MADURO NO ES UN ESTADO

El nombramiento de Álvaro Leyva como canciller ha generado una ola de optimismo y esperanza en todo el país, pero esta es aún mayor en las regiones fronterizas de Colombia. La agenda exterior de nuestro país requerirá de complejas cirugías restauradoras. Un punto relevante dentro de ella es el del restablecimiento de las relaciones con Venezuela.  Los empresarios de Norte de Santander esperan los beneficios derivados de una largamente postergada reactivación económica y un funcionario del país vecino, como lo es el gobernador del Estado del Táchira, declaró ante los medios que la reanudación del intercambio comercial y de servicios entre Colombia y Venezuela puede estimarse en unos 7.000 millones de dólares.

Curiosamente lo que hoy se percibe con optimismo fue el argumento empleado para infundir pavor en el periodo anterior a las elecciones. Un medio radial se alarmó cuando el entonces candidato Gustavo Petro anunció su propósito de restablecer las relaciones con la república vecina. La noticia fue presentada como la apertura de las relaciones con Nicolás Maduro, una figura antidemocrática que, para mayor indignación, encabeza un régimen aliado con la pérfida Rusia. Esta decisión constituiría una especie de diplomacia de la contaminación que llevaría al país a contagiarse de la enfermedad del totalitarismo. Es curioso que mientras Estados Unidos se aproxima cada vez más a Venezuela y levanta las sanciones que le había impuesto, otros en Colombia se rasgan las vestiduras y proponen marchar en la dirección contraria.

El ciudadano Nicolás Maduro Moros, nacido en 1962, aunque sea el primer mandatario de los venezolanos, no es un Estado en sí mismo. Los sujetos de derecho internacional son las repúblicas de Colombia y Venezuela y estas reanudarán sus civilizados vínculos a través de sus representantes. Dichos lazos, una vez activos, implicarán negociaciones y relaciones colaborativas. Otro de los puntos delicados de la agenda internacional es inevitablemente el de las álgidas relaciones con Nicaragua. No es necesario contraer matrimonio con Daniel Ortega, un dictador que considera que Colombia es un narcoestado, pero hay decisiones de la Corte de la Haya por cumplir y es precisamente a través de la diplomacia que se negocian y establecen acuerdos y procedimientos pacíficos entre los países.

El presidente electo recibió un marcado respaldo de los sufragantes en las regiones de frontera cuyos habitantes, distribuidos en diversas entidades territoriales como Nariño, Amazonas y La Guajira entre otras, no se circunscriben a los residentes en Cúcuta. Estas poblaciones tienen justificadas expectativas en su gestión y ven a las fronteras como dinámicos espacios de aproximación y no como rígidas barreras de separación. Son muchas las tareas pendientes en materia de cooperación económica, seguridad, ambiente, situaciones migratorias y humanitarias, entre otras.

Es duro pero necesario admitir que en los años recientes Colombia ha perdido prestigio en los escenarios internacionales. Nos hemos inmiscuido groseramente en las elecciones de otros países, hemos sido negligentes ante operaciones aventureras para atentar contra la vida de al menos dos jefes de Estado en Haití y Venezuela, la ingratitud con naciones facilitadoras del proceso de paz avergüenza, y hemos buscado inmiscuirnos sin justificación alguna como inesperados rufianes en pleitos distantes y ajenos.

En la diplomacia la paz es considerada como un valor fundamental. Ella se consagra a la vez como un medio y un fin en la construcción de la comunidad internacional. De allí el acierto en la escogencia de Álvaro Leyva, un hombre de paz, como canciller.

Weildler Guerra Curvelo

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