Contaba mi abuela que cuando era niña, su mamá le enseñó a reconocer una planta por el olor, antes de aprender su nombre. “Huele bien, es buena. Huele mal, cuidado”, decía mientras le pasaba entre los dedos una hoja fresca de guaco. Hoy, esa misma planta aparece en una revista científica como “fuente potencial de compuestos antiinflamatorios”. Pero claro, ahora sí se llama Croton nepetaefolius, y quien lo dice tiene título universitario. Este es solo un ejemplo de cómo el conocimiento ancestral vive entre nosotros, pero rara vez es reconocido como tal. La epistemología afrocaribeña no habla de títulos ni de publicaciones indexadas. Habla de manos curtidas, de historias contadas al calor de la fogata, de rituales que sanan el cuerpo y el alma, de un tambor que habla más que mil palabras.
La palabra «epistemología» suena muy grande, muy académica, muy ajena. Pero en realidad, solo significa esto: ¿cómo sabemos lo que sabemos? Y en el Caribe afro, eso tiene una respuesta clara: lo sabemos porque nuestros ancestros nos lo enseñaron, porque la tierra nos lo mostró, porque el mar nos lo cantó. No necesitamos laboratorios costosos ni artículos de investigación para entender cómo curar, cómo sembrar, cómo vivir en equilibrio con la naturaleza. Eso lo aprendimos hace siglos, con cada paso que dimos sobre esta tierra que nos acogió después de la violencia de la esclavitud. Pero resulta que, en este mundo moderno tan avanzado, parece que solo vale lo que escriben quienes nunca han trabajado la tierra, quienes no saben distinguir una hierba buena de una mala sin ayuda de Google. Y eso, amigas y amigos, no es solo injusto. Es una forma de violencia simbólica.
Imagínate una clase de botánica dictada por una anciana en medio de un bosque. Ella no necesita microscopio para decirte qué hierba sirve para el dolor de estómago. Toca, huele, prueba, recuerda. Su memoria es su biblioteca, su piel es su tablero, su voz es su código QR. Esa mujer no tiene un doctorado, pero sabe más que muchos científicos sobre biodiversidad, sobre usos medicinales, sobre ciclos naturales. Sin embargo, si ella no firma un artículo científico, su conocimiento no existe para el sistema. Como si la ciencia fuera propiedad privada.
La epistemología afrocaribeña no es fría ni lineal. Es circular, es colectiva, es viva. No se transmite en conferencias magistrales, sino en danzas, en canciones, en cuentos, en tejidos, en recetas de comida tradicional. No hay exámenes ni calificaciones. Solo hay presencia, respeto y memoria. Nuestra ciencia también es arte. Nuestra historia también es filosofía. Nuestra música también es pedagogía. Todo lo hacemos con sentido, con raíz, con corazón.
No podemos seguir fingiendo que la academia es neutral. Ha sido, durante mucho tiempo, una herramienta de colonización intelectual. Nos ha dicho cómo debemos pensar, hablar, investigar, sentir. Nos ha exigido que hablemos en castellano, en inglés, en francés, pero ha ignorado nuestro criollo, nuestro palenquero, nuestra lengua oral. Nos ha pedido que adoptemos sus metodologías, pero ha rechazado las nuestras. Nos ha invitado a entrar en sus salones, pero solo si dejamos afuera nuestro color, nuestra cultura y nuestra dignidad. Pero ya no queremos entrar por la puerta trasera. Queremos construir nuestra propia casa. Una donde el conocimiento no sea privilegio de unos pocos, sino patrimonio de todos y todas. Donde las maestras sean las abuelas, las madres, las comunidades. Donde la sabiduría no se venda, se comparta.
La epistemología afrocaribeña no es solo una forma de conocer. Es una forma de resistir. De sobrevivir. De existir. Es decirle al mundo que no somos ignorantes, que no somos primitivos, que no somos subalternos. Somos portadores de un saber ancestral, complejo, profundo y profundamente humano. Es un saber que no mata bosques para hacer papel. Que no explota comunidades para hacer carrera. Que no silencia voces para hacer fama.
Mientras algunos llenan páginas con teorías vacías, otros seguimos llenando el aire con tambores, con versos, con sabores, con memorias. Porque aquí no se piensa con la cabeza sola. Se piensa con el cuerpo entero, con la tierra bajo los pies y el espíritu en alto.
Así que la próxima vez que alguien hable de “conocimiento tradicional” como algo interesante pero marginal, recuerda: no somos marginales. Hemos sido centro de resistencia, de sabiduría, de esperanza. Lo que pasa es que nadie nos dio micrófono… hasta ahora.
Arcesio Romero Pérez
Escritor afrocaribeño
Miembro de la organización de base NARP ASOMALAWI
Excelente, definitivamente el saber ancestral es una de las muestras de la a cultura Afro.