Para analizar el impacto de la apreciación del dólar con respecto al peso colombiano pongámoslo en contexto. Empecemos por decir que desde 1991 el Banco de la República es el responsable del manejo de la política cambiaria, después de muchos años que estuvo en manos de la Junta monetaria, sujeta al Decreto – ley 444 de 1967. Hasta el mes de septiembre de 1999 se mantuvo por parte del Emisor la conocida “banda cambiaria” creada en la administración de Cesar Gaviria en enero de 1994, dentro de la cual se movía la tasa representativa del mercado (TRM). Al abandonarla se optó por un sistema de libre flotación, que se ha mantenido desde entonces hasta el presente, sin renunciar el Banco de la República a su intervención del mercado cambiario cuando las circunstancias así lo ameriten.
El peso colombiano pasó de ser una de las monedas más fuertes del mundo hasta el mes de mayo de este año, aupada por la espiral alcista de los precios del petróleo y el carbón, que llegó a cotizarse por encima de los US $300 la tonelada, al fin y al cabo, lo que por agua viene por agua se va, a ser en este momento la más devaluada después del rublo ruso. La tasa de cambio ya superó los $4.600, el máximo histórico, acumulando una devaluación superior al 15%, atizando aún más la inflación interna. Ello no es nuevo, si por algo se ha caracterizado Colombia es porque cuando sobreviene la revaluación de la moneda con respecto al dólar el peso es de las más revaluadas del mundo y cuando se da la devaluación es también de las más devaluadas. En ello influye su gran vulnerabilidad, atribuible en gran medida al déficit en cuenta corriente de la Balanza de pagos que ya bordea el 6% del PIB, el más alto de Latinoamérica.
El Presidente de la República Iván Duque atribuye la gran devaluación que acusa el peso en la actual coyuntura a lo que podría denominarse el “efecto Petro”. En su concepto, “cuando hay mensajes que generan incertidumbre frente a la inversión de largo plazo, frente a lo que se puede avecinar en los regímenes que tienen que ver con la inversión en el campo y demás, pues yo creo que esas cosas empiezan a generar esta situación”[2]. Desde luego que el cambio extremo de un gobierno de derecha a otro de izquierda entraña incertidumbre, pero este no es el factor determinante del curso que ha tomado la tasa de cambio en medio de la turbulencia en la que se debate la economía global. Cabe recordar que la tasa de cambio el 7 de agosto de 2018 fue de $2.898.86 y cerró en enero de este año en $4.043, registrándose una devaluación del 40% (¡!) en este cuatrienio que está a punto de concluir.
Así como no ha escapado Colombia a la ola inflacionista global, tampoco está exenta del impacto de la revaluación del dólar, empezando por el encarecimiento de los bienes importados que hoy por hoy tienen un peso del 15% en la canasta familiar. Según el Presidente de ANALDEX Javier Díaz “en teoría el alto precio del dólar beneficia a los exportadores; sin embargo, es relativo, pues buena parte de los productos exportados requieren insumos o materias primas importadas que ahora son más costosos. Los productores nacionales que compiten con importados también son beneficiados, pues los bienes provenientes del exterior son más costosos”[3]. Definitivamente no hay dicha completa. Ello lo que pone de manifiesto es lo deleznable de la competitividad basada en la tasa de cambio y no en la productividad, en la cual la economía colombiana tiene grandes falencias.
También la deuda externa, denominada en dólares, tanto la del Gobierno como la del sector privado (a marzo US $175.106 millones, 49.4% del PIB), se verán afectadas por esta devaluación, encareciéndola. Ello alterará las previsiones del Gobierno actual consignadas en el Marco Fscal de Mediano Plazo (MFMP). En efecto, mientras en el mismo se proyecta una tasa de cambio de $3.924 en 2022 y el servicio de la deuda para lo que resta de este año por valor de $7.8 billones, si dicha tasa supera, como en efecto ya ha superado los $4.600, dicha suma sobrepasará los $9 billones, $1.2 billones más. Ello se traducirá en un déficit fiscal superior al 5.6% del PIB para este año estimado en el MFMP y aleja la posibilidad de alcanzar el superávit fiscal en 2023, como lo promete el actual gobierno.
Como es bien sabido el endeudamiento ya de por sí se había tornado más costoso, tanto por el aumento de las tasas de interés como por los mayores riesgos que tiene Colombia debido a la pérdida del “grado de inversión”. Es así cómo después que en 2020 la tasa para un bono colombiano de diez años era de 3.5%, hoy es del 7%, el doble (!). debido a ello y al aumento de tasas de interés por parte del banco emisor, el servicio de la deuda pública está aumentando fuertemente, restándole espacio fiscal a la inversión y al gasto social.
[1] Miembro de Número de la ACCE
[2] El Heraldo. Julio, 12 de 2022
[3] El Tiempo. Julio, 7 de 2022