El gobierno y la oposición son dos caras de la misma moneda. Llámese ésta euro, como cuando gana Sánchez en el parlamento español 179 votos contra 171, es decir, 51,1% en favor y 48,8% en contra. O cuando ganó el Brexit en 2016, 51,9% en favor de salirse de la Unión Europea versus 48,1% en ánimo de quedarse.
Estos son unos de los momentos de la política en los cuales nos quedamos pensando si lo que de verdad se aplicó fue una dictadura de mayorías, puesto que las mínimas diferencias no debieran facilitar que, frente a decisiones trascendentales como formar un gobierno y salirse de un gigantesco conglomerado socioeconómico se tomaran por tan poca diferencia. No se ha inventado otra forma de dirimir estas controversias, pero al menos existe el mecanismo para dejar sentado que el ciudadano se pronunció.
Los márgenes llevan a unas crisis políticas posteriores. Los británicos no han sabido cómo darle sentido al desmonte de su participación en la Unión, y aún discuten temas tarifarios, aduaneros y otros de carácter comercial para encontrar solución al embrollo aislacionista que siempre ha caracterizado a esas islas frente a la Europa continental. Por tercera vez, Sánchez se dedica a conformar gobierno en España, cada vez con una mayoría más precaria, armada a base de saltos sobre normas de carácter fundamental de esa democracia, como una amnistía para independentistas infractores de la ley.
En Colombia vivimos recientemente un episodio similar, por su jerarquía, cuando nos consultaron en plebiscito por el acuerdo de paz con las seudo-extintas farc. Solo que esta vez, aun cuando la mayoría fue igual de estrecha, 50,2% por el NO y 49,7% por el SI, terminó el gobierno buscándole, como la hace Sánchez hoy, la comba al palo para legitimar en un Congreso adicto al presupuesto su forma de ver la paz en nuestro dolido país. La consulta al pueblo no fue aceptada por el gobierno. Acá la democracia no pegó, como coloquialmente se dice.
Es en estos momentos en los cuales debemos admitir que la democracia tiene sentido cuando se encuentran mecanismos para que podamos aplicar decisiones con sustento popular, aun cuando sea por márgenes que con su estrechez presagian una enorme volatilidad en el futuro sobre el asunto plebiscitario.
Surge de ahí también recabar sobre la estructura del gobierno versus la oposición. Se logra la mayoría y quien pierde se sitúa en el extremo opuesto de la idea para mostrar sus razones, lógica y argumentos contrarios a los del triunfador, que siempre será momentáneo, pues la gente cambia con frecuencia inusitada sus voluntades en estos tiempos.
¿Cómo, entonces, se desarrolla esta fase indispensable de una nación en democracia? Pues a través del Congreso, con todas las deficiencias que tenga. En expresiones populares, cuando se convoca a marchas para que, en favor o en contra de las políticas del regente, se siente la voz de protesta o respaldo.
Nosotros hemos tenido una larga historia de no saber expresarnos democráticamente en estas dos caras de la moneda. Nos matamos por años entre conservadores y liberales, en variados períodos de guerras civiles, por la incapacidad de aceptar que se puede perder el poder cuando se detenta, así como se puede recuperar cuando se ha sido vencido.
El tema vale la pena conversarlo cuando se discute alrededor de la conveniencia de sentarse jefe de gobierno con jefe de una fracción de la oposición. Petro y Uribe con sendos pocillos de café, el agua y el aceite, y que cada cual escoja a quien considera monstruo o salvador, se los dejo a ustedes.
Mi punto de vista es que no es el café ni la mesa conjuntos lo que hace que la democracia colombiana madure. Es la capacidad para tramitar nuestras diferencias en los espacios en los cuales la gente vea con transparencia lo que se impulsa por cada sector político. Eso de mostrarnos civilidad por decir que pueden sentarse juntos sin agredirse es una forma de retroceder a las contiendas del siglo XIX, que nos alejan de la era actual. Las declaraciones de partidos, los debates parlamentarios argumentativos, las redes sociales manejadas con responsabilidad, las manifestaciones pacíficas y las elecciones son los instrumentos para que dejen saber su opinión sobre lo que hace o deja de hacer un gobierno. Ni “le doy en la cara, marica”, ni “revisen el presupuesto de la rama judicial” -la interpretación de lo dicho por Petro sobre inconstitucionalidad del tema regalías es mía- hacen de la democracia colombiana una mejor que la de ayer, para solo compararnos con nosotros mismos.
No es un café. Es el gobierno y la oposición lo que debe regir perennemente. El sentar puntos de vista. El demostrar que el gobierno está errado, o viceversa, el lograr convencer que se cuenta con un mejor esquema para aliviar la situación social colombiana por parte del gobierno.
El resto es aroma, banalidad, falsa democracia, escurridiza manera de mostrar civilidad que no se tiene.