LAS ELECCIONES EN EE.UU.

Dado lo que dicen las encuestas, poco sentido tendría tratar de predecir quién ganará la presidencia el 5 de noviembre.

Pero vale la pena aprovechar lo que sorprende de estos comicios para tratar de entender algo de la cultura política americana.

Dos aspectos llaman en particular la atención como inesperados o por lo menos que requieren alguna explicación para un ‘analista’ desprevenido.

Una, la que estén tan sumamente iguales los dos candidatos y que sea aparentemente unánime el resultado de las encuestas en cuanto a sus predicciones (o la falta de ellas) alrededor de un ‘empate técnico’.

Lo usual es que bien sea como instrumento de campaña o como sondeo de verdad, y según la simpatía o interés de las encuestadoras, se tomen metodologías que se enfoquen sobre los resultados que se esperan.  Los medios con capacidad de influencia terminan comprometiéndose en favor de lo que desean o consideran deseable. En este caso es diciente que el Washington Post no se pronunció a favor de ninguna candidatura, lo cual no había sucedido nunca, y lo cual produjo una crisis interna con la renuncia del editor en jefe por esa razón.

El electorado americano se ha caracterizado por la dualidad de elementos que lo constituyen. Las grandes ciudades y los sectores más relacionados con el resto del mundo tienden a ser demócratas mientras que la ‘América profunda’ de los Estados más encerrados en sí mismos tiende a ser republicana. Los Estados del Norte desarrollados alrededor de la industria son más liberales y progresistas que los del sur que dependen más de la agricultura y el racismo, donde el segregacionismo se remonta más a la relación derivada del pasado esclavista que en el norte donde su naturaleza es más de proletariado capitalista.

Según el aspecto que prevalezca en uno u otro Estado (se ve en la distribución geográfica) en la elección se ganan los delegados que lo representarán en el Colegio Electoral. Por eso se sabe de antemano la composición de cada uno, y de 52 Estados solo son 7 los inciertos y de los que depende el resultado. Y no necesariamente gana el candidato que tenga el mayor voto nacional y/o gane en la mayoría de los Estados.

En esos 7 las votaciones dependen de los cambios demográficos que alteran sus tendencias sin que se consoliden aún nuevas mayorías. El ‘progresismo’ demócrata cautiva más a los sectores educados y pendientes del cambio climático volviendo ‘elitistas’ a los demócratas, mientras los sectores obreros y rurales están más pendientes del costo de vida y la inflación como lo busca el Partido Republicano. El voto mayoritario ya no es el de los adultos y la clase media ya establecida, sino el de los jóvenes y los sectores movilizados por las nuevas condiciones económicas que inciden más buscando el cambio (aunque sin saber cuál debe ser éste).

La similitud de las encuestas es en buena parte porque pesa casi exclusivamente la filiación partidista (sensiblemente igual) que se declara con la inscripción. También la muestra de las encuestas se toma con igual número de mujeres y hombres cuando en las mismas se señalan mayorías marcadas a favor de uno u otro (en el total se compensan, pero según el tema que interese más en un Estado u otro se reflejan las diferencias en la votación)

El otro fenómeno aún más sorprendente es la votación, incluso casi que cualquier voto, por Donald Trump.

¿Cómo en el país que por excelencia reivindica el origen en los inmigrantes se vuelva bandera el cuestionamiento a ellos? ¿Cómo en el país que se considera símbolo y adalid de la democracia se acepta y respalda la candidatura de quien admira a los dictadores, de quien afirma que sus generales deberían ser como los de Hitler, y que proclama que su primer día de gobierno acabará con las barreras que limitan su poder? En fin, las razones para no votar por él son tantas y tan numerosas que sobra repetirlas; lo que toca entender son las que existen para que voten por él.

Lo que sucede es que todo ser humano tiene en su corazoncito una aspiración de poder; cada uno siente una cierta envidia por el matón de la clase. Lo que para el americano es su gobierno es la proyección de lo que cada uno desearía ser. Porque machista, racista, en una palabra ‘matón’ es lo que son los Estados Unidos. Trump propone la ley del matón, y eso, con la promesa de concentrarse en mejorar sólo las condiciones propias sin tener para nada en cuenta la Ley ni el mundo alrededor, es una oferta imbatible. Además, en últimas el miedo cuenta, y para algunos que gane Trump evita la amenaza de lo que sería el desarrollo de una confrontación ya violenta como se vio en el asalto al Capitolio cuando la anterior elección el 6 de octubre.

Juan Manuel López Caballero

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