Somos unos seres actuantes en medio de las instituciones en las cuales se vive, se convive, se tolera, para participar en un mundo compartido con semejantes y otros que no lo son tanto. Con el derecho, con la moral, con los pactos y acuerdos que celebramos, hacemos de las entidades la estructura para haber podido llegar hasta donde estamos y ojalá seguir con sanidad individual y colectiva.
Por ello, frente a las estrechas caderas del parto de los montes en los cuales se está convirtiendo la convivencia en Colombia, nos vemos en la necesidad de interpretar el sentir de muchas personas que observan, ya impacientes, la selectiva aplicación de la ley por parte de los organismos del gobierno, o en su defecto, la tolerancia para con ciertas conductas que de acuerdo con las actitudes mostradas, no parecen llamarle la atención para exigir de quienes las cometen que apliquen con rigor el acatamiento a las normas del derecho.
Los romanos, creadores de la juridicidad como soporte institucional referente nuestro, dictaron una enseñanza que nos indica que la ley es dura, pero es la ley. Como quien dice, no es un tema de conveniencia, es algo de obligatorio acatamiento por cuanto si se deja al arbitrio de la interpretación, por ejemplo, de quien sufre sus consecuencias, muchas normas cesarían su aplicación al atentar contra el bienestar individual. Sí, a veces es dura. Pero es la ley, repetían hasta el cansancio los profesores de introducción al derecho.
No podemos llegar al extremo de considerar que no existan leyes injustas; las ha habido a través del tiempo. La de más notable e incontrovertible evidencia, la de la esclavitud, entendida ésta como la privación de la libertad de quien era sometido al carácter de esclavo, ni siquiera con su acepción actual de la fuerza con la que se limita la capacidad de actuar por tantos medios coercitivos que hay hoy sobre el tapete.
La discrecionalidad de concentrar la aplicación rigurosa de la ley en un grupo que ponga toda su subjetividad a distinguir cuál norma se cumple o cuál no, es altamente peligrosa como cuerpo social, como país y nos saca en un sistema político democrático. Eso pasa hoy entre nosotros.
Es como si llenáramos de porosis el régimen legal, como si agujereáramos las fortalezas de la estructura social, como si el tejido blando cartilaginoso que ayuda a que pueda moverse, siempre sostenido por huesos, en vez de facilitar el andar, nos debilitara el movimiento y nos pusiera en el suelo. Estamos a punta de ser un cuerpo fundamentalmente blando, descalcificado en laxitud para unos y dureza para otros, a contrapelo de lo que los principios de la ley nos imponen.
Es larga la lista, imposible de condensar en unos cuantos párrafos, pero la lex-porosis a la que nos están sometiendo los gobernantes actuales en Colombia nos destroza la existencia social. No es exageración.
Hay tejido blando ahora en la propiedad, aquella que incluso podía existir en la esclavitud. Una persona sometida a ese régimen tenía derecho a bienes, a hacer uso exclusivo de algunos objetos para él y su familia. Acosados por las amenazas de invasión y por las invasiones reales, ya realizadas en un sinnúmero de departamentos e incontables predios, nos volteamos a mirar al sátrapa que se queda inmutable frente a su visión de que toda propiedad proviene de un abuso cometido en el pasado, que le ha dado el derecho a cualquiera, ahora que él gobierna, a cuestionar el origen de los títulos bajo los cuales se detenta semejante derecho estructural de una sociedad.
Se castiga con la displicencia estatal la protección de una actividad humana muy propia del sistema democrático en el que vivimos. Es esa parte de la ecuación del trabajo y el capital aplicados a la empresa, esa que indica que nadie compra naranjas para vender naranjas sin pretender un rendimiento que le permita vivir, consumir y ahorrar como consecuencia de su esfuerzo productivo. Su desconocimiento nos coloca por fuera de la democracia. Nos quieren condenar a serpentear sin fuerzas para levantarnos desde la libertad. Y es la libertad la que está en juego en el régimen petrista. La libertad es también poder, es poder para actuar sin coacciones, sin menguas a nuestras decisiones, siempre que se ejerzan dentro del marco de la ley. Es la independencia de actuar frente a la voluntad arbitraria de un gobierno.
Por otro lado, observamos las pretensiones desbordadas del gobierno que buscan cobijar bajo el paraguas de la paz a cuanto delincuente quiera volverse sano, como si por el hecho de estar Petro en el poder sus espíritus se hayan renovado, sus proclividades se hayan pasmado, y en consecuencia haya surgido una nueva sociedad, carente de criminales y ergo de códigos penales. Es la continuación de la nueva política, aquella que nos indica desde el régimen que ellos escogen cuál es la parte blanda de lo dura que es la ley.
Nelson R. Amaya