La Guajira, mi tierra, es un territorio lleno de riqueza cultural, ancestralidad y diversidad étnica. Sin embargo, también es un espacio donde confluyen múltiples problemáticas sociales que afectan de manera profunda la vida cotidiana de nuestras comunidades. Fenómenos como la violencia intrafamiliar, el consumo de sustancias psicoactivas, la deserción escolar, el suicidio adolescente, la migración forzada, la pobreza extrema y los crecientes problemas de salud mental, han configurado un panorama que exige respuestas articuladas, integrales y sostenidas en el tiempo.
Ante esta realidad, considero urgente la creación de un Observatorio de Patologías Sociales en La Guajira, una iniciativa que no solo permita sistematizar y analizar la información existente, sino también generar conocimiento nuevo y pertinente para la toma de decisiones y el diseño de políticas públicas más eficaces. No se trata de una idea aislada, sino de una necesidad estratégica que puede marcar un antes y un después en la forma como enfrentamos los desafíos sociales en nuestro departamento.
Las universidades con asiento en La Guajira, que ofertan programas de Psicología, Trabajo Social, Derecho, Educación y Ciencias de la Salud, tienen un papel protagónico en este propósito. Sus aulas concentran talento humano, docentes e investigadores con capacidades para interpretar los fenómenos sociales y transformarlos en insumos concretos de análisis. Asimismo, los estudiantes representan una fuerza investigativa en formación que, con la guía adecuada, puede producir información de alto valor para las comunidades y para los tomadores de decisiones.
Un observatorio de este tipo tendría varios ejes estratégicos. En primer lugar, el eje de recolección y gestión de datos, que garantizaría la construcción de bases de información confiables y actualizadas sobre violencia, salud mental, condiciones familiares y factores de riesgo. En segundo lugar, el eje de investigación y análisis interdisciplinario, donde equipos de psicólogos, trabajadores sociales y otros profesionales elaborarían informes periódicos que expliquen no solo las cifras, sino también los contextos y las historias detrás de los números. En tercer lugar, el eje de divulgación y educación comunitaria, orientado a producir materiales accesibles, campañas pedagógicas y espacios de formación ciudadana. Finalmente, el eje de incidencia política y social, cuyo propósito sería traducir los hallazgos en propuestas concretas que puedan implementarse desde alcaldías, gobernación y organizaciones comunitarias.
La ventaja principal de contar con este observatorio sería la posibilidad de tomar decisiones basadas en evidencia. Muchas veces las autoridades y los programas sociales actúan de manera reactiva, improvisada y fragmentada. Con un observatorio, en cambio, podríamos anticipar tendencias, identificar factores de riesgo y priorizar recursos en aquellas problemáticas que realmente están generando mayor impacto negativo en la población.
Además, permitiría la construcción de un archivo histórico que, a largo plazo, serviría para medir avances, retrocesos y efectividad de las intervenciones.
Otro aspecto fundamental es que el observatorio debe ser participativo y comunitario. No basta con que los académicos investiguen y produzcan informes; es indispensable que las comunidades tengan voz en la definición de los problemas, en la interpretación de los resultados y en la construcción de soluciones. La Guajira no necesita modelos impuestos desde afuera, sino procesos que reconozcan su diversidad cultural y sus saberes propios. Integrar la cosmovisión wayuu, los liderazgos comunitarios y las experiencias locales enriquece el análisis y garantiza que las estrategias diseñadas tengan mayor aceptación y pertinencia.
Desde mi perspectiva, la puesta en marcha de este observatorio requiere cinco pasos iniciales:
- Conformar un comité interinstitucional con representantes de universidades, sector público y organizaciones de base comunitaria.
- Definir un protocolo ético y metodológico que garantice la confiabilidad de los datos y el respeto por la dignidad de las personas.
- Realizar un proyecto piloto en dos municipios estratégicos para probar herramientas de recolección y análisis.
- Buscar financiamiento mixto, combinando recursos académicos, gubernamentales y de cooperación internacional.
- Incorporar estudiantes en prácticas profesionales como agentes activos en la investigación y la extensión social.
Creo firmemente que este observatorio no debe limitarse a recopilar cifras frías. Su misión es convertirse en una herramienta de transformación social, capaz de orientar programas de prevención, fortalecer la convivencia y abrir caminos hacia un bienestar colectivo más digno. En la medida en que tengamos información clara, podremos diseñar políticas públicas más coherentes y sostenibles, evitando que se repitan errores y que las soluciones sean meros paliativos.
La Guajira merece respuestas serias y estructurales. El Observatorio de Patologías Sociales que propongo es un puente entre la ciencia y la comunidad, entre la academia y la política, entre los datos y la vida real. Estoy convencido de que, con voluntad institucional y compromiso social, podemos construirlo. Hago un llamado a las universidades, a las autoridades y a los líderes sociales: trabajemos juntos en esta tarea, porque solo con un conocimiento profundo y colectivo podremos transformar nuestra realidad.
Sait Ibarra Lopesierra