La intuición política y la certeza deductiva del exrector Alejandro Gaviria lo puede conducir por el sendero bifurcado del desgobierno de Petro. El ministro de Educación parece un hombre fuera de tiempo, cuyo retrato de felicitad poselectoral se desfigura día a día en los espejos del disenso.
En pocos meses, la “disonancia cognitiva” del gobierno nacional y sus consabidas contradicciones, nos han enseñado que cuando el poder recae en los indignos las predicciones de sus otrora contradictores se cumplen con total acierto probabilístico. Recordemos que el ministro expresó a principios de 2022 sus preocupaciones sobre el actual presidente: “El primer año nombra un gabinete de unidad nacional. No lo logra cohesionar. Pasan seis u ocho meses y no pasa mucho, se le desbarata el gobierno y Petro comienza a twittear como loco. Y básicamente ese es el conflicto que crea permanentemente: la agenda del país girando alrededor del Twitter de Petro y no se hace nada. Yo dije hace poco que me daba miedo más la inacción que la acción” (Fuente: entrevista con Juanpis González).
Parece increíble que vaticinios como los expresados por el doctor Alejandro hagan parte de las verdades irrefutables del nuevo orden: un gobierno sin agenda, no cohesionado, cuestionado, generador de conflicto permanente y gravitando en torno a los 280 caracteres del director de una orquesta desafinada. En fin, un mandatario que gobierna más con anuncios y trinos, que con decretos y realizaciones.
La semana pasada, las objeciones del ministro de Educación al proyecto de reforma a la salud, generaron una tormenta política y dejaron al aire, nuevamente, las diferencias entre dos de las carteras más importantes para el país. La relación Gaviria-Corcho sigue a merced de la “surgencia” de las aguas profundas que los distancian y su afloramiento a la superficie demuestra poca cohesión en la primera línea de gobierno. En ese mar de poca calma, ejerció el exrector su derecho a discrepar, y de paso, recurrió a sus cualidades de buen contradictor para mejorar el proyecto de reforma antes de que, en el Congreso de la República, las imprecisiones y errores queden a escrutinio de la oposición. Por lo tanto, es mejor acoger los reparos del “ministro incómodo” que ser desnudados por la opinión nacional, los sectores afectados (usuarios del sistema) y ser blanco de los señalamientos de los demás partidos.
Una discusión creativa puede enriquecer cualquier proyecto de ley, siempre y cuando los aportes o críticas sean de buen recibo. Pueda ser que el articulado final responda las dudas del ministro Gaviria, de lo contrario, se entendería que el señor presidente recurrió a una patente de “corcho” para dirimir la diferencia entre dos miembros de su gabinete.
La reforma a la salud se plantea entonces como foco de controversia y una prueba difícil de afrontar en un año de elecciones regionales, lleno de anhelos y concreciones en latencia. La misma latencia que tiene el volcán de insatisfacción del pueblo por la gestión del gobierno y cuya explosión es difícil de controlar o embotellar.
Finalmente, debemos comprender que, para gobernar un país tan diverso y complejo como Colombia, es imperativo construir con los diferentes, con tolerancia y respeto, para superar las barreras que impiden generar consensos y reformas. Porque como bien lo dijo el ministro Gaviria: “Las utopías regresivas que prometen arreglarlo todo, pueden dejarnos sin nada”.
Arcesio Romero Pérez
Escritor afrocaribeño
Miembro de la organización de base NARP ASOMALAWI