LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ

El título de una de las obras cinematográficas de mayor trascendencia viene como anillo al dedo al anuncio de ENEL, empresa dedicada al negocio de la energía, en días recientes. La empresa se encuentra considerando la posibilidad de retirarse de la gigantesca inversión que viene haciendo en el parque eólico Windpeshi, en La Guajira colombiana, por los constantes bloqueos que las comunidades de varias zonas de la media y alta Guajira realizan para protestar por la poca atención a problemas seculares de nuestro departamento, sufrido, altivo y ad-portas de truncar uno de los cambios más significativos que puede haberse proyectado en la matriz eléctrica del país.

ENEL es una poderosa institución con casa matriz en Italia, la segunda en valor de mercado en el mundo entre las de su género y con ingresos superiores a noventa y dos mil millones de euros en 2022. Su expansión internacional se ha venido dando desde hace unos veinticinco años, y su estrategia clara es el impulso a la generación de electricidad con base en energías alternativas renovables que reconviertan su portafolio. Acomete este proyecto eólico guajiro, con base en la política de estímulos para favorecer nuestra generación de baja contaminación, establecida por el gobierno de Iván Duque y siendo ésta una de las pocas coincidencias observadas de continuidad a las que se apunta el actual gobierno Petro.

Sin embargo, no todo podía andar sobre ruedas. Expresa ENEL que las dificultades para el desarrollo de su proyecto han sido tales, que los ritmos de construcción han estado detenidos hasta en un cincuenta por ciento el pasado 2022, y empeora en el año que avanza. Las causas son exclusivamente atribuidas a los bloqueos recurrentes, observo yo que, para hacer notar sus problemas algunos, otros para buscar espacios políticos de diálogo con el gobierno Petro, gran favorecido por la opinión peninsular en los resultados electorales presidenciales pasados y entrabado en los pesados y parsimoniosos movimientos de la maquinaria gubernamental para llevar bienestar a una comunidad como la wayúu.

Se conoce que no es solo ENEL la constructora de parques de energía eólica que analiza la posibilidad de retirarse: Las demás presentes en La Guajira también hacen lo propio.

Son palabras mayores. Si el viento se lleva estas inversiones, la comunidad del departamento, indígena y no indígena, tendría un detrimento gigantesco en los horizontes de financiación de su desarrollo.

Por siglos, hemos saltado del comercio con las Antillas -muy poco con la Colombia más allá de la Sierra Nevada, indiferente, andina- al de la sal natural, de la cosecha del gas que le urgía al interior, a la bonanza marimbera de los setenta, y a la cosecha del carbón que no tiene unas expectativas claras más allá de quince años; y de ahí, a la esperanza de VIVIR DEL AIRE, como lo anuncié en una pasada reflexión. Es lo que nos queda: El viento, Jou´tai en wayuunaiki, ese soplo que levanta arena y pasa por la cara de las necesidades ancestrales.

¿Qué es lo que realmente queremos, al obstaculizar la construcción de estos megaproyectos? ¿Darle a entender al gobierno Petro -del regional y de los locales ni hablemos, pues no se dan por enterados de los problemas y solo aparecen para tomarse fotos- que la solución de tanto padecimiento no da espera? ¿Queremos que el tráfico de drogas también determine la jerarquía política, dado que ya está influyendo notoriamente en la económica? Así lo reconocía un importante medio regional, Diario del Norte, frente al debate electoral que tendremos en unos días. ¿Preferimos ese desorden al advenimiento de unos gigantes de metal que, de producir con limpieza unos tremendos beneficios eléctricos para el país, nos daría una descomunal tajada de sus ingresos brutos, óigase bien, brutos, que saltaron del uno al seis por ciento ayer, para ser aplicados por las comunidades en su propio desarrollo?

Cuando aparece un aríjuna -persona no wayúu, en nuestra lengua- en la zona, con el ánimo de concertar su llegada pacífica al territorio de resguardos para instalar y construir su proyecto, tiene claro qué es lo que nos hace falta, a diferencia de nosotros mismos, que de tanto sumar necesidades y anotar en las bitácoras de los gobiernos, olvidamos a quien reclamarle incumplimientos. Tal vez, evasivos, no hemos enfrentado reconocer que somos nosotros, los miembros de esa sociedad efervescente que se unió y formó en territorio y sangre por mucho tiempo, a quienes también nos debe dar el viento una cachetada. A ver si despertamos. A ver si logramos conciliar el beneficio nacional con el nuestro. A ver si, a punta de Jou´tai, le devolvemos la bofetada al porvenir y nos retamos a mirarlo con optimismo.

Estas palabras buscan la reflexión de los protagonistas de tanto bloqueo, pues no solo son quienes obstaculizan las vías, sino también el gobierno, aunado y ahogado en culpas. Es tan evidente lo mucho que hay que reclamar, que la misma conciencia de la gerencia de los inversionistas debe hacerlos voltear a mirar, con inocultable sorpresa, el caos que circunda la inacción y la indiferencia.

Que el viento no se lleve, como en la película que ayuda a titular estas notas, el futuro de tanta gente guajira.

Nelson R. Amaya

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