Lo sucedido hace unos días con el columnista de opinión David Ghitis y Noticias RCN, en donde el candidato Petro los señala de ‘neonazis’, hace parte del libreto criminalizador propio de las mentalidades totalitarias. Tamaña agresión como respuesta a una columna en la que el señor Ghitis opina sobre el asunto de las pensiones y la propuesta de Petro, fue —desde todo punto de vista— desmedida, mezquina y peligrosa. Es absurdo que quien aspira a gobernar un país, reaccione de ese modo frente a críticas que resultan normales en cualquier contexto democrático. Si así es como candidato, no quiero imaginar el alcance de sus actitudes en el evento de que llegue a gobernar.
Más allá de ese desafortunado episodio, creo que es cierto que lo que prevalece en el debate político actual no son los argumentos, sino los ataques en contra de quienes los exponen. Uno entiende que la naturaleza humana nos puede llevar a cometer el error de tildar de ‘estúpido’ al que eventualmente dijo lo que uno considera una estupidez; sin embargo, creo que lo que hace la izquierda radical en Colombia, no es precisamente un error. Deliberadamente te ataca con el claro poropósito de desdibujarte y hacerte ver como un criminal; y nosotros, casi olvidando las más elementales reglas de la discusión civilizada, caemos en el juego al que nos quieren llevar. Nos distanciamos del debate de las ideas y entramos al terreno del ataque a las personas. Un terreno en el que corremos el riesgo de perder, pues son ellos los que tienen la experiencia de atacar al detractor.
Lo cierto es que seguirán haciéndolo, pues cada quien tiende a escoger las armas con las cuales cree que puede defenderse. La argumentación no es lo suyo y esa es la razón por la cual sienten la necesidad de reaccionar frente a ella con herramientas carentes de sustancia y repletas de agresividad, lo cual resulta lamentable en un país cansado de tanta violencia y tantos violentos. Lo más curioso, es que son ellos quienes —con su aire de superioridad— imponen la agenda, por cuenta, además, del inexplicable complejo de inferioridad del resto de orillas políticas que llegan al extremo absurdo de avergonzarse de sus propias opiniones. Todo, entre otras razones, porque extremistas como Petro han tenido éxito en la sistemática práctica de responder con agravios a quien osa expresar una opinión contraria a la narrativa que buscan imponer.
Por supuesto que debemos defender la libertad de expresión, por supuesto que debemos aceptar que no todos la pensamos igual y por supuesto que debemos tratar de edificar en la diferencia, pero lo que no debemos permitir es que personajes como Petro sigan pasando a la gente al tablero de los buenos y los malos, de los pacifistas y los guerreristas, de los demócratas y los fascistas, en donde ellos son claridad y los demás oscuridad. Mucho menos cuando el origen de varios de sus exponentes, está plagado de sombras sin autoridad moral para cuestionar nuestra insospechable luz.
Miller Soto