LA PERFECCIÓN ES UNA QUIMERA. SOLO DIOS ES PERFECTO

“¿Será posible que sean tan tontos? Después de haber comenzado su nueva vida en el Espíritu, ¿por qué ahora tratan de ser perfectos mediante sus propios esfuerzos?” Gálatas 3:3 NTV.

La perfección hace referencia a un estado de plenitud o integridad absoluta, que implica estar libre de faltas o defectos. ¡En esta tierra, nadie es perfecto! Quien crea que lo es vive engañado. Todos tenemos cosas que necesitan ser transformadas para ser mejores, de hecho, la biblia enseña que: “No hay una sola persona en la tierra que siempre sea buena y nunca peque” Eclesiastés 7:20. Jesucristo nos abre la puerta para que Dios obre en nuestra vida diariamente, a través de su Espíritu Santo ese proceso de perfeccionamiento. Pero conocer a Jesucristo es solo el principio, como lo dice en la biblia en el libro de Filipenses 1:6 “Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús.

Es así como, hacer a un lado al Espíritu Santo en ese camino de perfeccionamiento no es una buena idea, por ello Pablo llama tonto a quien así lo hace, dado que la labor del Espíritu Santo es precisamente transformarnos a la imagen de Cristo, de modo que lo evidenciemos en nuestra manera de vivir. Sin embrago, algunas veces solemos mostrar un rostro cuando estamos rodeados de hermanos en la fe, pero en algunos otros escenarios (hogar, trabajo, empresa, etc.) distamos mucho de ser el reflejo de Dios; esto sucede precisamente por que la obra del Espíritu Santo de Dios no ha sido culminada. Por lo tanto, se requiere escudriñar a la luz de la palabra de Dios y de manera honesta aquellas actitudes, pensamientos, acciones e incluso situaciones que hacen que no seamos el reflejo de Dios.

En ese tránsito existen dos extremos que son dañinos. El primero: es creer que ya no hay nada susceptible de ser transformado en nosotros; por lo que a veces somos tan arrogantes, que no logramos comprender que, si bien Dios ha obrado cambios notorios en nosotros, aún quedan cosas sutiles que también deben ser incluidas en ese proceso. Quizás para algunos las cosas a ser reformadas sean más evidentes que para otros, como por ejemplo los vicios, adicciones, malas actitudes, etc. lo cierto es, que lo imperceptible a nuestro razonamiento, solo el espíritu santo puede exponerlo para que podamos reconocerlo y presentarlo delante de Dios para ser renovados. No lo podemos lograr solos, es a esto a lo que hace referencia el apóstol Pablo, al decir que somos tontos si creemos que llegaremos a la perfección por medio de nuestras propias fuerzas.

Al respecto, la Biblia enseña que por más que queramos nunca alcanzaremos la perfección. “¿Quién puede decir: ¿Yo he limpiado mi corazón, limpio estoy de mi pecado?” (Proverbios 20:9). “Porque todos tropezamos de muchas maneras. Si alguno no tropieza en lo que dice, es un hombre perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo” (Santiago 3:2).

El Espíritu Santo, progresivamente nos lleva hacia la semejanza de Cristo como lo dice en 2 Corintios 3:18 “Así que, todos nosotros, a quienes nos ha sido quitado el velo, podemos ver y reflejar la gloria del Señor. El Señor, quien es el Espíritu, nos hace más y más parecidos a él a medida que somos transformados a su gloriosa imagen”. Por ello el hecho de aceptar y reconocer a Cristo como Señor y Salvador, no garantiza una transformación instantánea, y nunca llegará a ser completa, hasta que lleguemos a la eternidad. Pablo reconocía esto, como se lee en Filipenses 3:12 No quiero decir que ya haya logrado estas cosas ni que ya haya alcanzado la perfección; pero sigo adelante a fin de hacer mía esa perfección para la cual Cristo Jesús primeramente me hizo suyo.

Por otra parte, aquellos que creen que han llegado a la perfección tienden a culpar a otros de todo, miran la paja en el ojo ajeno y no ven la viga en su ojo (Mateo 7:1-5). Por esto les cuesta reconocer sus propias fallas, independientemente del proceso que Dios tenga con los demás.

El segundo camino es, abrazar la imperfección y creer que somos así y así morimos, por qué igual Dios nos aceptó así y no hay nada que hacer. En ese son, ¿Cuántas veces hemos justificado un acto de terquedad, obstinación, rebeldía o insolencia diciendo “Nadie es perfecto”? Esta es también una forma de altivez, en la cual nos acostumbramos a cosas que nos dañan e impiden la completa obra poderosa de Dios en nosotros. El consejo de Jesucristo fue: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Mateo 5:48. Pero para ello, necesitamos de manera voluntaria y concienzuda pedir a Dios que nos muestre eso grande o “leve” que requiere su intervención, para que su propósito en nosotros no tenga estorbo. Es como una escalera, cada peldaño escalado es un pequeño progreso que nos lleva a parecernos más al diseño original que fue hecho a imagen y semejanza del padre.

Hay muchas cosas que debemos dejar y permitir que el poder de Dios transforme. Nadie puede  por ejemplo dejar de fumar de la noche a la mañana, ni dejar el alcohol, las drogas, la pornografía, las adicciones, la ansiedad, el miedo, la amargura, la soberbia, el orgullo, solo con decir “voy a dejarlo, hoy no voy a hablar mal, hoy no voy a discutir”; pero indudablemente algo sucederá si hoy decidimos decirle al espíritu santo, “voy a dejar de hacerlo a mi manera, voy a dejar de creer que soy infalible, rindo todo a ti porque tú eres el experto, mi corazón puede engañarme pero a ti no”. Rindamos nuestra voluntad de manera determinada al único que tiene el poder de cambiarlo todo en un abrir y cerrar de ojos.

La perfección es una quimera, intentamos alcanzarla desesperadamente, pero siempre estará lejos de nuestro alcance. La perfección absoluta es una cualidad que sólo pertenece a Dios.  Todo lo que hace es perfecto, Deuteronomio 32:4. Su conocimiento es perfecto, Job 37:16. Su camino es perfecto, y su palabra es verdadera, Salmo 18:30. Su ley es perfecta, Salmo 19:7; Santiago 1:25. Su voluntad es perfecta. Romanos 12:2.

Lo que Dios busca de nosotros es que tengamos la suficiente humildad de reconocer que lo necesitamos para ser mejores en todo lo que hacemos, es en el reconocimiento de nuestra imperfección que comienza su acción transformadora como lo dice en 2 Corintios 12:9: «Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo».  Dios se vale de nuestra imperfección para enseñarnos algo muy importante, si pudiéramos vivir sin fallar por nuestro propio esfuerzo, dependeríamos de nosotros mismos y no de nuestro Salvador.

Debemos entonces aprender a depender de la gracia y la misericordia de Dios, y que nuestro constante esfuerzo por agradarle no nos transformará en seres perfectos, pero sí nos ayudará a desarrollar un carácter humilde, determinado, constante y sensato; sabiendo que la perfección será completada en nosotros cuando venga Jesús por segunda vez.

Vicky Pinedo 

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