¿QUÉ HACEN, ALA?

He vivido en los dos mundos y tengo esa mezcla sanguínea que me brinca dentro del sistema lo suficiente como para buscar cómo aprovechar lo bueno de cada uno. Pero esta vez, ni modo, ala, toca cantar alguna tabla al andino dirigente, con la forma como desde la cercanía intergaláctica que cacarea, nos lleva directo pal estanco.

Bogotá es el resultado de las desventuras de Don Gonzalo Jiménez de Quesada, quien, agobiado por la dureza del clima cálido y los bichos raros que les hicieron la vida imposible en el trópico, sintió paz y consuelo en la sabana cundiboyacense. El oro parecía ser lo de menos, pues los taironas, los caribes y los chibchas que encontró en su cruel ascenso al altiplano también lo tenían, lo manipulaban y lucían ostentosos en sus cuellos y brazos. No era lo que buscaba, era de lo que huía con cada ascenso a un nivel diferente, menos agresivo a sus desgastadas huestes y su oxidada armadura.

La decisión de quedarse por allá para fundar la ciudad que terminó capital de la Nueva Granada no pudo haber sido más inconveniente. Encerrada entre montañas, con largos y difíciles recorridos para llegar a ella desde las costas, la natural forma de comunicarse con los patrones en España, la hacía ver más como un claustro que como una urbe. Estoy por creer que lo que querían era eso: mantenerse lo más lejos posible de los mandatos de la corona hispana.

Saltándonos el recorrido histórico por los tiempos coloniales y de independencia, la vida republicana nos deja un sinsabor con los retoños santafereños, los llamados a despotricar de Bolívar por impositivo y caribe y a acoger a Santander, por legalista y andino. De nada valió el desprendimiento del Libertador, pero de mucho sirvieron las andanzas de Francisco de Paula con las arcas grancolombianas.

Terminó siendo Bogotá la capital de la región independizada, a fuerza de haber consolidado su desarrollo y tamaño desde el principio de los tiempos conquistadores y haber alojado la clase gobernante durante doscientos ochenta años, desde su fundación hasta la independencia, por lo que nadie se atrevió a imitar lo sucedido en otras latitudes, donde las ciudades capitales reposan al pie del mar.  El repudio más categórico del aislamiento sabanero, no son los orejones que hoy en día casi ya no cuentan Holstein sino edificios, sino la frase contundente de Miguel Antonio Caro, quien dijo sin reato de conciencia que aspiraba morir sin conocer el mar.

Con otro salto de garrocha a nuestros días, las voces de los bogotanos y de todos los habitantes de la capital, llena de colonias de las regiones por la necesidad de encontrar una buena educación y oportunidades laborales y profesionales, han sido rebeldes en materia política. Liberal en gran medida, acogió los designios de los López y los Lleras y tuvo en Carlos, de estos últimos, un portaestandarte insigne. Votaban por quien él les dijera. Luego de la convulsionada década de los ochenta, cuando irrumpió el poder satánico del narcotráfico en la vida nacional, la voz andina lloró al sacrificado Luis Carlos Galán, junto con los demás colombianos. Creo que fue esa la última vez que nos pusimos de acuerdo en algo.

De ahí en adelante, los respaldos electorales los captó la izquierda. No hubo llerismo que valiera, ni liberalismo que pudiera contrarrestar el vuelco manifiesto hacia cambiar el rumbo de los ungidos al Palacio Liévano. La primera protesta la recogió Antanas, con su simbolismo y su despierta inteligencia, para luego darle paso a Lucho, el bacán, a Samuel, el perverso, a Petro, el falso profeta. Y luego a Claudia, la voz alzada, quien facilita el destrozo de la vida citadina con la inseguridad reinante.

¿Qué hacen los que no participan de esos encargos democráticos en los que tercamente se empecina la capital, sin haber logrado satisfacer sus carencias? Pues dividirse para darle paso de nuevo a la propuesta de maldecir un día de la policía para luego decir lo contrario, como en una narconovela. Para que busquen imponer en el distrito lo que no lograron en el congreso con las reformas a la salud. Para que la primera línea, financiada por el personaje con el fin de que se enfrentara a las fuerzas de policía, se convierta en acuciosa guardiana de la ausencia de seriedad en los planteamientos por una ciudad que de verdad progrese.

¡Así no, ala!

Ganar las elecciones en Bogotá debe ser la meta de la derecha y la centroderecha, para quienes no gustan de estar en lados definidos. Los Oviedos, los Galanes, los Laras y los Molanos, ambiciosos y confiados en pasar a segunda vuelta, que se estrena en la capital para elegir su mandatario, no se dan cuenta que la dispersión deja un sabor de derrota en la gente que los vota. Medirán egos, más que respaldos. Contabilizarán orgullos, más que votaciones.

Y desde el Caribe les digo: Ajá, ¿Y la ciudad y sus habitantes?

Nelson R. Amaya

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