LA INDIGNIDAD DEL MURCIÉLAGO

La animalidad sirve como un rico marco referencial para comprender las conductas humanas socialmente aprobadas y también las consideradas reprochables. Usamos a los animales para modelar el paisaje de nuestra humanidad, tanto en lo relacionado con los aspectos materiales de la vida como en los valores que orientan el comportamiento. El murciélago es tomado entre los wayuu como un referente de la indignidad. Pero ¿Qué es la indignidad? Esta puede ser definida como el envilecimiento voluntario. Es la cesión de la dignidad propia con miras a conservar un cargo público o preservar unos recursos materiales. Ejemplo de ello es el servilismo ante los poderosos. Otros casos revelan una reiterada injusticia, muchas personas padecen continuas vejaciones en sus cargos en un prolongado silencio. Ante la responsabilidad de mantener una familia, ellas prefieren la infelicidad a la incertidumbre.

El murciélago era en tiempos mitológicos un antiguo palabrero que solía llegar a las casas de los wayuu en la oscuridad que antecede al amanecer.  También lo hacía en las horas del crepúsculo poco antes del anochecer. Usaba un sombrero que le cubría la mitad del rostro y no podían verse sus ojos. Se expresaba en susurros y su voz era inaudible o ininteligible para el auditorio. Las disputas humanas que debía solucionar se agravaban y usualmente las familias que tenían una pequeña querella terminaban por irse a la guerra con dolorosas pérdidas de vidas y riquezas.

De la conducta de este animal también se sirven los indígenas para censurar el excesivo apego a las cosas materiales que nos depara la existencia humana. En una ocasión un joven wayuu intentaba aferrarse tozudamente a la puerta de un vehículo de transporte en donde notoriamente no había lugar para él. Ella recalcaba la posición preferida del murciélago: colgado siempre con la cabeza hacia abajo, lo que refleja una escasa dignidad.       

Esto puede aplicarse especialmente a aquellos altos funcionarios que se aferran a sus cargos a pesar del amplio clamor ciudadano para que presenten con prontitud sus renuncias, bien porque han tomado decisiones que afectan los intereses de la nación o bien porque han sido notoriamente negligentes en cumplir las responsabilidades propias de su cargo. Pese a ello, se resisten a renunciar como obstinados murciélagos.

En un estimulante ensayo sobre la dignidad humana, el filósofo alemán Robert Spaemann afirma que “La dignidad tiene mucho que ver con la capacidad activa de ser; esta es su manifestación. Lo que puede ser arrebatado a otros es, en todo caso, la manifestación externa de la dignidad. Quien no la respeta, no se apropia de la dignidad del otro, sino que pierde la propia”. Es mucho mejor renunciar a empleos bien remunerados cuando la preservación de la dignidad propia se ve amenazada por continuas actitudes despóticas. Ante estas situaciones debemos recordar las lecciones del murciélago y la sabiduría de un antiguo refrán que dice “de las buenas fiestas, de los malos amores y de los cargos públicos hay que saber retirarse a tiempo”.  

 

Weildler Guerra Curvelo

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