¿Cuándo se cruza la línea casi imperceptible que separa el halago del acoso? ¿En qué momento pasamos de sentirnos aduladas a sentirnos vulnerables? ¿Acaso somos las responsables? ¿Es en realidad el ‘piropo’ la forma más idónea de conquistar?
Estos son algunos de los interrogantes que inundan mis pensamientos desde hace algún tiempo. He cuestionado mi forma de vestir, de peinarme e incluso de andar porque quizá sea yo y mi indumentaria la responsable de los silbidos apabullantes y frases grotescas que se despiertan entre los masculinos cuando me ven pasar. Por supuesto que esta situación no es exclusivamente mía, estoy segura que muchas otras e inclusive otros, se sentirán identificados con alguna de las líneas que componen esta columna.
Niñas, adolescentes, mujeres y ancianas día a día son blanco del acoso, que no respeta edad, raza o posición social. Hemos naturalizado o nos han enseñado a naturalizar el acoso en nuestro hacer cotidiano, a tal punto que llegamos a sentirnos feas o «desarregladas» si alguno en nuestro camino no nos regala un piropo. Hay algunas que incluso se arreglan en busca de la aprobación callejera antes que la propia. ¡y eso no es todo! Nos han moldeado la autoestima y la conciencia para que nos responsabilicemos por ello, para que nos sintamos culpables si el piropo pasa del verbo a la acción, que personalmente me parece la parte más grave.
A consecuencia de esto, las mujeres nos hemos habituado a guardar silencio, a culparnos a nosotras mismas, a nuestra ropa, a los sitios que nos gusta frecuentar, e incluso culpamos la forma en la que socializamos, nos olvidados de imputarle responsabilidad al verdadero infractor: la sociedad.
Para la compresión plena de la situación real de las mujeres no solo en Colombia sino en América Latina, quise enriquecer este texto con la tasa promedio de abusos, acoso y violencia sexual presente en nuestro territorio, para mi sorpresa no existe un promedio real. Es casi imposible conocer el número aproximado de casos de mujeres que son abusadas en América Latina porque la mayoría de estos no son denunciados. Las víctimas prefieren callar por miedo al escrutinio público, a ser juzgadas, porque no existen garantías respecto a los medios de reparación y acompañamiento ni una certeza de que se va a hacer verdadera justicia, como en los casos en los intervienen agentes del Estado, dónde muchas veces se opta por re victimizar al afectado antes que señalar y juzgar a los verdaderos causantes.
El acoso no solo vulnera físicamente, sino que también tienen gran impacto en el desarrollo socioemocional, además de que restringe la libertad de movimiento de las mujeres, así como el acceso a trabajos y estudios. La organización Stop Street Harassment (SSH) define el acoso callejero como «las interacciones no deseadas en el espacio público, motivadas por el género real o el percibido, orientación sexual o expresión de género, que hace a quien es acosado sentirse, irritado, enojado, humillado o asustado». «Una legislación específica para prevenirlo en el espacio público es necesaria para desnaturalizar algo que afecta diariamente principalmente a las mujeres y jóvenes en todas las ciudades, tanto desarrolladas como en vías de desarrollo», defiende Soria Sotelo, especialista de ONU mujeres. Pero también señala que ese no es el único método: «Igual de importante es un plan de acción bien definido, con recursos; recolectar datos sobre cómo se manifiesta el acoso sexual en un contexto específico para identificar las soluciones; la transformación de normas sociales alrededor de la desigualdad de género y del balance de poder entre hombres y mujeres para cambiar actitudes; y una infraestructura más segura en el espacio público –como alumbrado o mapeo de zonas de riesgo–».
Desde el punto de vista legal, el país pionero en la implementación de leyes contra el abuso callejero fue Perú. Se contemplan hasta cinco años de cárcel para los casos más graves de violencia, en los que haya «hostigamiento» o sea constante. Busca prevenir que el acoso se siga reproduciendo y «brindar atención a aquellas personas que sean víctimas» en la calle o transporte público. La ley funciona obligando a cada municipio a contar con ordenanzas sancionadoras. Por ahora, 20 de las 50 municipalidades de Lima cuentan con una.
En Colombia aunque aún no sé legisla sobre el tema, diariamente son visibilizados casos de abuso y acoso en redes sociales, desafortunadamente en muchas ocasiones estos no llegan a las dependencias judiciales competentes, pero estos espacios nos sirven para hacer estadísticas y estudiar la respuesta de los usuarios frente a la problemática, que si bien en algunas situaciones son negativas, machistas y enjuiciantes, la mayoría son en calidad de solidaridad, apoyo y defensa para con las víctimas.
Es cierto que no somos los encargados de crear las leyes en el país, pero somos constructores del núcleo que lo sostiene: si comenzamos a formar y a educar a nuestros hijos e hijas en el amor, la tolerancia y respeto consigo mismos y el resto, el resultado puede ser realmente esperanzador. Desapeguémonos de esos ideales machistas que nos hacen creer que las mujeres somos las únicas responsables, no es nuestra culpa ser acosadas, abusadas, violadas o asesinadas. No nos vestimos para provocar miradas ni halagos intimidantes. No salimos a la calle en busca de ser cazadas. ¡Somos mujeres! mujeres que quieren caminar libres y empoderadas. Mujeres que necesitan sentirse seguras y cómodas con su cuerpo, que merecen respeto, que quieren salir a la calle y no sentir miedo.
Scarleth Muza