PENSAR NUESTRAS CIUDADES Y TERRITORIOS… EL AGUA, LA SANGRE DE LOS TERRITORIOS

Hace pocas semanas el Presidente Gustavo Petro estaba haciendo apertura de la Cumbre para la Biodiversidad COP16 en Cali, en donde lanzó como sentencia contundente nuestra general obligación de “cuidar la vida y no destruirla”.  Se le ocurrió además la idea de proponer una especie de Plan Marshall”, con seguridad tratando de dar a entender que la acción por la vida es un asunto de largo plazo que requiere de una gestión ordenada por encima de las limitaciones del tiempo, y que los Gobiernos deben comprometerse en ello por encima de limitaciones políticas. Es decir que es preciso operar de manera coherente y continuada a través del tiempo hasta lograr los resultados de “transformación y de cambio” que se requieren en los tiempos de hoy.  Por si alguien no lo sabe, o no lo recuerda, el “Plan Marshall” fue un instrumento de planificación y gestión que se puso en marcha en 1947 con recursos de los Estados Unidos para reconstruir Europa luego de la Segunda Guerra Mundial, el cual debía extenderse hasta su completa ejecución sin tropiezo ante posibles cambios que pudieran darse en la administración del país oferente o en los países receptores de la ayuda económica. Llevó el nombre del Secretario de Estado George Marshall y así lo reconoce la Historia. 

El Presidente, como es su costumbre, perdió de vista la tremenda oportunidad de concretar esta iniciativa durante la Cumbre para haber encausado el pensamiento y voluntad de los jefes de Estado que concurrieron al evento, y detrás de ellos las mesas de trabajo técnico, colmadas ellas de expertos y conocedores del mundo, para haber sentado las bases de una acción conjunta que pueda llevar el Continente y el Planeta hacia los mejores escenarios posibles en materia ambiental, es decir, un plan Marshall de prioridad superior para la Biodiversidad y la preservación de los ecosistemas fundamentales en el mundo.  Su idea de un plan que detenga la crisis en el planeta y que “descarbonice la economía” requiere de inmensidad de recursos que sólo pueden provenir de la industria que se ha hecho “depredadora” de materiales y de entornos sensibles, a título de contribución obligatoria, mientras se dan firmes y progresivos pasos hacia nuevos esquemas y modelos de producción de bienes de consumo y transformación de materiales, como en efecto ha comenzado a suceder en el mundo. Por consiguiente, no es cuestión de liderar una guerra “contra los ricos”, como pregona el Presidente, sino de conducir procesos de acercamiento entre las partes para que, de manera concertada y ordenada por el Estado, en su papel de protector de la vida, la integridad y dignidad de las personas, se pueda revertir progresivamente el proceso de deterioro ambiental y se retrase con certeza el desastre climático que se anuncia. 

Había podido el Presidente hacer en Cali una referencia más contundente al agua como componente indispensable para la vida en nuestros territorios. Dijo en tono poético, eso sí, que Colombia es “el país de la belleza” y el “corazón del mundo”, según la tradición Tayrona, y que su responsabilidad como Presidente es “luchar por la vida”, que viene a ser un pensamiento mesiánico de donde cree recibir postura para oponerse a cualquier acción o práctica que vaya en contra del acogido principio de la preservación del planeta. Suponemos que allí está implícito para él el problema del agua.  El mensaje aprendido del pueblo nativo de la Sierra Nevada de Santa Marta le ayuda a rematar diciendo que éste, nuestro territorio,   “…era un camino que contaba con todos los climas de la tierra, con todas las vegetaciones, y con todas las bellezas y aguas cristalinas por doquier, hasta llegar a las intensas olas de un mar inmenso…”[i]

Este breve postulado anterior nos sirve para precisar por qué razón afirmamos que el agua es la sangre de los territorios y que sólo en función de ella está garantizada la vida de los pueblos. No queremos sonar poéticos sino pragmáticos, porque si hemos de ser objetivos en señalar cuáles podrían ser las causas principales de disturbio entre las gentes, éstas pueden ser las luchas por la tierra y el derecho sobre los territorios, la protección, la seguridad y la supervivencia; y las luchas por el agua y el derecho a la vida.  De aquí nuestras consideraciones siguientes.

 

El agua, líquido para la vida de los pueblos.

El agua es, sin el menor asumo de duda, elemento indispensable para la vida. Ha sido y es obligación sacra de nuestras civilizaciones hacer lo que sea necesario para asegurar el agua, con tal que puedan todas las personas disponer del “líquido vital” para llevar sus vidas con normalidad.  Las grandes obras civiles de la antigüedad y del presente tienen ese propósito en particular, el de conducir el agua hasta los asentamientos, lo cual sirve para confirmar lo inadmisible que resulta hoy la falta de ese beneficio en cada territorio, cada pueblo, cada ciudad. No es por obra del azar que todas las civilizaciones surgidas desde el pasado lejano hayan preferido ubicarse en los valles, a la orilla de los ríos, para garantizar la provisión del precioso líquido, condición ésta que sigue vigente hasta los tiempos de hoy, de allí que parezca raro encontrar hoy que una ciudad o conglomerado humano no se encuentre localizado en la proximidad de una fuente segura de agua, o más raro aún, que sobreviva sin resolver su problema de agua por las razones que sean.

El desafío de hoy está en ser eficientes y competitivos en la tarea de proveer agua para todos. ¿Cómo se da garantía a una comunidad de seres humanos – sin hablar necesariamente de su número – de poder contar con el agua que requieren para los menesteres de la vida diaria? Esta viene a ser una tarea de primer orden para los gobernantes, dada la responsabilidad sacra de hacer lo necesario para proteger la vida de las personas. La tarea pasa por estudiar cuidadosamente el crecimiento y prever las tendencias de demanda hacia el futuro, para entrar con precisión en el estudio de fuentes posibles y soluciones para asegurar con alto nivel de certeza la disponibilidad del líquido en el mediano y largo plazo. Esto es pensar el problema de manera sistémica y sincronizar los esfuerzos de acción e inversión para asegurar resultados confiables en el tiempo. No se puede improvisar. Todas las soluciones, inversiones y movimientos que sean necesarios están plenamente justificados en tanto se trata de una necesidad vital que no resiste errores ni da tiempo de espera.

No es tolerable, en consecuencia, que en los tiempos actuales tengamos en nuestras ciudades y territorios personas que carecen del beneficio del agua. ¿Cómo se puede entender el caso de La Guajira y la falta de agua para tantas comunidades del pueblo Wayuu? ¿Cómo se puede entender el caso de numerosas comunidades del Departamento del Chocó, que viven en una región altamente rica en agua y carecen, sin embargo, de agua potable? ¿Cómo se puede entender un déficit nacional del 25%  en acceso al agua potable – esto es 12 Millones de personas en todo el Territorio Nacional– y  que un 7% – esto es más de 3 Millones de Personas- definitivamente no tengan acceso?[ii] No es aceptable el argumento de la falta de recurso económico suficiente para hacer todo lo que es necesario, porque sí lo hay, sólo que se despilfarra de manera miserable en las altas esferas de Gobierno haciendo gastos superfluos que el país no necesita, pagando funcionarios que no son necesarios, haciendo gastos en viajes que no se justifican, o pagando coimas y sobornos que ofenden la dignidad nacional, tal como ha venido sucediendo durante este Gobierno. Sí hace falta, en cambio, planeación objetiva y ejecución oportuna, para lo cual basta una gestión ordenada que debe estar libre de toda corrupción y con plena capacidad de cubrir la brecha en los próximos diez años.  Resolver el problema de agua en La Guajira exige más ingenio que el intento vulgar y arcaico de repartir agua en carrotanques, de repente fijando una mirada innovadora sobre la extracción desde los acuíferos o avanzando confiadamente en la desalinización, pero tendrán que ser soluciones definitivas que se extiendan con seguridad en el largo plazo.  No siempre la solución está en grandes complejos de maquinarias, pero hay que confiar en las grandes soluciones que ya están en marcha en importantes zonas desérticas del mundo para el servicio de agua potable de grandes ciudades.

Lo delicado del asunto está ahora representado en Bogotá, que tiene una comunidad dependiente de más de diez Millones de habitantes y no puede dar garantía de suministro por el simple hecho de que largos períodos de sequía, algo que no estaba previsto, o que fue peligrosamente ignorado o subvalorado por quienes tienen la responsabilidad de planificar el agua para la ciudad, han afectado la recarga natural de los embalses y han llevado las reservas a niveles peligrosamente bajos. Se puede entender que los efectos del cambio climático ya estén causando problemas de este orden, pero lo que no es aceptable es que los problemas sobrevengan y nos encuentren desprevenidos. El Presidente Petro parece interpretar la gravedad del asunto y no pierde oportunidad de entrometerse en la jurisdicción ajena del Alcalde Galán para hacerle notar su afán con respecto al problema que se configura para la Capital, los bogotanos y los vecinos de Cundinamarca, olvidando que cuando fue alcalde se opuso y no hizo lo necesario para planificar soluciones con visión de futuro que pudieran estar haciendo más manejable la emergencia de hoy.  Al Alcalde de hoy le corresponde manejar la emergencia, pero al mismo tiempo planificar y acaso ejecutar soluciones con visión de futuro que permitan reducir la incertidumbre con respecto al agua para la ciudad. Al Presidente le corresponde un papel de apoyo en la gestión para superar la emergencia, no de crítica, y en la búsqueda de alternativas nuevas con visión de futuro para cerrar el paso a la emergencia.  

 

El agua, un enemigo oculto. 

¿En qué momento el agua se torna en enemigo mortal? Desde siempre tenemos evidencia que las relaciones de los pueblos con el agua no son un asunto menor, sino que, muy al contrario, tienen que llevarse con inteligencia so pena de pagar graves consecuencias. Así como la Historia se refiere a civilizaciones enteras que desaparecieron bajo el agua, así mismo es un hecho probado que Egipto estableció una relación amistosa con su río y logró una historia de armonía y prosperidad que se extendió por tres milenios; India ha hecho y hace lo mismo con el Indo y con el Ganges; China lo hace con el Yang-tse y tantos otros en su extenso territorio; y así, el número de casos en todo el planeta puede llegar a ser inmenso, tanto como para  afirmar  que la fórmula de convivencia entre las grandes ciudades de hoy y sus ríos no es una locura, sólo que hay que saberla manejar, no sea que ese noble vecino se convierta en el peor dolor de cabeza para los pueblos.

De aquí, estamos frente al caso del río Magdalena, la arteria principal de la Patria, parte muy principal del legado natural más maravilloso que tiene el país, convertido cada vez que crece en un enemigo para los pueblos ribereños desde la bella ciudad de Honda hasta el mar. El río crece porque tiene que crecer, esa es su dinámica, de modo que no se hace nada tratando de impedir que funcione como debe funcionar, inundando las planicies medias y bajas de la cuenca para absorber el exceso de aguas invernales de toda la zona Andina, y traer de paso fertilidad y prosperidad en las llanuras de la cuenca. No hemos logrado entendernos con ese tesoro colosal de la Patria que necesita de todo su espacio para cumplir su función amortiguadora de inundaciones y portadora de nutrientes que fertilizan los suelos que deben producir alimentos, así como enriquece las ciénagas para que nunca falte el pescado. No obstante, la Nación y los municipios gastan monumentales cantidades de recursos tratando de mantener a raya el caudal para que no entren las aguas en espacios que de suyo le pertenecen, pero que han sido ocupados – formal o irregularmente-, en razón del crecimiento de nuestras ciudades. Así, de ese modo, se enfrenta el país en cada temporada con el avance del río Cauca, la otra joya grande de la República, cada vez que rompe diques y barreras para entrar en “la Mohana”, sabiendo que esa es una depresión geográfica cuya vocación es netamente fluvial y debería permanecer inundada. Es un error colosal tratar de desecarla. ¿No estableció el pueblo Zenú, más de un milenio atrás, una inteligentísima tecnología de canales que podía aplicarse hoy para manejar esa dinámica de aguas en terrenos preparados para la agricultura?  ¿La escuela egipcia del manejo de las inundaciones no sirve para nada en la actualidad?

La cuestión aquí está en hacer conciencia de los errores y equivocaciones que comete el país tratando de llevar la contraria a su propia condición natural. Los ríos no son el enemigo, el enemigo es la inacción y la negligencia, dado que, en la generalidad de los casos, los efectos no esperados – y no deseados- de la dinámica natural  de las aguas se presentan como “desastre natural”, cuando nunca es la responsabilidad del agente natural sino de todo agente antrópico que, habiendo generado modificaciones en el entorno, no necesariamente adecuadas, queda  abocado a soportar daños y perjuicios causados por aguas que buscan recuperar su cauce y que, una vez que están allí, se resisten a salir. Se alegan entonces daños en las viviendas, daños en los plantíos y cosechas, daños en la infraestructura, pérdida de animales y de vidas humanas, que son todos elementos que probablemente no deberían estar allí; de seguro no era el cauce del río el lugar más seguro para establecerse. 

Pensemos también en la enorme cantidad de dinero que gasta el país tratando de imponer soluciones costosas que pueden ser inadecuadas, o contradictorias. Tratar de desecar, o desviar, o canalizar las aguas puede ser un error demasiado costoso, cuando se puede hacer aprovechamiento más adecuado de los espacios sin intervenir las dinámicas hidrológicas; solo es cuestión de estudiarlas y aprender a sacarles provecho.

 

¿Podemos con el cambio climático?

En la mente de todos está la idea de que el “cambio climático” ya está aquí, ya está sucediendo, y ya comienzan a verse las consecuencias.  Un “Plan Marshall” enfocado a la acción de gobierno para enfrentar la cuestión climática puede ser una buena idea global, en tanto puede ser una fuente interesante de recursos orientada a financiar iniciativas concretas de amortiguación para beneficio de la humanidad, pero no va a suceder en tanto no sean los propios gobiernos quienes toman iniciativas para ordenar la acción conducente a enfrentar los efectos del cambio. Son los Gobiernos los primeros responsables, por lo tanto, es poco lo que se hace reclamando ayudas en las oficinas de las Naciones Unidas si no se ofrece evidencia clara de que al interior de los países está comenzando a ordenarse la acción, y en función de ese ordenamiento se organiza y se planifica el esfuerzo fiscal. En vez de estar  alegando contra las economías mundiales, parece más conducente ordenar el trabajo en el propio territorio, en donde se sabe que hay mucho por hacer: hablemos del freno a la deforestación; hablemos de la planificación del territorio para fines agrícolas y de agroindustria; hablemos de la re –ganadería, que quiere decir del fin del pastoreo extensivo; hablemos de la protección de los ecosistemas; hablemos de la re-minería, que quiere decir el fin de las prácticas de minería ilegal o de la gran minería de cielo abierto sin reconstrucción ambiental. Soluciones puede haber muchas, pero no servirán de nada mientras los Gobiernos no se pongan a trabajar en serio sobre el tema.

 

Arturo Moncaleano Archila

[i] Crédito:  https://www.infobae.com/colombia/2024/10/20/gustavo-petro-dio-apertura-la-cop16-en-cali-tenemos-que-cuidar-la-vida-y-no-destruirla/

[ii] Son cifras DANE 2023.

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