¡QUE NOS ESTÁ PASANDO, POR DIOS!

La nuestra se está volviendo una época cada vez más difícil, en todos los órdenes. A medida que la población humana aumenta ¡y de qué manera! crecen también los problemas, algunos de ellos son bien fáciles de solucionar otros son menos y los más difíciles parecieran que no tuviesen desenlace satisfactorio.

Todos por la convulsión que suscitan tantos y tan heterogéneos hechos que se presentan en el diario discurrir de los humanos.  Vivimos una era muy acelerada. Para todo se necesita suficiente tiempo, y es precisamente el factor que menos nos alcanza para ejecutar nuestros planes, cualesquiera que estos sean.

Ya vemos aquí que también que también el avance de la tecnología en diversas áreas de la actividad humana, afecta de una u otra manera el diario de venir de los seres racionales.

Estamos enfrentados a un sistema de vida cada día más complicado y la verdad es que no estamos preparados para desenvolvernos frente a él, la inmensa mayoría seguimos actuando como hace diez, quince o veinte años atrás, sin detenernos a cavilar sobre el rezago que ello significa para llevar una vida ordenada, acorde con las circunstancias de una era cronológica agitada, esquiva.

Nada más patético en relación con las anteriores consideraciones que nuestro comportamiento con nuestros semejantes, Si bien los descontroles emocionales vienen desde la misma creación del universo, hoy no podemos sustraernos a la gran verdad de que nos estamos volviendo más agresivos, menos cordiales, más pedantes, menos comprensivos, más malévolos, menos humanos, más egoístas y menos complacientes.  Los buenos modales y las delicadas formas de tratar a los demás van quedando atrás y se están introduciendo en nuestro “modus vivendi”, conductas que denigran de la obra divina: El hombre.

Con mucha frecuencia todos los días, la gente saca a relucir comportamiento que muchas veces ni algunas especies animales asumen aun siendo lo que son actitudes tan disparatadas e intransigentes se dan a granel hoy en día en nosotros que sin caer en razón estamos colocando paulatinamente a quienes nos rodean al borde del desespero.  Estamos “contribuyendo” con nuestro mal genio, nuestros caprichos y demás defectos, a enfermar más a una población de por si enferma por tantos problemas sociales propios de la época vigente. Se nos ha olvidado pensar unos segundos antes de proceder.  Nos dejamos llevar por impetuosos impulsos internos – a veces externos -, para descargar con toda ira sobre los demás, la desazón que tengamos dentro.  Prestamos oídos sordos a los buenos consejos sobre la necesidad de mejorar las relaciones humanas, y por tanto sobre la urgencia de mejorar el mundo.

¡Qué tristeza! ¡Nos estamos aniquilando de la manera más cretinal! Porque no sabemos conducirnos, nos apartamos de hacer leves esfuerzos por cambiar nuestra forma de ser y de pensar. Oímos con insistencia a lagunas personas la expresión “Es que yo soy así, y no puedo cambiar”. Nada tan lastimero como eso, pues se trata de gente que se subestima, que vive en las tinieblas de la ignorancia.  Pero para esos seres hay infinitas fórmulas de liberación de sus satánicos comportamientos. Lo básico, creemos nosotros es que se tenga la voluntad de modificar nuestra conducta frente a los demás, en nuestras relaciones interpersonales. Desear que se opere un cambio sustancial, avizorando un copioso “botín” de resultados positivos. Después de actuar.  ¡Proceder al ir dejando de lado esas manifestaciones antihumanas, que denigran de nuestra condición de seres hechos a la “imagen y semejanza de Dios!

Tan fácil que es renunciar a la soberbia, al lenguaje de los golpes, al orgullo insensato, al capricho torturante y a tantas otras expresiones de atraso social.  Lo que a veces ocurre es que somos tan egoístas que siempre esperamos que sean los demás los que tomen la iniciativa, y comiencen a cambiar ellos primeros.  Es que para recibir hay que dar.  Y sin esa premisa tan sencilla nada que nos propongamos para mejorar nuestra vida podrá consolidarse en poco tiempo.

Reflexionemos, amigos lectores. No culpemos solamente al prójimo sin mirar que dentro de nosotros hay un cumulo de fallas que es urgente corregir. Por inclinar nuestra cabeza, y reconocer que hemos caído en una falla, no vamos a perder nuestra dignidad, ni ningún título, ni se nos escapará riqueza alguna, ni nada parecido.

De humanos es herrar, dicen popularmente como para justificar de cierto modo ese tipo de conductas censurables.  Sí, pero también es de humanos enmendar esas manifestaciones que no nos quedan nada bien si somos seres racionales. Ser más amables, más sencillos, debería ser una consigna universal entre los arquetipos de la máxima obra del Divino Creador.

 

Hermes Francisco Daza

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