¡LOS PUESTOS PÚBLICOS NO SON PARA SIEMPRE!

¿Qué significa ocupar un puesto de responsabilidad? ¿Es solo una oportunidad para demostrar nuestras capacidades, o es también un llamado a servir con humildad y compromiso? ¿Es un privilegio, un deber o ambas cosas?

Llegar a un cargo público es, sin duda, una oportunidad valiosa. Es el reflejo del esfuerzo, la preparación y la confianza que han depositado en nosotros. Pero más allá de los títulos y de las funciones diarias, hay algo que pesa aún más: el impacto que dejamos en las personas, en nuestra comunidad, en nuestra historia.

En nuestros pueblos y ciudades intermedias, donde todos nos conocemos, donde los lazos son estrechos y donde cada decisión repercute en la vida de muchos, la responsabilidad es aún mayor. Aquí no somos anónimos, aquí todos sabemos quiénes somos, de dónde venimos y cómo hemos llegado hasta donde estamos. Aquí, nuestro nombre y nuestra imagen quedan ligados a nuestra gestión, para bien o para mal.

Pero, ¿qué pasa cuando el poder nos envuelve, cuando la rutina nos absorbe y nos alejamos de la esencia que nos trajo hasta aquí? Muchas veces, sin darnos cuenta, nos olvidamos de aquellos que nos rodearon antes de ocupar ese puesto. La familia, los amigos, los compañeros de camino… todos quedan relegados en un segundo plano, porque las reuniones, los compromisos y las urgencias parecen no dejarnos espacio para más.

Y es válido, porque el tiempo es limitado y la responsabilidad es grande. Pero, ¿cuánto estamos sacrificando en el proceso?

Es fácil distraerse con la autoridad, con la sensación de que nuestra voz tiene más peso que antes, con el reconocimiento que viene con el cargo. Sin embargo, no podemos perder de vista algo esencial: los puestos son temporales, pero la reputación es para siempre.

En nuestras comunidades, el eco de nuestras acciones resuena más allá de nuestro mandato. Las personas no olvidan el trato que les dimos, las puertas que abrimos (o cerramos), las oportunidades que brindamos o negamos. Y muchas veces, los comentarios que quedan después de nuestra gestión no son los mejores.

¿Qué queremos que se diga de nosotros cuando ya no ocupemos ese puesto?

El poder es efímero, pero la imagen que dejamos permanece en la memoria de la gente. No hay título, sueldo o reconocimiento que valga más que la dignidad con la que actuamos. Por eso, es importante preguntarnos:

  • ¿Estoy siendo justo en mis decisiones?
  • ¿Estoy tratando a las personas con el respeto que merecen?
  • ¿Estoy construyendo relaciones o quemando puentes?
  • ¿Estoy dejando una huella positiva o solo acumulando críticas y resentimientos?

Los cargos no nos pertenecen, son prestados. Hoy nos toca a nosotros, mañana a alguien más. Y cuando el día de entregar el puesto llegue, lo único que quedará será el recuerdo de cómo fuimos, cómo actuamos y cómo hicimos sentir a los demás.

Por eso, actuemos con conciencia, con humildad y con amor por nuestra comunidad. Porque el verdadero éxito no está en cuánto tiempo ocupamos un cargo, sino en cuántas vidas tocamos de manera positiva mientras lo tuvimos.

Al final, el mayor reconocimiento no será el título que ostentamos, sino el cariño y la gratitud de aquellos a quienes nunca dejamos atrás.

 

Fabio Torres “El Rector”

DESCARGAR COLUMNA

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Abrir chat
💬 ¿ Necesitas ayuda?
Hola 👋 ¿En qué podemos ayudarte?