han aportado su talento para su vocación de permanencia, proyección y salvaguardia.
En los tres casos mencionados, son heridas que no solo quedaron en lo corporal que por su letalidad produjeron la muerte de tres hombres irremplazables en su arte musical, cada uno de ellos en lo suyo, sino que son heridas que junto con lo sucedido con Octavio Daza siguen causando daño a lo que todos conocemos como el Vallenato tradicional, porque es innegable que con la partida de ellos se perdió energía, se perdió poesía, se perdieron dulces melodías a los cuales no están interesados en dar continuar muchos de los que en la nueva generación deberían hacerlo, parecen mas interesados en repetir las cositas chiquitas que otros están haciendo con éxito comercial momentáneo pero con precarias posibilidades de permanencia y recordación.
Las canciones de Freddy siguen siendo recurrentes en la Radio colombiana, y sus reencauches siempre son exitosos por su habilidad natural par confeccionar versos que en su tiempo imprimían narraciones sobre lo citadino con lo costumbrista, sobre historias de amor comparadas en su inmensidad con los chorros de La Malena, algo parecido a lo que desde el Siglo pasado viene haciendo Rafa Manjarrez, sin que se pueda decir que es corroncho o que le resta categoría a sus canciones.
El malogrado compositor fue en su corta vida y similar trayectoria fue un maestro e la hipérbole en los cantos de su inspiración, y se destacan entre otros botones para mostrar cuando en “Amor sensible” dijo que “Cuando el Guatapurí se crece al sentir mi pasión se calma, es un rio que nace en la Nevada que en todo el Cesar fuerte se siente, pero mi gran pasión la iguala el ímpetu de su corriente”, y le colocó la fresa al postre cuando dijo, “Sino me miras el propio cielo, siente mi pena y se entristece”, eran a aquellos tiempos cuando las mujeres eran fuente de inspiración, destacadas y tratadas con respeto en lo que se cantaba.
Lastima grande que la inmortalidad de su obra sea inversamente proporcional a los reconocimientos institucionales póstumos al aporte por el realizado.
“Me voy pa el pueblo de pueblo de Patillal a visitar la tumba de un amigo que no se olvida en Valledupar, una rosa para Freddy yo se la voy a llevar, y una oración vallenata le manda Valledupar” Una Rosa para Freddy – Gildardo Montoya 1974
Luís Eduardo Acosta Medina