Sentarse con el compositor Camilo Namén Rapalino quien no hace mucho tiempo sumó 80 años de vida, es notar que las nostalgias también han envejecido y la felicidad se asoma en el firmamento, mirándola en silencio para que nunca se vaya por el despeñadero del adiós.
Él ha tenido la gran virtud de plasmar en cantos vallenatos todo lo que gira a su alrededor y ahora lo vuelve a contar acompañado de lágrimas que adornan su noble corazón. Precisamente, el tres de noviembre de 1974, hace 50 años, le pasó un caso triste que tuvo inmensa resonancia.
Todo sucedió una noche de parranda cuando estando en Barranquilla decidió irse en un vehículo para Santa Marta, pero un desperfecto mecánico lo mandó a una cuneta, quedando gravemente herido teniendo que ser internado en un hospital por varios días. Eso lo inspiró y nació el merengue ‘Encuentro con el diablo’, que fue grabado por los Hermanos Zuleta, tres años después. También lo hizo el artista dominicano Johnny Ventura, bajo el título ‘El sueño’.
“Me dicen que el tres de noviembre la radio una noticia dió, y así lo gritaba la gente, un parrandero bueno se murió. Y San Pedro conmigo fue indiferente, y llegando a la puerta me rechazó. Me dijo parece usted mala gente, déjeme consultar esto con Dios”. Ese versó lo volvió a cantar recordando el hecho que por poco se lo lleva para el otro lado, sin boleto de regreso.
En esa canción antológica del vallenato raizal se esconde la esencia de una historia donde se fortalece la tradición oral, haciendo posible que se respire folclor por todos los poros. Ahora este tipo de episodios están escondidos en el olvido y no guardan relación con el recuerdo.
Siguiendo con el recorrido de los versos volvió a cantar y al final se quedó pensativo. “Me tiene esperando la respuesta, me sentía bastante preocupado, y me dijo aquí Dios no lo acepta porque usted ha cometido muchos pecados. Me mandaron derecho pa’ donde el diablo y tampoco me quiso abrir la puerta. Cuando iba saliendo me dijo un diablito, el diablo que se vaya pa’ la tierra, que todavía usted está jovencito y que siga su vida parrandera”. Además, regresó con un recado para varios amigos,
La secuencia de ese canto concluyó con el caso arreglado, porque ni en el cielo o el infierno le abrieron las puertas, enviándolo a seguir metido de pueblo en pueblo, siendo protagonista de diversas historias que hoy están metidas en el corazón del folclor vallenato.
“Y después del sustazo que me llevé por todo lo que estuve pasando, en el San Juan de Dios desperté, con ganas de bebé y seguí gozando, pero yo no sé cómo van a hacé, esa gente que el diablo está esperando, y si no se corrigen van a vé, el vainazo que les va a echá ese diablo. Y ya yo mi problema lo arreglé porque de la tierra más nunca salgo”.
El suceso, en vez de lamentos, motivó al compositor después de su recuperación, y con la lucidez de una mente nacida para componer, pudiendo armar las más dicientes estrofas. De manera sarcástica se burló de la muerte con una picaresca que solo su imaginación logró armarla.
Las diabluras
“Esta narrativa metafórica traspasó la barrera de lo tradicional porque de manera jocosa conté mi propia historia. Ese canto del encuentro con el diablo, pasados 50 años, se sigue escuchando y me piden que narre en detalle el caso sucedido”, dijo sonriendo.
Claro, que en la tierra Camilo Namén continuó con sus diabluras, siendo solidario, bailando, cantando y verseando para darle el toque justo al folclor vallenato, ese que sigue amando con toda su alma.
De manera pausada siguió contando esos hechos que lo convirtieron en un gigante de la composición, hasta llegar a ser ganador del concurso de la canción vallenata inédita del Festival de la Leyenda Vallenata en el año 1972, con el paseo ‘Recordando mi niñez’.
Cuando la ventana de las añoranzas continuaba abierta, expresó muy convencido. “Mi vida ha sido un espejo donde me miro todos los días reflejándose inicialmente como comenzó todo. Por eso lo digo en un verso. “Recuerdos de mi pueblo me causan sentimiento y el alma por dentro se me pone a llorar”. Una manera de darle gracias a Dios y fijar mi mirada hacía donde la vieja Concha (Concepción Rapalino) me trajo al mundo, gracias al amor con Felipe Namén Fraija”.
Mi gran amigo
Precisamente el diálogo entre paisanos no podía terminar sin recabar por los recuerdos de aquel merengue ‘Mi gran amigo’, el canto del dolor, de las lágrimas inagotables y del amor dedicado a su padre Felipe Namén Fraija, quien partió para la eternidad el lunes 19 de enero de 1970. De inmediato añadió. “Las vivencias con mi papá dieron para hacer esa inmortal canción grabada en 1972 por los Hermanos López, cantando Jorge Oñate”.
Continuó diciendo. “Dios es el inspirador. Yo digo que la composición es divina, cuando uno tiene la estructuración de entender que el verso debe ser respetuoso y que la melodía sea agradable al oído. A medida que los años fueron pasando el Todopoderoso me regaló el don para componer, especialmente las canciones dedicadas a mi padre, a mi madre y a mi amada tierra Chimichagua”.
Ahora, los quebrantos de salud lo han apartado de las parrandas, pero hace una solicitud para que lo sigan queriendo como se lo han demostrado siempre. “Quiero quedarme en el amor de la gente, porque he tenido un sentimiento que es el de componerle canciones a las realidades para que no me olviden”.
No había lugar a más preguntas, el diálogo se cerró, el silencio dominaba, pero al frente estaba Camilo Namén Rapalino, el hombre que en el territorio costeño enseñó a dejar huellas a través de sus cantos, a regalar alegrías, a recibir abrazos enredados en un lenguaje sin palabras y a decirle al mundo que así la bruma envuelva el alma, no hay que borrar las sonrisas.
Juan Rincón Vanegas