MAMERTOS DE AYER Y HOY

La bárbara ejecución permanece como un recuerdo mordiente desde mi juventud. Era una   mañana a principios de los ochentas en la plazuela de mi universidad. Bajo la mirada siempre ausente de San Alberto Magno se arremolinaba un grupo de jóvenes alrededor de una gallina que tenía los ojos vendados. Era un juicio a la pacifica ave que estaba acusada de negarse a poner huevos. El acto era tan inédito como humorístico y al grupo se sumaban cada vez más personas atraídas por la curiosidad. De repente alguien con mascara de verdugo tomó un hacha y decapitó a la gallina.

El público quedó paralizado. Luego sobrevino la indignación general que encabezaron los estudiantes de Biología.  “Compañeros -respondió el ejecutor, un miembro de las Juventudes Comunistas- a pocos kilómetros de aquí en las caballerizas de Usaquén se tortura y desaparece a decenas de seres humanos y ustedes cómodos burgueses se preocupan por la suerte de una simple gallina”. La torpe respuesta indignó aún más a los biólogos y la situación parecía   degenerar en una batalla campal. “Son vainas de los mamertos”, dijo alguien entre la multitud.

En ese entonces era claro a quienes se les llamaba “mamertos” y esta distinción se basaba en parte en su identidad ideológica, en parte en su indumentaria y en parte en su comportamiento. Un mamerto militaba en la línea ortodoxa del partido comunista, leía la revista Sputnik, vendía Voz Proletaria y admiraba a Gilberto Vieira.

Un mamerto escuchaba salsa y a la Nueva Trova cubana, también usaba buzos de lana, bufandas y, ocasionalmente, se vestía con ruana para manifestar su identificación con la población campesina del país. Hoy esa especie se halla casi extinta en el país y y solo podemos encontrar contados especímenes en ciertas universidades públicas y en las colecciones de paleontología. El mamertismo es hoy una antigua nostalgia que solo vive en la

mente de la extrema derecha. Esta se esfuerza por revivirlo porque lo necesita como un cadaver insepulto para alimentar el miedo de loa colombianos.

Algunos de los antiguos maMuertos son hoy ejecutivos de poderosas empresas. Todavia, con un gin tónic en la mano remueven se rescoldo sentimental del pasado y se parecen a Francisco, ese personaje de Milán Kundera que ama las marchas en su novela La insoportable levedad del ser.

Como el tiempo pasa sin darnos cuenta puede sucedernos lo mismo que a Rip Van Winkle, el personaje de Washington Irving que se duerme y despierta después de veinte años. Hoy en las redes sociales y, en ciertos círculos ideológicos de derecha, un mamerto es un poeta vanguardista, un ambientalista, el editor de un periódico norteamericano, un gitano o todo aquel que profese un ideario liberal. Un mamerto conspirador es para estos fanáticos el magnate George Soros, una de las personas más ricas del mundo, con un capital de 24 200 millones de dólares en 2015 según la revista Forbes. A Soros se le culpa de los movimientos tectónicos de la tierra, del paso de los cometas y hasta de las tormentas solares.

El más emblemático de los mamertos puede ser para ellos San Francisco de Asís, pues es un predicador de la fraternidad humana, un sospechoso animalista y para confirmar su culpabilidad hay un testimonio del poeta Rubén Darío que lo señala de ser amigo de un lobo.

Weildler Guerra Curvelo

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