Si un Jefe de Estado quiere poner nervioso a su pueblo, basta con anunciarle reformas. La reacción social ante un anuncio de ese calibre no es pacífica y menos placentera, y tampoco entraña tranquilidad, porque la acción de reforma, sobre todo en asuntos sociales, tiene implícita la incertidumbre sobre el resultado. La fuerza y virtudes de un Gobierno se hacen visibles cuando se está seguro que fueron acopiados los mejores diagnósticos, se realizaron los mejores cálculos y se tomaron en cuenta los efectos de todo orden, siendo estos directos y colaterales. Y se hizo de paso el mejor análisis de daños, estos sí colaterales casi todos, para incorporar medidas de amortiguación y restablecimiento. Es cierto que nadie es tan capaz de predecir y prever todo lo que puede suceder cuando se introduce una reforma en el terreno de lo político, lo económico, lo social, pero acercarse lo mejor posible a las soluciones es una medida inequívoca del buen talante de un Gobierno, o del Espíritu de Estado que le anima y le orienta.
Se podrá decir, a título de simple reflexión, que las épocas más difíciles de la Humanidad en tiempos de paz han sido los tiempos de reformas, y todo por el simple hecho que se afecta para las gentes la tranquilidad y el ritmo que con el tiempo se hace norma. A nadie le gusta que le cambien la “Regla de Juego”, y cada vez que ha sucedido, “la sangre ha colmado los ríos”, como trata de cantar La Marsellesa. Para la Humanidad los reformismos, sean éstos de orden político o religioso, o ambos, han sido tiempos llenos de incertidumbre y convulsiones irrefrenables, muchas veces conducentes a guerras intestinas que se repiten una y otra vez como si no hubiese memoria en la conducta humana. A eso se expone un gobernante cuando decide entrar en dinámicas de reforma, y no lo decimos porque no deban hacerse, claro que no, sino que, al contrario, cuando se hagan, obligan al más alto grado de responsabilidad y cuidado, habiendo reconocido ya los riesgos que subyacen.
Petro entró optimista en tiempos de reforma y condujo a la Nación, obviamente sin proponérselo, hacia un vórtice de incertidumbres y desconfianza. El huracán de los efectos apenas se insinúa y nadie puede hoy imaginar el curso que pueden tomar las cosas. Pareciera que los analistas se quedan cortos en su análisis de los efectos, lo cual puede ser grave, pero es mucho peor que el Gobierno no sepa el curso que quiere dar al proceso y, para salvar la emergencia, anuncie el Presidente con inusitada frecuencia que va a cambiar de ministros para re-direccionar el trabajo del Gobierno. No quiero pasar de altanero, pero me viene a la mente la imagen de un corcho bailando en un remolino.
La Tributaria (Ley 2277 de 2022) tropezó en la Corte Constitucional por grave error de concepto. La Corte señaló que “se declaró la inexequibilidad (…) porque la reforma introducida por el Gobierno “…prohíbe la deducción de las regalías de la base gravable del impuesto de renta de las empresas dedicadas a la exploración y explotación de recursos naturales no renovables» (Art.19). Es decir que el Congreso no puede prohibir esa deducción de la base gravable. Mientras tanto se escucha al Presidente afirmar permanentemente que por acción de la Corte se quedó sin “un monto muy importante de recursos en su REFORMA TRIBUTARIA PARA LA IGUALDAD Y LA JUSTICIA SOCIAL”. Así es que afirma que no logró su reforma y su Plan de Gobierno sufre las consecuencias, no por responsabilidad de él y su Gobierno sino del Congreso y de La Corte, que se le atravesaron en el camino.
La Pensional también pasó por el Congreso, pero no hay para ella augurio de larga vida gracias al golpe mortal que le dio la Cámara al aprobarla sin debate y bajo la figura de “acoger lo que aprobó el Senado”, de tal modo que la Ley sale con una falla de procedimiento que la Corte Constitucional podrá ver a kilómetros de distancia; además, no se incorporaron las modificaciones de la Comisión Séptima, lo cual puede acarrear reparos adicionales en la Corte o acciones legales posteriores. La reforma es necesaria, el país la necesita, pero el error de procedimiento en medio de la pereza y apatía con la que se cumplió el trámite en la Cámara de Representantes puede dar al traste con la iniciativa, después de acudir de manera cuestionable a la manida figura de «aprobar el texto que salió del Senado». La reforma en sí misma no es perfecta, podía haber sido mucho mejor, pero el Gobierno se empeñó en presentarla de esa manera y ahora corre el riesgo de perder todo su esfuerzo, sin contar con los daños colaterales que ya causa. Crece el torbellino de incertidumbre.
La reforma a la Salud se reventó en el Congreso. No logró el Presidente y su Gobierno el cometido de reformar la salud por múltiples argumentos que no fueron bien resueltos por el equipo de Gobierno. Se podía decir que el país se salvó de ésta, pero no, no se salvó porque se desencadenaron efectos colaterales que están haciendo un daño descomunal al producirse el retiro del Sistema de Salud de las compañías privadas que prestaban el servicio de EPS. La reforma del sistema también es necesaria, nadie discute eso, pero precisamente por su enorme importancia era una preciosa oportunidad para que el Gobierno, en vez de pasar de autoritario, hubiese convocado a todos los entes privados vinculados para llegar a una modelo de mejoramiento que permitiese la optimización en la aplicación y uso de los recursos de la Salud, al tiempo que se hubiesen estabilizado y mejorado los servicios. Pero es que un Gobierno impulsado por el orgullo y la soberbia cae con facilidad en el terreno de la revancha, y en ese ambiente de odio jamás va a llamar a nadie de quienes el Presidente llama “la Derecha” para consultar y hacer consenso. En cambio, señala a “la Derecha” como culpable del fracaso de la reforma en el Congreso y adopta medidas administrativas, ojalá bien pensadas, ojalá no arbitrarias, para reorganizar el Sistema de Salud. Según el Presidente la reforma va de todas maneras, le guste al país o no, lo cual agrega una dosis de pólvora que puede ser la causa de graves detonaciones más adelante. Crece aún más el torbellino de incertidumbre y se asoman peligros peores.
Y entra en su turno la reforma a la educación pública, que se mueve en un terreno altamente beligerante. Si hay en Colombia un colectivo social con memoria, con antecedentes de victorias políticas, con largos caminos de lucha recorridos y con mucha historia, ese es el de los maestros. Son ellos, en muchos sentidos, el pilar de la Nación. Los maestros vienen a ser con frecuencia la única presencia visible del Estado en los rincones más apartados, luego les sobra casta y mérito para reclamar atención y participación en cualquier proceso de reforma, sin embargo, se encuentran frente a un proyecto que no consulta su más valiosa esencia, cual es la de la autonomía e independencia de criterio, según consagra la Constitución. Por consiguiente, se han ido a la calle, porque es ese el lugar en donde se ejerce el otro derecho superior, cual es el de la protesta. En la calle se han conseguido sus victorias más gloriosas y este caso no podía ser la excepción.
¿Ignorará el Presidente y su Gobierno las señales que vienen de las calles y territorios? Son los maestros, son los pensionados y la inmensa fuerza de trabajadores que aspira a pensionarse dignamente algún día, son todos los hombres y mujeres que trabajan día tras día para llevar sustento a sus hogares y ven con angustia cómo se cierra sobre su espalda y su garganta el yugo de los impuestos, el desempleo, la falta de oportunidades, la desigualdad, la inequidad. ¿Quiere el Presidente jugar con candela? ¿No ha visto ya el Continente lo que ha ocurrido a presidentes de Argentina, Bolivia y Ecuador, sólo a título de ejemplo, cuando el pueblo se levanta presa del hambre, la angustia y la desesperanza?
Petro decidió signar su Gobierno con el sello de la Transformación y el cambio, cabalgando en el lomo de las reformas hasta lograr su cometido de transformar las instituciones a su gusto y entendimiento, mejor aun cuando en ello se arranque todo asomo de poder a las “élites de derecha que -según afirma en su repetido discurso- se han apropiado del país y han excluido a los plebeyos de la participación en todos los ámbitos políticos, económicos y sociales”, aunque con ello desmantele y destruya el raquítico aparato productivo que nos queda. ¿Sabrá el Presidente lo que está haciendo?
Arturo Moncaleano Archila