Podríamos ver con optimismo el hecho que hoy restan apenas 560 días para que el Presidente Petro se vaya de la Casa de Nariño. Ese es el plazo que tenemos para que venga un nuevo Gobierno que sea capaz de darle al país la orientación y tranquilidad que necesita. Más de quinientos días puede parecer demasiado tiempo, o acaso muy poco, dependiendo de lo que quisiéramos que suceda durante ese tiempo “con el niño que se metió en la casa y se divierte haciendo un daño tras otro”. Acéptenme por favor la metáfora.
Si comenzamos por reclamar el “cambio prometido”, aquel que se pregonó hasta la saciedad en la campaña de la Colombia Humana y del Presidente Petro, podríamos afirmar que el tiempo que resta es demasiado corto para ver los cambios profundos que el país necesita en materia de su estructura institucional, y su modelo de desarrollo y la estructura productiva que debe seguirlo, y la estructura fiscal que permite que el país funcione y goce de estabilidad económica, y la estructura energética que requiere el país para operar, y la solidez jurídica y legal para conveniencia y seguridad de todos, todo ello para poder imaginar que tendremos un país viable hacia el futuro en el que todos tengamos derecho a estar bien. Ese era un precioso imaginario de cambio que se quedó envolatado en los rincones oscuros de un Gobierno corrupto, mediocre y farsante que no supo responder hasta ahora al compromiso y se enquista día tras día en toda rendija del aparato estatal. No habría necesidad de ahondar en lo dicho porque cada colombiano tiene en su haber las evidencias que le hablan por sí solas de la calamidad política y administrativa que vive el país en los tiempos de hoy. De ahí la preocupación de que haya aún muchos días por delante para que este desastre termine, si es que la cuadrilla de predadores que se trepó en el gobierno no para de hacer daños.
El fracaso de la reforma tributaria es quizás el problema más grave que enfrenta el equipo de Gobierno y es esa la primera señal de incapacidad. Más allá de imaginar un Plan de Desarrollo lleno de boquetes para poder gastar sin medida, porque esa fue su principal intención y a la vez la principal objeción que se le hizo al Plan en el Congreso y desde las autoridades de control, se buscaba disponer de sumas fastuosas de dinero para una supuesta “inversión social” sobre la que debía sustentarse y fortalecerse la popularidad del Gobierno del Presidente Petro. Al caerse la reforma, no fueron posibles los imaginados de recursos provenientes de los bolsillos de los contribuyentes, de modo que el Presupuesto de la Nación, que es el instrumento legal que regula el gasto, se quedó en el aire por falta “de dinero suficiente” para cumplir con todo lo que pudiera haberse previsto; en consecuencia, al Gobierno le correspondió pasar por la pena de hacer recorte para la vigencia 2025, so pena de generar un déficit fiscal muy peligroso que despedazaría aún más la precaria economía del país. Como resultado, el deporte se queda sin recursos, también la investigación científica, tal vez la educación, o acaso la inversión en el agro y probablemente los grandes proyectos de infraestructura estratégica, y así varios rubros que se podrían quedar “secos” si es que se consideran “no urgentes” para el Gobierno.
La medida que se adopta, más allá del recorte inteligente de Presupuesto y la reducción, o archivo, o aplazamiento de metas de inversión, es la reducción del gasto público, que suele tener efectos consecuentes en la desaceleración de la economía, porque si hay algo particular en un país como Colombia es que el gasto público puede llegar a ser el principal motor de la economía. Es decir que no es el sector empresarial, hoy visiblemente contraído y rezagado, no el gasto agregado de los hogares visiblemente empobrecidos, sino el Estado. No debería ser así, como seguramente afirmaría Keynes, pero sucede en un país como este en donde se aplazó de modo irresponsable todo esfuerzo para desarrollar la industria y el agro para generar empleo y trabajo para todos. Esta condición coloca el país en un alto nivel de dependencia del desempeño del Estado, como si estuviéramos forzados a decir que lo que importa es que al Estado le vaya bien, aunque a los demás nos vaya mal. Recuérdese, por ejemplo, que el monto total de deuda externa, según informó en Banco de la República, llegó en octubre del año pasado a la escalofriante cifra de 197,6 Mil Millones de Dólares, siendo deuda pública en más de 57%, esto es algo así como 112 Mil Millones de Dólares.[i] Sería bueno saber cómo se orientará la economía de país para pagar algún día esa brutalidad de deuda que sube sin parar.
Pues “el cambio” no llegó por este lado y el tiempo que queda no parece suficiente para lograr mayores avances, lo que permite suponer que la situación fiscal para 2025 y 2026 no va a ser de lo mejor, y tampoco hay de donde suponer que el Gobierno hallará soluciones de corto plazo que ayuden a paliar el tropezón. Ese es el tipo de daños a los que hacemos referencia y que dejan muy mal parado este Gobierno.
La evidencia crítica de escasez de recursos debería ser suficiente para prender todo tipo de alarmas en las instancias gubernamentales, con tal que fuese el propio gobierno quien tomara la iniciativa y diera el ejemplo de racionalización del gasto. No se puede gastar con locura, como si fuésemos un país saudita, lleno de recursos por todas partes. Lo que se impone es bajar el gasto y hacerlo de manera seria e inteligente, siendo coherentes con nuestra propia realidad de país modesto y necesitado de ahorros y economías. Ese hubiera sido un excelente ejercicio “del cambio”, muy saludable para el país, algo que agradeceríamos todos y aplaudiríamos sin temor, sobre todo sabiendo que el Gobierno de turno viene de abajo, del barro, y debía estar orientado por férreos principios de austeridad y racionalidad, al fin que era ese su discurso de combate mientras tuvieron las armas en sus manos. Pero no resultó así sino al contrario, dejando ver un desaforo rara vez visto en las altas esferas de Gobierno. Solo hay que ver las cantidades de dinero que se gastan todos los días con la aquiescencia y complicidad de todos.
¿A eso fue que se treparon allí? ¿Llegaron a gastar sin medida, como si no hubiera otro propósito que llenarse los bolsillos y vivir “sabroso”? Tal vez el DAPRE se anime un día a darle cuentas al país de la forma como usa el dinero de los contribuyentes en la oficina de la Primera Dama, o lo que gasta la familia presidencial viviendo en el exterior. Por supuesto que es un asunto demasiado espinoso sobre el cual muy pocos o ninguno querrá hablar. En el terreno diplomático la cosa tampoco se ve bien. Tal vez podamos saber algún día lo que gastan los embajadores colombianos – escogidos cuidadosamente de entre las huestes del Pacto Histórico- dándose “vida de reyes” en el exterior. Preguntemos, por ejemplo, cuánto le costó al país ese famoso viaje a Estocolmo para celebrar el Sesquicentenario de las relaciones bilaterales con Suecia, en el que se hicieron presentes veinte de ellos y el Buque Escuela Gloria de la Armada Nacional, como corona del evento. Siendo este un tema bastante complicado, tal vez sea más fácil conocer algún día el gasto escandaloso que representa para el país el tener carros blindados y esquemas de seguridad para tanto funcionario público que ni lo necesita ni lo merece. La Unidad Nacional de Protección ha anunciado que gastará Un Billón de Pesos en el alquiler de un parque de camionetas que llegará a más de 7.500 unidades en el 2026.[ii] ¿Pueden ustedes creerlo? Y aún no hemos hecho cuenta del número de vehículos que tienen las gobernaciones, las alcaldías y las entidades descentralizadas, y todavía sin incluir la gasolina que se consume semejante aparato y todas las arandelas que pueden presentarse. No creemos que haya forma de saber el monto anual de ese gasto descomunal. Será mejor, tal vez, esperar que haya pronto un informe serio y detallado de la gigantesca cantidad de recursos que se han venido derivando por el Departamento de la Prosperidad Social – en manos del alfil número uno, a título de subsidios de todo orden para sustentar la postura populista del “cambio” que prometió el Presidente en supuesto beneficio de los más pobres. Y tampoco hay que perder la esperanza de saber algún día la escalofriante cantidad de recursos que se pierde por la vía de las contrataciones y la corrupción, para lo cual se requiere de un esfuerzo colosal que no sabemos si lo pueda, o al menos quiera, hacer este Gobierno. La horda de burócratas que saturó los pasillos del Estado, ¿tendrá acaso consciencia de la bacanal en la que vive y lo que le cuesta al país el festín que tienen armado? ¿En qué momento cayó el Gobierno en esta locura de gasto con cargo a los ensangrentados billetes que pagan los colombianos por la vía de los impuestos? Son los colombianos quienes pagan por esa parafernalia de un Gobierno que se cree rico y con derecho a gastar, por tal razón se puede esperar que de alguna parte brote una luz que oriente “el gobierno del cambio” hacia esa verdadera transformación. El Presidente podría no equivocarse más al pensar que la pelea no es contra “los ricos” –que son los empresarios del país y luchan por sostener la producción y el empleo- sino contra la maquinaria de corrupción, gasto y despilfarro que campea en todos los niveles del Estado y tiene un nefasto efecto social.
Digamos que quizás sí queda tiempo suficiente para lograr un cambio verdadero en la conducta del Estado y las instituciones con respecto a lo que ha llegado a ser el gasto interno y el enorme peso que representa para el país el despilfarro y desperdicio de recursos. Claro está que para ello se necesita un Presidente de verdad, honesto e intachable en todo sentido, mucho más dispuesto y más decidido. Aún falta ver si tendrá el Presidente Petro el talante necesario para parar en seco la francachela burocrática que, no de ahora sino desde hace décadas, se viene enquistando en todo nivel del Estado, la misma que él mismo ha cohonestado sin freno y le ha servido para acomodar un verdadero tropel de sus seguidores de muy dudosa capacidad en los puestos más cercanos del poder.
No hay que perder la esperanza. Este Gobierno terminará dentro de un poco más de 500 días y podremos volver a poner las cosas en orden, pero mientras tanto sería un cambio realmente histórico llevar la maquinaria estatal a funcionar con el nivel de modestia y austeridad que exige el momento que vive el país. El tiempo del Presidente Petro terminará dejando una estela imborrable de errores y aciertos para la historia y tendremos que aprender a vivir con eso. Puede ser que no acumule más daños en lo que falta de aquí hasta agosto del 2026, lo cual viene a ser una formidable noticia, pero así mismo sería estupendo que hiciera consciencia de que aún queda tiempo para lograr buenas cosas que transformen para bien el desempeño del aparato estatal, el suyo, el que tiene bajo su mando, el que le debe obediencia, lo cual vendría a ser una noticia mil veces mejor.
Ya veremos, ya veremos.
Arturo Moncaleano Archila
[i] https://www.banrep.gov.co/economia/pli/bdeudax_t.pdf
[ii] https://www.elcolombiano.com/colombia/gobierno-gustavo-petro-aumentara-flota-camionetas-blindadas-unidad-proteccion-para-2026-segun-resolucion-IM23494914