“E insistiendo el rey que era su deseo ir más allá hasta horizontes nunca antes alcanzados, ordenó a sus lacayos soltar las amarras para permitir que su globo alcanzara las alturas. El maravilloso artefacto se elevó permitiendo que “su majestad” pudiera observar desde más arriba lo que acontecía en su reino (…) El objeto voló por horas, ya sin la limitación de los lastres, mientras “su majestad”, extasiado, daba gusto a sus ojos con la inmensidad del paisaje que se inclinaba bajo sus pies. Las horas corrían presurosas, sin embargo, el Rey no deseaba salir de su asombro, así es que ordenó continuar en su viaje, sin reparar demasiado en las nubes de tormenta que se avecinaban por el poniente (…) con tan desgraciada fortuna que los vientos enfurecidos impulsaron la nave más y más y más allá en horizonte, hasta que finalmente se perdió de vista. (…) Pasaron los días y se cumplieron los meses, y nadie volvió a saber del globo y del hombre que decidió viajar en él hasta los confines del horizonte. El Rey nunca regresó a su Reino… y tampoco sus humildes servidores volvieron a preguntar por él. En realidad, nadie lo echó de menos. (Fragmento del Cuento “El Rey que voló”. Escrito por Arturo Moncaleano Archila – marzo de 2013)
Mis amigos, comienzo por declarar mi más absoluta “objeción de consciencia” con respecto al Presidente, y mi total imposibilidad de tolerar los inadecuados comportamientos en los que incurre día tras día. Desde su lanzamiento como candidato presidencial, y particularmente cuando logró pasar a segunda vuelta, manifesté mi decisión de no votar por él por considerarle una persona inadecuada para el cargo, falto de talante para ser Jefe de Estado, poseído por una patológica vanidad personal que le había llevado hasta la obsesión de “ser Presidente” sin importar el costo y lo que hubiera que hacer, decir, o prometer. Confieso con dolor que la disyuntiva electoral de la segunda vuelta del 2022 no dejaba para mí ninguna opción, porque si no iba a votar por Petro, Hernández era una opción cientos de veces peor, lo cual me dio claridad sobre la blancura de mi voto para “elegir el Presidente de los colombianos”.
La cuestión mía con Petro no es reciente. Viene desde muy atrás desde cuando el país le conoció sus andadas en el M19, en donde se dio el lujo de hacer cuanta porquería quiso. Los medios han dado cuenta de todo ello. Desde allí mostró qué clase de persona es. Sabemos que cada quien es como es y que eso nunca se quita, de modo que no hay que esperar grandes cambios a lo largo de la vida. De ello dan cuenta todos los estudios sobre la personalidad de las personas, por lo tanto, no hay novedad que podamos registrar nosotros. Petro maduró con el tiempo en sus aspiraciones políticas y llegó a ser Senador, un buen Senador quizás, desde donde mostró su talante crítico y decidido contra las actitudes corruptas que invaden el Gobierno de Colombia en todos los niveles. En esa tarea, se le abona sin problema, convenció a un sin número de colombianos que pensaron que había en él un hombre capaz de llevar el país a mejores destinos, según era su discurso en los recintos del Congreso.
Muchos como yo, que caímos a veces en la hipnosis de sus quimeras, buscamos ahora y con afán en qué momento se salió del camino correcto. La respuesta puede estar cuando, en su afán de abrazar el poder, le dio por ser Alcalde Mayor. Esa meta lograda en 2012 le dio la oportunidad de sentir en sus propias manos “las mieles del verdadero poder”, aquel que permite escalar en las esferas del Estado para hacer y deshacer a propio gusto y conveniencia. Sin discutir aquí los detalles de su mediocre pero intrépido gobierno, el reconocido Senador se transformó con el paso de los días en otra clase de político, ya no aquél que criticó hasta la afonía los gobiernos corruptos y proveedores de prebendas y “mermeladas”, sino en uno que conoció de cerca la responsabilidad de conducir los destinos de una Ciudad y servir con dedicación los intereses de los más necesitados. Entonces decidió ser Presidente y adoptó como arma principal de campaña el discurso del “cambio y la lucha contra la corrupción”.
Si vamos a ser objetivos, tenemos que reconocer que “la afirmación del cambio y la lucha contra la corrupción” fue ganadora, al fin que más de la mitad de los colombianos -yo no-, le creyó y le dio su voto. Entonces cuesta mucho trabajo aceptar que, una vez elegido, ya con la responsabilidad de la Nación en su espalda, como Jefe de Estado que es, haya caído en solo unos meses en el más vergonzoso y deplorable estado de corrupción, todo para conseguir resultados a su modo: al costo que sea. La escandalosa situación de saqueo y desviación de dineros hacia las manos de políticos corruptos ya no se puede ignorar ni ocultar. El escándalo nos ha llevado hasta los más alejados rincones del mundo, y la muy recurrida acusación de la que hemos sido víctimas por décadas, de que somos el país de la droga y narcotráfico, razón por la cual a todos los colombianos nos ven en el mundo como “traquetos”, así sea de broma, ha pasado a un segundo lugar porque ya se nos ve como el país más corrupto del mundo, en donde el Presidente es el número uno. Por más esfuerzos que haga el Presidente para decir que no tuvo nada que ver, nadie le va a creer. Por más esfuerzos que haga para decir que la culpa es de López, nadie con dos gramos de inteligencia le va a creer. Al Presidente le sobra soberbia para negarse que su nefasto gobierno está sumergido en excrementos hasta el cuello y que lo mejor que puede hacer, lo más digno, lo más Honorable, es irse con toda su cuadrilla de malandros.
Pero no lo hará porque le sobra soberbia, como he dicho. Seguirá su camino como si nada, ausente de la realidad y de las turbulencias por las que ha conducido al país. Para él no es importante lo que está sucediendo y su excesiva vanidad personal no le permite ver eso. Piensa que la culpa de todo la tienen los medios, que desdibujan su gestión de gobierno, cuando la realidad demuestra que es él, y nadie más, el responsable de todo desacierto, de todo desmán, de todo comportamiento impropio de un Jefe de Estado. ¿Acaso no sabe, o no supone, cuáles son las obligaciones de un Jefe de Estado?
Es que me parece que el Presidente no se preparó para eso, para ser Presidente de un país que le reclama Dignidad, Decencia, Responsabilidad, Coherencia, Disciplina, Gallardía… y Honorabilidad. Sobre todo, ésta última. Si no es así, ¿cómo se explica el deplorable incumplimiento del Presidente en el desfile del 20 de julio, siendo éste el principalísimo acto público del Jefe del Estado frente a las Fuerzas Militares y a la Nación Civil?
El Presidente arrastró por el piso la dignidad de su cargo y embarró la cara de todo su pueblo, no solo con su ausencia en la Fiesta Nacional sino con su inadecuado atuendo, como si tuviera una cita más importante en la playa. ¿Será por desgracia que está pensando en pasar la Fiesta Nacional para el 19 de abril? A propósito, pocos días atrás el Presidente arrastró por el piso la dignidad de su cargo y la dignidad del pueblo colombiano al dejar incumplida la Agenda de Visita Oficial en Panamá, lo cual es una ofensa de Estado con el Presidente anfitrión, rematando este desplante con su imprudente “paseo” en la noche por la ciudad de Panamá, tomado de la mano con alguien que no es esposa, mientras en la Casa de Nariño se armó tremenda francachela para celebrar la fiesta de la Diversidad de Género, no sabemos si aprovechando su ausencia. Esa inatención ya es costumbre de él, sólo basta recordar las numerosas ocasiones en las que ha dejado “peinados” Gobernadores, Alcaldes, Gremios, personalidades que le invitan a actos de relevante importancia y el Presidente no llega.
Colombia no se merece un trato tan indigno de su propio Presidente. El país no resiste que el equipo el Presidente esté entronizado en el gobierno y saqueando los recursos de la Nación, esto está claro, pero tampoco resiste que el Presidente se ausente de la vida nacional, y menos que ande por ahí haciendo desplantes que nos cuestan demasiado al país y a los colombianos. Por eso me dije a mí mismo, desde un principio, que el hombre no era el indicado para ser el Presidente, y me enorgullezco de no haber votado nunca por él.
Ahora entienden mis amigos el sentido del encabezado que acompaña este escrito.