Dentro del decálogo del tirano hay dos herramientas ligadas que vimos plenamente en acción en nuestro país en la triste semana pasada.
Se trata de la propaganda y la mentira institucional. Ojo, claro que estas herramientas de gobierno totalitario han estado en movimiento durante la administración Petro antes de manera intensa.
También es cierto que estas herramientas han sido utilizadas con largueza en anteriores gobiernos, sin necesariamente apuntarle a la perturbación sistemática de los valores democráticos. Propaganda y mentira institucional son herramientas que tapan la incompetencia, la corrupción o la ineficacia de todos los gobernantes y mucho de estas se han tenido que tapar en nuestro país.
La saliente alcaldesa de Bogotá perfeccionó estas artes “demostrando” su preocupación por la inseguridad de los bogotanos para tapar su incapacidad en garantizar la seguridad. Se ocupó de convencer a la prensa receptora de publicidad y otras gabelas, de sus habilidades como ejecutora mientras todos los grandes emprendimientos de la capital se hundían en el retraso, la caducidad y la imprevisión. Los fines de la socialista más opcionada a suceder a Petro, fueron los de pavimentar su aspiración usando para ello sin vergüenza todos los medios presupuestales a su alcance y una porción mayoritaria de su tiempo de gestión.
Así que, en últimas, no hay en realidad nada nuevo en el devenir de la semana pasada alrededor de la crisis creada por Petro desde sus globales admoniciones y escándalos sobre un imaginario golpe de estado en su contra liderado supuestamente por la cabeza de la jurisdicción ordinaria en pleno, mediante la negativa a la elección pronta de un reemplazo para el fiscal general saliente.
¿Por qué hablar de ello entonces? Porque es evidente que el régimen que rodea a Petro y sus asesores estratégicos de comunicaciones han dado un paso adicional en la utilización de las herramientas referidas.
La propaganda no solo es útil, para el gobernante o el aspirante de tirano, para motivar a sus bases, a sus gobernados e ilustrar a sus factores de poder respecto de sus iniciativas de gobierno. Es determinante para distraer a la opinión de las intenciones reales del tirano o de los efectos perversos de sus actos de gobierno.
En este sentido el uso de la propaganda por parte de Petro ha sido destacable, solo equiparable a los más connotados dictadores socialistas del panteón siniestro de esta ideología. Mezcla la capacidad histriónica para generar relatos cautivantes, legitimados por su propia medida de pseudociencia (es tan desvergonzado que ni siquiera acude muletas científicas generadas por intelectuales del régimen de izquierda, sino que esas muletas las inventa él solito como resultado de su constructivismo intelectual paranoico), con la propaganda desaforada, incluida simultáneamente en el discurso. Una mezcla discursiva de Hitler y Goebbels. Un dos en uno de la tiranía si se quiere. ¡Un combo!
Esta dualidad de habilidades le ha permitido a Petro y a sus estrategas de comunicaciones mantener el control de la agenda mediática de manera casi que ininterrumpida desde la campaña presidencial hasta ahora.
Petro distrae la psique nacional de manera constante. La rotación sistemática de ideas y conceptos, la introducción recurrente de fantasías, denuncias temerarias y psicopáticas, versiones desaforadas de la historia universal y colombiana y la creación de enemigos ocultos o evidentes, configuran prácticamente el 100% de su escaso tiempo útil de gobierno.
La prensa nacional y regional, ansiosa de tráfico digital, hambreada de recursos, recortando costos de producción, reemplaza periodismo por difusión de esta agenda estrafalaria de nuestro gobernante. Como pajaritos, hambrientos que no crédulos, recogen las semillas que diariamente dispensa Petro sin importar su tipo ni adonde las bote.
Así logra el gobierno que el escándalo de hoy borre el escándalo de ayer, que una mala idea sustituya a la anterior, que una incuria desplace a otra, que la incompetencia y ausencia de acción ejecutiva sea ignorada y habilidosamente se mantiene un ritmo frenético y ensordecedor que acalla las voces de una oposición que queda automáticamente sin foro y de cuyas voces solo las que estén dispuestas a abandonar el decoro o la vocería racional logran algún registro.
Petro es como el parlante gigante de un oscuro burdel de pueblo que impide cualquier otra actividad en derredor a la vez que oculta las prostitutas decaídas, tramposas y la dispensa de trago chiviado.
Y el país sobrevive a medias a este trote y se tapa los oídos frente al estruendo del parlante oficial. “Hay que seguir trabajando”, hay que sobrevivir al desastre.
Pero de nuevo la semana pasada, siento que hemos dado un paso más en la degradación de las comunicaciones de este gobierno, para no tocar la degradación implícita en negarle los juegos panamericanos a Barranquilla o restringir intencionalmente las fuentes fiscales a las capitales graduadas de “opositoras” y a los industriales de las concesiones públicas para reventarlos económicamente y someterlos o comprarles, a precio de rebaja, sus activos.
Esa degradación ha sido la introducción de un concierto para la mentira institucional. Todo el gabinete y los áulicos de siempre han salido a negar la realidad evidenciada por todo el país en cuanto a las acciones y mensajes de presión descarada e inconstitucional contra la Corte Suprema de Justicia en el ejercicio de sus funciones nominadoras por parte directamente del presidente Petro. Y el concierto de la mentira se extendió descarada e intencionalmente a los efectos de la iniciativa presidencial materializados en el bloqueo y practico secuestro de la totalidad de los magistrados de las altas cortes que sesionan en el palacio de justicia de la plaza de Bolívar en Bogotá.
Lo más parecido a la tragicómica intentona de Maduro de desdecirse de lo dicho sobre cómo se quedará en el poder a las buenas o a las malas.
Y así como a Maduro le compran sus versiones los medios de izquierda global y los socialistas de la revolución del primer mundo, en Colombia los periodistas de la payola le cogen con el piquito las mentiras del día a Petro para mantener el rating y el flujo de publicidad que los alimenta.
Enrique Gómez Martínez