Está más que aceptado que lo que importa no es lo que se dice, sino quién lo dice, cómo lo dice, y cuándo y dónde se dice.
Igualmente, repetido es aquello de que una mentira repetida mil veces acaba siendo tratada como una verdad. Así como el ‘miente, miente y miente que de la mentira algo queda’.
La realidad de hoy es que el conjunto de estas dos condiciones ha sido reemplazado por el hecho de que es la interpretación de lo que un personaje expresa lo que acaba trascendiendo.
No es la realidad de los hechos ni los resultados de un análisis lógico lo que señala el camino que deriva de la participación de un actor en un proceso sino la interpretación que prevalezca en las presentaciones al respecto según los diferentes puntos de vista.
Eso sucede en todas partes del mundo hoy en día como consecuencia de la capacidad y la forma en que se ha multiplicado el mundo de las comunicaciones. Es lo que se ha dado en llamar la época de la política sin Política (sin planteamientos políticos).
Y como consecuencia cualquier líder que desafía el statu quo acaba enfrentado con los medios de comunicación que se benefician de él.
Esto ha llevado a que lo que se calificaba como derecha e izquierda hoy estén mejor descritos como sectores del ‘establecimiento’ vs. Voceros del progresismo o ‘reformistas’.
Los medios convencionales son los que divulgan y muchas veces ‘crean’ la ‘información’ que da ‘rating’, fijando la agenda que en las redes sociales se multiplica; en ellas se limita a promover las emociones que las ‘noticias’ despiertan (de ahí la característica del escándalo, de la agresividad y la violencia que circula en ellas)
Es lo que básicamente ha entendido por ejemplo y por excelencia Trump. Ha logrado dominar el panorama mediático donde ha sido minimizado el interés por escudriñar que es verdad o que es mentira de lo que dice, qué tiene algún contenido de interés y que no (comprobado ciento de veces lo segundo), y ha sido sustituido por la ‘nueva realidad’ de la confrontación no ideológica sino de la capacidad de divulgar los fake news, las insólitas promesas de campaña, y los insultos y calificativos para desprestigiar al rival.
Es la estrategia para cualquier personaje público: no importa si de ti hablan bien o hablan mal; lo que importa es que hablen bastante (sea de farándula o político).
Hasta cierto punto es natural que en esto esté Petro.
Pero a él además sus enemigos le están haciendo el favor de complementar ese trabajo.
Lo que sucede es que los cuestionamientos, ataques y críticas no parecen conducir a nada diferente de una gran polarización. Grave es que no se ve un propósito diferente que el de impedir la continuidad del proceso que con su elección se inició. Y que como camino solo se plantea el ganar la próxima elección.
No se presentan análisis ni alternativas respecto al momento que se vive y a la nueva época y el nuevo mundo de hoy. La crítica a la persona hace que se deje de lado porqué subió y lo que como desarrollos podrá traer. Y sin eso es muy difícil pretender subsanar los errores y las fallas que se detectan.
La relevancia que aquí se ha dado -y con razón- al nuevo Nobel de Economía por la relación y el interés que ha tenido tanto como persona como en sus análisis respecto a Colombia invita justamente a no pensar en Petro sino en que lo que ha caracterizado a Colombia es su falta de instituciones y de concepto de institucionalidad en sus dirigentes.
Infortunadamente, y como ejemplo de esto, para los ‘comunicadores’ lo importante de lo que dijo el Nobel es que «Petro no tiene estrategia para sacar a Colombia adelante«.
Juan Manuel López Caballero