JORGE OÑATE, “EL CANTANTE ETERNO DEL VALLENATO”

“Cuando Jorge Oñate canta,

los que saben de Vallenato hacen silencio” Fercahino

La búsqueda de Jorge Oñate en torno a la música vallenata, comenzó a temprana edad, sin saber que ella lo había seleccionado antes, para que llevara la bandera cantoril como hasta hoy ha ocurrido. Él nació en la Villa de la Paz, antiguo Robles y hoy Cesar, un 31 de marzo de 1949, en donde fue concebido por el vientre bendito de Delfina Oñate.

Ese espíritu soñador, que aún conserva, lo despertó el canto y sonido de un acordeón, que su abuelo Juan Oñate, oriundo de Los Pondores, una población cercana a San Juan del Cesar, en la Guajira, quien nunca dejó de hacer visible en la tierra a donde llegó, para estacionarse definitivamente, su llamado de la música, que sin decirle nada, lo heredó su nieto, una gloria del vallenato.

Esas narraciones empezaron a avivar y fortalecer, lo que el niño de doce años atesoró, sin que nadie se lo impusiera como tarea. Cada vez que se escapaba tras el sonido de un acordeón, se parapetaba cerca de la parranda, para escuchar el relato de los mayores, que voz en cuello y con ese instrumento al pecho, narraban como lo hizo su abuelo y todos los de su generación.

Ese llegar tarde a la casa, era un regaño seguro por parte de sus hermanos mayores, quienes nunca pensaron que tenían al frente, el inicio de una historia, que se estaba construyendo para bien de la música vallenata y de nuestra tierra. La que, si se atrevió a comprender y saber de memoria, las rutas que el inquieto muchacho hacia de manera repetida, era Julia Martínez, una especie de segunda mamá, quien le acolitó todo. Para ella, no era extraño llevárselo, a la escuela donde dictaba clases, en el anca de un burro. El muchacho travieso, solo se silenciaba cuando ella, abría sus ojos y con solo mirarlo, lo ponía en su puesto.

Todas las serenatas, que empezó a descifrar con su naciente voz, en compañía de Elberto López, llegaban a oídos de Julia y ella, comprensiva al día siguiente, le comentaba a la madre, lo que había pasado: “Ve Delfina, sabes quien puso serenata anoche a la hija de…”, ella sin saber, de qué le estaban hablando, levantó los hombros y dejó que su hermana, le contara una historia que se repitió hasta el cansancio: “como te decía Delfina, si han hablao bonito, de lo que cantó Jorge anoche en esa serenata. Ese muchacho nació para cantar”, puntualizó Julia, quien no dejó que ella respondiera y sentenció: “ahora si va a ve una voz que nos represente de verdad. Ese canta así, es por Juan Oñate”. Salió rauda con su cuerpo menudito, a preparar las clases del día siguiente.

EL muchacho estuvo interno en varios colegios, una manera habitual, de ponerle un tate quieto a su forma de ser. A  donde llegaba, mostraba el canto como única arma, el cual esgrimía como un acto libertario, que lo hacía sobresalir en los actos culturales.

Un día cualquier, siendo un adolescente, su madre se lo llevó para Bogotá. Allí estudió en el Colegio de Bachillerato de la Universidad Libre, donde cursó hasta la mitad del quinto año, porque el llamado del acordeón fue más poderoso, que las ganas que tenía Delfina y sus hermanos, de verlo convertido en todo un profesional.

Todas esas aventuras, trasnochos y luchas que le tocó vivir en la fría Capital, se vieron compensadas, cuando su pariente Alonso Fernández Oñate lo buscó, para que le cantara ocho de los doce temas de su autoría, con el acordeón de Emilio Oviedo, “Los Guatapurí” fue su primera agrupación, con quien grabó en el sello Vergara, cuyo sonido incipiente, propio de la época y sin dirección artística, no fue óbice, para que el mundo vallenato supiera de la presencia de Jorge Oñate. “Campesina Vallenata” un paseo, fue su primer asomo con cierto reconocimiento y el cual dejó en el ambiente, el comentario que “nacía una voz con mucho sabor vallenato, pero que era distinta a las anteriores, en su forma de cantar”.

Ese producto musical, nació con el Festival de la Leyenda Vallenata. Era el año de 1968 y Valledupar se preparaba, para darle paso, a lo que hoy día tenemos como el mayor punto de encuentro cultural.

Un año más tarde, con sus diecinueve años bien cumplidos, el mundo de la vallenatía se sorprende, al ver como la historia de la música nuestra, recuperaba su sentido de pertenencia con la presencia de Jorge Oñate y los Hermanos López. “Lo último en vallenato” se convirtió en la madurez del canto, separado del acordeón.

Esa conquista realizada por ellos, construyó el canal más ideal, para que la obra de nuestros Autores/Compositores, ayudara a construir una identidad musical más nuestra. Con el paseo de Carlos Huertas Gómez, “El Cantor de Fonseca”, tanto el cantante como el acordeonero, se graduaron y adquirieron su cédula cultural, la cual les permitió ser ganadores por primera vez de “un disco de oro” por las ventas millonarias de su LP, “un Congo de oro”, en los carnavales de Barranquilla y ser “Reyes” del Festival. Todo eso se dio entre 1972 y 1973.

Ese impacto producido, por el sonido del estilo, que Miguel López producía, lo llevó a grabar en 1969, para el sello Epic, un producto con la orquesta de Nelson Díaz, en donde el cantante Jorge Oñate decidió mostrar otra faceta, con géneros distintos al paseo, merengue, puya y son.

De muchos es sabido, el agua que corrió debajo de ese puente musical, labrado por ellos, lo cual es historia Patria y que llegó a su final en 1975.

Siete años después de esa aventura, en la que se embarcó el hijo de Delfina Oñate, se une a un portento del acordeón como lo es Emiliano Zuleta Díaz, situación que se había fraguado muchos años atrás, antes que los dos grabaran y que al final, no fue más que un paso fugaz, en la vida musical de los dos, en donde pusieron un punto alto, que marcó en Jorge Oñate, el desprendimiento de un peso, que podía frenar su carrera. En donde más de un periodista vaticinó, que “solo con Miguel López podía imponer éxitos”.

“Mujer Conforme” un paseo de Máximo Móvil Mendoza, consolida esa nueva propuesta del joven cantante, cuya modernidad lo llevó a ubicarse, entre las voces destacadas que podían cantar bien, la obra de anteriores generaciones.

Ese segundo logro discográfico, que le ayudó a abrir grandes espacios, en el ámbito regional y luego nacional, le dio a Jorge Oñate la capacidad suficiente, para que su voz se uniera a Nicolás Mendoza, todo un grande ejecutante del acordeón. Estos dos artistas, logran una simbiosis, que les permitió avanzar, sin dejar de divulgar la obra musical del momento, combinado con la rutina y todos esos dejos provincianos, anteriores a sus generaciones, en donde bebieron de unas grandes fuentes que estaban ocultas en el tiempo y que ellos revivieron.  Cantante y acordeonero, no se detuvieron en la propagación de las nuevas obras con sus protagonistas. Con esa unión, nacieron también nuevos seguidores y grandes nichos para el vallenato.

Ya la obra vallenata y el mercadeo, se disputaban en una abierta competencia, sus protagonismos.

De ese momento especial, que construyen Oñate y Mendoza, para bien de nuestra música, surge “Igual que aquella noche” del creador Emiro Zuleta Calderón como una gran obra para mostrar.

Sin que mediara razón, para que ello se diera, Jorge Oñate dio por terminada esa unión, en la que puso en bandeja de oro, todo el talante artístico que encerraba el arte de “Colacho”, para que Diomedes Díaz Maestre, una nueva figura que se abría paso y que solo necesitó de la bendición de la nota musical que el cantante dejó tirada, para su total consagración.

Ese nuevo paso artístico, lo hizo con Raúl Martínez Paredes, una joven promesa del acordeón, quien, junto a él, construyó un “Nido de amor” como base romántica, que consolidó al vallenato en todo el País.

La carrera del cantante no se detuvo, siguió en ascenso y para que eso fuera una realidad, la musicalidad de un joven acordeonero Guajiro conocido como Juancho Roys, les permitió crecer tanto al acordeonero como a Jorge Oñate, en donde “Mujer marchita”, un canto social de Daniel Celedón Orsini, es base fundamental, para que esa unión tuviera tanta repercusión, en todos los sectores sociales a donde llegaba el vallenato.

En ese recorrido musical, aparece Álvaro López, con quien Jorge Oñate reafirma, su consagrado olfato cantoril en beneficio del Vallenato. “No comprendí tu amor”, un lastimero canto de José Alfonso Maestre Molina, le pone sello a esa unión, en donde el cantante experimentó, con fatal consecuencia, una ausencia del disco por muchos años, que le hizo perder el peso que había construido.

El regreso, si bien es cierto, contó con todas las expectativas generadas por sus seguidores y la compañía discográfica, fue el principio del fin, de una era en la compañía discográfica Sony Music antigua CBS, que se reafirma con su separación de López Carrillo y la unión que le da paso, al encuentro del cantante con Gonzalo Molina Mejía, con quien inició un periplo, no tan afortunado en Universal Music. “Los amaneceres del Valle” un paseo de Romualdo Brito, es lo más rescatable, en ese proceso musical, que nunca generó los éxitos que todos esperaban.

Aparece en la vida musical de Jorge Oñate, un muchacho recién graduado de rey vallenato, se trata de Cristian Camilo Peña, con quien construye, la masificación de una de las obras más hermosa de este siglo, “Te regalo mis triunfos”, un paseo de Aurelio Nuñez Bermúdez, un consagrado creador de nuestra música.

“El invencible” una obra compuesta por Omar Geles, le da la bienvenida al cantante Jorge Oñate con el rey Julián Rojas. Los problemas de éste último, llevaron al traste, lo que pudo ser una unión consolidada, para bien de la música vallenata.

Todo eso generó, una inestabilidad artística en la vida de Jorge Oñate, en donde los dos seguidos acordeoneros seleccionados por él, Oscar Bonilla y Fernando Rangel, pese a su valor artístico, no dieron la talla esperada, por los seguidores del vallenato.

Jorge Oñate, el cantante eterno del vallenato, después de probar más de un acordeonero, decide, ante el llamado serio de sus seguidores, unirse a uno de los buenos acordeoneros con que cuenta el vallenato: Álvaro López Carrillo.

Unidos Oñate y López, le entregan al mundo del vallenato, un trabajo de buen recibo entre los seguidores de nuestra música. El impacto positivo ha sido total. Es tan cierto ello, que los muchachos artistas de ahora, se unieron todos para rodear a Jorge Oñate y Álvaro López, por lo que acaban de realizar.  Valores de su generación como Tomás Alfonso Zuleta Díaz, no cabe de la alegría, al ver que su compañero de lucha, saca al mercado un producto que refleja toda la madurez del vallenato, que hace tiempo atrás, se logró con la presencia de un cantante como Jorge Oñate.

Se percibe en el producto, la nostalgia del protagonista central, de esta hazaña artística, el cual tiene halitos de un cierre, de un ciclo glorioso para la música vallenata. Son cinco pisos que se han vivido intensamente, en el cual, construir cada uno de ellos, ha costado lágrimas, derrotas, sufrimientos, pero también, llantos de alegría, triunfos, consolidación de un nombre que como el de Jorge Oñate, sirven de base, para lo que hoy tenemos como vallenato.

Sin la presencia de este cantante, nuestra música no sería igual, porque “el tipo que canta si es de La Paz, el que canta merengue sabe sentir”, Emiro Zuleta Calderón.

Félix Carrillo Hinojosa*

*Escritor, Periodista, Compositor, Productor Musical y Gestor Cultural para que el vallenato tenga una Categoría dentro del Premio Grammy Latino.

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