Hablamos de una nueva forma de hacer las cosas, pero es un discurso fachada, vacío, cargado de postureo y apariencias momentáneas para lograr un fin político.
El ‘cambio, es hoy la palabra de moda en los discursos políticos direccionados por los estrategas de marketing, y es en nuestro país en donde se ha enquistado en el imaginario social que las cosas van por mal camino, que los líderes políticos son incompetentes, que los gobiernos de los últimos años y políticos del contexto no aportan nada bueno, y en donde las frases descalificadoras como: “son los mismos de siempre”, “los que siempre han mandado», “la política tradicional», son la espada para herir de muerte a los contrincantes, diseminando una especie de embrujo populista que ha encantado a miles de fanáticos.
El ser humano, en la búsqueda constante de lo nuevo y diferente, se lanza ciegamente a favor de lo desconocido, sin detenerse a evaluar qué representa el cambio o novedad, qué da o cómo lo da, inclusive, cuál es el precio de éste, terminando como la novia que sueña despierta con el embaucador que desata su astucia para atraparla, pero un refrán popular indica que “lo que no es de oro termina pelando el cobre»,
Para estas elecciones siempre hemos llamado a analizar las propuestas de los candidatos, pero creo que estoy equivocado, no sólo deben analizarse las propuestas, este debe ser un ejercicio transversal en el que también se analicen las cualidades y calidad integral del candidato, como las de ser una buena persona y un buen ciudadano, y si nos es posible, identificar las estrategias para llegar al poder, ya que esto nos dará una muestra de cómo sería un posible gobierno en caso de ganar las elecciones, porque históricamente, aunque no se crea, “las campañas electorales han adoptado un perfil negativo tratando de ganar la elección, por un lado, con base en las debilidades, errores y escándalos de los adversarios (en lugar de las fortalezas propias) y, por el otro, con base en la calumnia, el ataque y la difamación de los opositores o por medio de imponer un chantaje emocional o apostarle a las estrategias para generar miedo entre los ciudadanos. Y todo esto es así debido a varias razones: porque ha predominado la idea de que la política está más ligada al disenso, la destrucción y el ataque a los adversarios que a la construcción de consensos y acuerdos y porque las campañas electorales se convierten en un escenario de muerte debido a que los principios de estrategia son propios de las confrontaciones bélicas.
Desde Maquiavelo se hizo evidente que: “el objeto de la política no era otro que el poder, algo que, sin embargo, había sido velado durante muchos siglos;” pero en Colombia parece que se sigue aplicando, porque no hay un mínimo de principios que deban respetarse, tal vez los asesores pueden estar apelando a lo que alguna vez propuso Carl Schmitt cuando, al definir el concepto de lo político, indicaba que «lo que es moralmente malo, estéticamente feo y económicamente dañino, no tiene necesidad de ser por ello mismo también enemigo; lo que es bueno, bello y útil no deviene necesariamente amigo, en el sentido específico, o sea político, del término» (Schmitt, 1984: 24). La política tiene así una especificidad que le es propia, especificidad que está definida por el poder. Pero ¿se vale todo por el poder?
En esa misma línea estratégica, en la que descalificar, desprestigiar y contradecir, como verbos rectores para atacar todo lo que se haga como avance y desarrollo para el pueblo, para conjugarlos se debe involucrar el mentir y destruir, buscando convencer a la ciudadanía y que griten al unísono la necesidad de un cambio, aunque carezca de sustento, sentido y claridad.
No somos consecuentes al discurso de “cambio» cuando las prácticas y estrategias para llegar al poder son las que históricamente se han usado, y, lamentablemente, para el que no quiere ver la realidad eso no está pasando, bien dijo Tácito, que «Desde el momento que tenemos inclinación hacia alguno, todo lo interpretamos en su favor».
Misael Arturo Velásquez Granadillo