Desde su llegada al poder en agosto de 2022, el presidente Gustavo Petro ha generado una profunda polarización en la sociedad colombiana. Su figura política no deja indiferente a nadie: para algunos representa la esperanza de una transformación estructural del país; para otros, simboliza un riesgo para la estabilidad económica, institucional y democrática. Este fenómeno de “odios y amores” que despierta su gobierno no solo refleja posturas ideológicas, sino también una tensión histórica entre modelos de país en pugna.
Un presidente con una agenda de cambio
Gustavo Petro llegó a la presidencia con una hoja de ruta ambiciosa: reformar el sistema de salud, modificar el modelo pensional, impulsar una transición energética justa y promover una paz total con todos los grupos armados. Estas propuestas, enmarcadas en el llamado “gobierno del cambio”, buscan romper con décadas de políticas neoliberales y exclusión social.
Sin embargo, su estilo confrontacional y su discurso disruptivo han generado fricciones con sectores tradicionales del poder, tanto en el Congreso como en los medios de comunicación. Esto ha dificultado la aprobación de sus reformas, generando una sensación de parálisis institucional.
Los amores: esperanzas de los sectores excluidos
Para muchas comunidades históricamente marginadas –campesinos, indígenas, jóvenes, mujeres, sindicatos y poblaciones afrodescendientes– el gobierno de Petro representa una oportunidad inédita de participación e inclusión. Programas como “Jóvenes en Paz”, la inversión en educación pública, el aumento del salario mínimo, y la defensa de los derechos ambientales son vistos como avances que otros gobiernos ignoraron.
Además, su discurso de justicia social ha calado en sectores urbanos que buscan una redistribución más equitativa de la riqueza. Petro ha promovido un Estado más activo, lo que algunos interpretan como una recuperación del sentido de lo público frente al dominio del mercado.
Los odios: temores, errores y resistencias
Por otro lado, un amplio sector de la población, especialmente clases medias urbanas y empresarios, percibe al gobierno como errático, improvisado y peligroso. La caída en la inversión extranjera, la volatilidad del dólar y la percepción de inseguridad jurídica han alimentado estos temores. Además, su manejo de la comunicación –frecuentemente polémico y polarizante en redes sociales– ha generado incertidumbre y críticas incluso entre aliados.
Errores en la gestión de ministros, escándalos internos, y la lentitud en la implementación de algunas políticas han sido capitalizados por sus detractores para señalar una falta de capacidad técnica y de gobernabilidad.
Una democracia en disputa
Lo que está en juego con el gobierno de Petro va más allá de su figura: es un momento de tensión entre modelos de país. La confrontación no solo es política, sino también cultural, económica y simbólica. Por eso, entender los odios y amores que despierta su gobierno exige una lectura más profunda de la historia colombiana, de sus desigualdades, de sus heridas y de sus aspiraciones.
Colombia se encuentra en un punto de inflexión. El desafío es grande: lograr que los cambios se traduzcan en bienestar sin sacrificar la estabilidad. En ese camino, el liderazgo de Petro será juzgado no solo por sus intenciones, sino por su capacidad para construir consensos, gestionar con eficacia y gobernar con visión de largo plazo.
Sait Ibarra Lopesierra