GÓMEZ HURTADO

Aún si lo hubiese querido con la plenitud absoluta de mis fuerzas, no podía separarme de aquellos otros frentes abiertos por mí en el inmenso campo de la vida. Tenía en el horizonte la continuidad irrenunciable de mis estudios académicos en la universidad. Y, además, corrían los meses previos a las elecciones del siguiente mes de marzo, en las cuales Álvaro Gómez Hurtado había manifestado su interés de participar como candidato al senado de la república, desde dónde pensaba dirigir el más ambicioso movimiento político para reformar las decadentes instituciones del país.

Con el lema de ´Álvaro vuelve al Senado´ fuimos muchos quienes nos entusiasmamos en la antigua casona del barrio Teusaquillo durante las reuniones periódicas del directorio distrital del conservatismo. Desde los días previos al lanzamiento de las aspiraciones de Álvaro Gómez, el director de El Siglo había organizado su novedosa estrategia para volver al congreso, esta vez como senador de la república.

En las páginas del periódico escribió soberbios editoriales en los cuales diseñó el país soñado en sus cavilaciones políticas después de haberse convertido por espacio de tres años en el segundo hombre más poderoso de la nación. Sus propuestas de cada mañana estaban en perfecta consonancia con cuanto había dicho o escrito en los años anteriores.

Tenía en mente provocar una profunda reforma a la justicia, por cuanto la casi nula celeridad de los procesos atentaba contra el postulado constitucional de administrar una justicia pronta en el territorio. Estaba convencido de las bondades de crear la fiscalía general de la nación, a fin de que fuese la institución que en nombre de la sociedad se encargase de perseguir el delito mediante el otorgamiento a ella de facultades excepcionales para acusar al presunto responsable de la comisión de la conducta punible.

Quería acercar el pueblo a sus representantes en el congreso. Y proponía la reducción sustancial de las circunscripciones electorales o la plasmación en la constitución de la elección popular de los alcaldes. La consigna de meterle pueblo a la democracia le ganó adeptos en sectores donde por regla general ganaba el partido liberal con su numeroso caudal de votos. Gómez en su nuevo papel de candidato a la cámara alta, pareció agigantarse en su tarea. Y a fe que logró concitar la voluntad esquiva de espíritus adormecidos en el sopor de la decadencia o de segmentos poblacionales, en principio, poco entusiastas a darle un voto de confianza.

IDY BERMUDEZ DAZA

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