LA SOMBRA DEL APAGÓN: EUROPA TIEMBLA, LA GUAJIRA DESPIERTA

El reciente apagón que dejó sin electricidad a millones en España y Portugal no fue un simple corte de luz. Fue una advertencia. En cuestión de minutos, colapsaron trenes, hospitales y redes de comunicación. Un fallo técnico bastó para poner de rodillas a dos potencias europeas, revelando lo que muchos han preferido ignorar: la seguridad energética global es frágil.

Y si mañana le ocurre a Colombia, ¿estamos preparados?

Europa vive hoy una paradoja inquietante. Mientras desmonta cientos de azudes y pequeñas presas para restaurar la salud de sus ríos y preservar sus ecosistemas, sus embalses se vacían por la sequía, y la generación hidroeléctrica cae en picada. Mientras tanto, aquí seguimos actuando como si la energía fuera un asunto técnico, no un pilar de supervivencia nacional.

Desde este letargo, vuelvo la mirada a mi tierra: La Guajira. No como columnista, sino como hija del desierto, como mujer que ha visto a su gente crecer sin agua, sin energía, pero nunca sin dignidad. La Guajira no es miseria: es poder no reconocido. Es una tierra que arde bajo el sol y vibra con el viento, donde la energía no es una promesa futura, sino una realidad que ya habita en sus montañas y en sus valles.

Con una ubicación privilegiada y condiciones climáticas excepcionales, La Guajira tiene el potencial de convertirse en el centro energético del país. Hoy, ya alberga algunos de los parques eólicos más importantes de América Latina. Pero para transformar ese potencial en soberanía, no basta con levantar turbinas o paneles solares. Necesitamos una red moderna de transmisión, inversión pública y privada comprometida, y una visión de largo plazo que incluya, por fin, a las comunidades locales.

Además, los nuevos yacimientos de gas como Sirius-2 abren una puerta estratégica: la posibilidad de fortalecer una matriz energética limpia, local y autosuficiente. En un mundo golpeado por el cambio climático, la escasez hídrica y la volatilidad geopolítica, contar con energía propia ya no es una ventaja: es una necesidad vital.

Y sin embargo, seguimos postergando. Seguimos hablando de transición mientras la represa del río Ranchería, llamada a ser el corazón hídrico y energético del Caribe, cumple más de veinte años sin concluirse.

¿Cómo es posible que un país con tarifas elevadas de energía tenga una represa inconclusa en su territorio más vulnerable?

¿Cómo permitimos que comunidades rodeadas de recursos sigan viviendo entre plantas diésel, apagones y velas?

La transición energética fracasó porque nunca fue real. Fue un eslogan sin estructura. Un discurso sin ejecución. Y ahora Colombia necesita algo más profundo: soberanía energética construida desde los territorios, no impuesta desde el centro.

La Guajira debe ser el punto de partida. No solo por sus recursos, sino porque tiene el derecho histórico a dejar de ser zona de sacrificio para convertirse en columna vertebral del desarrollo nacional.

No se trata de salvar a La Guajira. Se trata de que La Guajira salve a Colombia.

Porque si no somos capaces de ver el poder que hay en esta tierra, entonces no entendimos nada del apagón europeo.

La energía del futuro no está en los centros de poder. Está en las periferias que el poder ha ignorado.

Está en el viento que atraviesa Uribía.

En el sol que parte las piedras del Cabo.

En una represa que aún puede despertar.

Y, sobre todo, en la voluntad de un pueblo que ha esperado demasiado pero que nunca ha dejado de creer.

Europa tembló en la oscuridad.

Colombia aún tiene tiempo de encender su futuro.

Y La Guajira mi Guajira está lista para hacerlo posible.

 

Juana Cordero Moscote 

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