Aunque todavía no tenía 40 años, la fama y el prestigio que había ganado Federico García Lorca en 1936podían ser motivo de legítimo orgullo para cualquier escritor con el doble de su edad. Con su teatro universitario La Barraca había recorrido pueblos y ciudades de España acercando a toda clase de gente lo mejor de los clásicos nacionales. Con Bodas de Sangre se consagró como uno de los grandes dramaturgos de la época. El 16 de julio de 1936, pocos días después de terminar de escribir La Casa de Bernarda Alba y de publicar Primeras Canciones, escritas en 1922, viajó a su Granada natal dispuesto a tomarse unas vacaciones. Apenas llegó se produjo el alzamiento, y la ciudad quedó en manos rebeldes. Numerosas personalidades fueron fusiladas en pocas horas. Entre ellas su cuñado, Manuel Fernández Montesinos, que era el alcalde socialista de Granada.
Federico tenía una gran amistad con una familia falangista, los Rosales, la cual, pese a que apoyaba a los conspiradores, le ofreció refugio en su casa. La amistad triunfó sobre las discrepancias: el poeta, aunque no pertenecía a ningún partido, sin duda era republicano y simpatizaba con la izquierda. Pero esta amistosa y desinteresada protección no fue suficiente.
El exdiputado de la CEDA Ramón Ruíz Alonso se enteró de que García Lorca se escondía en la casa de los Rosales, y lo denunció al nuevo gobernador civil de Granada y coronel de la guarnición local, José Valdés Guzmán, quien además era jefe de las milicias falangistas de la ciudad. Éste ordenó su detención y también el fusilamiento. Posiblemente la ejecución se produjo en la madrugada del 19 de agosto, en Viznar, cerca de la capital provincial. El lugar donde se encuentra su tumba, si es que la tuvo, continúa siendo un misterio. En los diez años siguientes, nadie osó hablar de García Lorca en España. Era como si nunca hubiese existido. Cuando su obra comenzó a ser desenterrada, y cuando se empezó a comprender lo absurdo de ese crimen, falangistas, católicos de derecha y otros sectores que apoyaron el alzamiento iniciaron un largo rosario de acusaciones mutuas.
Pero era demasiado tarde para recuperar la voz y el sentimiento del genio granadino.
Idy Bermudez