LA BRÚJULA SOCIAL QUE NO SE APAGA

La semana pasada, un grupo de jóvenes estudiantes de séptimo semestre del Programa de Trabajo Social de la Universidad de La Guajira pronunciaron palabras que no se borran con el tiempo: juraron éticamente. No se trató de un mero ritual académico, ni de una formalidad protocolaria, fue un acto con resonancia espiritual y en esencia, un pacto con la vocación, con la integridad, la justicia y la verdad.

En una región marcada por desigualdades profundas, por la persistencia del hambre estructural, por la tensión entre desarrollo extractivo y territorialidad ancestral, el juramento ético adquiere una dimensión casi sagrada. Porque el trabajo social en La Guajira no se ejerce desde la comodidad de los escritorios, sino desde la cercanía incómoda con el sufrimiento, la escucha atenta a las comunidades wayuu y campesinas y la lucha constante contra las injusticias que se disfrazan de costumbre o de burocracia.

“La ética es una brújula, no un mero discurso”, expresó el pastor Jorge Burgos en el evento. Y esa brújula no se calibra en los códigos escritos, aunque estos sean necesarios, sino en las decisiones cotidianas: en cómo se mira al otro, en cómo se defiende lo indefendible, en cómo se sostiene la confidencialidad aun cuando el poder exige delaciones. El código de ética profesional trasciende lo simbólico, no solo decora paredes o abre capítulos en manuales, activa la integridad y el respeto en cada encuentro, en cada informe o en cada mediación con el Estado.

Los estudiantes juramentados son, ya, guardianes de la esperanza social. Porque el trabajo social, en su núcleo más puro, es un acto de fe en un contexto donde la ética muchas veces se negocia, donde la justicia social se convierte en una frase retórica más, su deber es doble: inspirar y hacer un poco más. Porque no basta con cumplir, es necesario transformar. Son llamados a dejar huellas de amor en un suelo que conoce bien la indiferencia. A defender con firmeza los valores por los cuales deben distinguirse: la salvaguarda de los más vulnerables, la confidencialidad como pilar de la confianza y la beneficencia como restitución de la dignidad.

La ética no se hereda ni se decreta. Se construye en la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Y en el trabajo social guajiro—territorial, intercultural y crítico—esa coherencia es un acto político que visibiliza las voces históricamente silenciadas y desafía las lógicas asistencialistas con propuestas de autonomía, innovación y empoderamiento.

La ceremonia selló un pacto con la vida misma. No con una profesión idealizada, sino con una práctica comprometida, imperfecta, pero honesta. Que el juramento de los estudiantes no sea una promesa vacía, está llamado a ser una semilla de transformación colectiva. Porque al final, como bien nos enseñan los pueblos originarios, no se trata de cambiar el mundo de golpe, sino de cuidar, paso a paso, el rastro que dejamos al caminar.

Por eso, apreciados educandos, con el alma llena de esperanza, les digo: sigan con la brújula encendida. La Guajira los necesita como técnicos eficientes y seres humanos íntegros. Y les repito, en sus manos y en sus corazones está el futuro ético del trabajo social.

 

Carmen del Carmen Salcedo

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