LA PAGADORA DEL CARMELO

El maestro Zárate era un afamado constructor que residía en Valledupar. Su fama en la comarca fue tan grande que le hizo perder su nombre. Sencillamente era el maestro Zárate.
Cuando lo contrataron para desarrollar el proyecto del colegio El Carmelo en San Juan del Cesar, buscó referencias entre el gremio de los albañiles para escoger el que sería su maestro de obra. El escogido tendría como función principal contratar los oficiales y ayudantes del proyecto, así como manejar su nómina. Rafael Brito Fuentes era el principal opcionados por su destreza en el arte del palustre, pero realmente tenía un inconveniente mayor: era un analfabeto. Apenas aprendió a garrapatear su nombre cuando lo vio escrito en una pared: «Rafael».

La historia es esta.

Rafael Uribe Uribe era un caudillo que comandó las tropas liberales en la guerra de los 1000 días. Fue asesinado en 1914 en Bogotá cuando dos carpinteros, infectados con el virus de la violencia bipartidista, le destrozaron el cráneo con sus hachuelas de trabajo, cuando estaba próximo a entrar al Capitolio nacional. Con este suceso, su fama se disparó y no hubo pueblo de Colombia que no tuviera estampado en un paredón el nombre de Uribe Uribe. Dicen que Rafael Brito lo aprendió a dibujar cuando iba algunas tardes donde Chaga Mesa y veía el nombre de Rafael Uribe Uribe pintado en alguna pared.

Retomemos el tema.

Pero Rafael Brito, que no era tonto, se las ingenió para quedarse con el puesto. Le comentó al maestro Zárate que él no sabía sacar cuentas pero que tenía una hija que era un as para las matemáticas. El maestro Zárate después de conocerla quedó convencido de la fórmula propuesta y arrancó el proyecto.

¿Cómo no iba a quedar impresionado el maestro Zárate con aquella niña de 14 años, si fue una alumna aventajada de las mejores profesoras de San Juan del Cesar de aquélla época: ¿Chela Mendoza y Josefina Zúñiga? Todavía hoy guarda destellos de su caligrafía impecable.

Así fue como María Auxiliadora Brito Molina llegó a ser la Pagadora del Carmelo, sin sueldo, claro, pero complementado la labor que no podía desempeñar su padre.

Como oficina se arrendó la casa de Rosa Corrales Molina, vecina a la nuestra, y ella se pasó a vivir en el cuarto de atrás, que tenía piso y paredes de barro.

El amplio solar ya estaba disponible para construir el más grande y majestuoso colegio del sur de la Guajira. Quedaría en la calle del Cayón en el cruce con la carrera 7a, en la antigua cancha de fútbol del barrio arriba, diagonal a la casa de Monche Orozco.

Y así se inició la obra que se convertiría en un referente en todita la región.

Los sábados, a las tres de la tarde, la romería de trabajadores ocupaba la calle de Las Flores, al frente de la casa de mis padres, esperando el pago de la semana. Las novedades de la nómina Rafael las apuntaba por la espalda del papel plateado que traían las cajetillas de cigarrillos Pielroja. No sé cómo se las ingeniaba, teniendo en cuenta sus limitaciones intelectuales, para apuntar las horas de trabajo, las ausencias y permisos de los trabajadores, pero la liquidación no fallaba.

La Pagadora utilizaba un cuaderno Titán de 100 hojas donde apuntaba lo correspondiente a cada trabajador, además de hojas independientes llenas de multiplicaciones, divisiones, sumas y restas.

Entre los oficiales recuerdo al finado Manuel Montaño y al recordado Viejo Men, que acababa de llegar de Barranquilla con todos sus refranes y la real bacanería. A todo el mundo saludaba: «Aja, Viejo Men». De ayudantes estaban Julio el de Berta, «Cojón» el de Isabel Frías, Víctor el de Trine, Álvaro el de Isabel Ibarra y «Mandinga» el de Mercedita. No se puede olvidar a Nando el de Leticia y el inmancable José de Oro. También llegó otro barranquillero de apellido Blanquiset, que era un artista para pegar ladrillos y pulir paredes, pero se escabulló cuando su novia le dijo que estaba esperando un heredero.

El maestro Zárate viajaba todos los sábados a Valle

El maestro Zárate viajaba todos los sábados a Valledupar y regresaba los lunes bien temprano. Con esta dinámica pasaron varios años hasta que entregaron en 1958 la mayor parte del colegio terminado.

Pero a mí lo que más me gustaba de aquellos sábados de alegrías era esperar que arrancara el maestro Zárate para Valledupar, y entonces algunos trabajadores del colegio de las monjas se iban para el patio de la oficina, allá en la parte de atrás, a tomarse unos tragos con «Chingue», el hijo de Rosa Corrales, que era un cantante de primera línea de la canción ranchera. El dúo que hacían «Chingue» y «Cojón» paraban los vellitos. Estoy seguro que mi amor por las rancheras tuvo su origen en aquellas parrandas inolvidables.

Llegaba Alicio Amaya con su guitarra y José Miranda con su alegría y organizaban la fiesta debajo del cañaguate, que era un árbol gigante y frondoso cuya sombra provocaba el descanso. Muchas fueroron las veces que compraron el chivo para el sancocho en la casa, donde Rafael tenía un rebaño de cabras bastante grande. Rosa Corrales diariamente barría el patio con escoba de pajitas rociando agua previamente para evitar el polvo.

Perdonen que me haya desviado del tema, pero todo esto hace parte del mismo universo.

«Arbolito, Arbolito bajo tu sombra, voy a esperar que el día cansado muera».

El día no murió, porque siguieron sucediéndose uno tras otro, pero el que sí murió fue el viejo cañaguate en cuyas ramas quedaron colgados, como nidos de toches, los recuerdos de nuestra infancia.

Luis Carlos Brito Molina

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Un comentario de “LA PAGADORA DEL CARMELO

  1. Maria Consuelo Vega Ariza dice:

    Buena crónicas, no recuerdo las parrandas, pero si a Chingue y sorracheras acomodadas de rancheras, a Meche y a sus hijos sufriendo por los malos tragos del papá.
    También recuerdo a Rafael Brito porque siempasaba por mi casa y no saludaba y lo más triste fue su muerte porque a pesar de estar muy pequeña tengo en la mente, su cuerpo rígido porque fue la primera vez q ví un cadáver, a Nina y a la todos sus hijos compungida dos por el dolor

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