En un mundo cada vez más incierto y desafiante, el liderazgo ha pasado de ser un atributo deseable a una necesidad crítica para la supervivencia y el desarrollo de los países y sus regiones. Las transformaciones globales—desde la revolución tecnológica, la automatización del trabajo, el ascenso de la inteligencia artificial, hasta las crisis climáticas que afectan a millones—demandan un liderazgo que no solo sea inclusivo y adaptativo, sino también profundamente comprometido con el bienestar de las sociedades. En este contexto, los líderes ya no pueden limitarse a gestionar el presente; deben tener la capacidad de anticipar el futuro, navegar en la incertidumbre y generar confianza en tiempos de cambio.
Colombia no es ajena a estas complejidades. Enfrentamos desafíos únicos que van desde el populismo y la polarización política, hasta una creciente desigualdad social y económica que afecta a millones de colombianos. A nivel gubernamental, hemos sido testigos de un liderazgo que, si bien ha buscado implementar cambios estructurales, a menudo se ve atrapado en la falta de coherencia y acción decidida. En muchas ocasiones, los discursos prometen grandes transformaciones, pero las políticas carecen de la solidez y ejecución necesarias para lograr resultados tangibles. Esta realidad deja a muchas regiones, como La Guajira, en una situación de vulnerabilidad constante.
En La Guajira, y en particular en su capital, Riohacha, la falta de un liderazgo visionario es evidente. A pesar de contar con recursos naturales y un patrimonio cultural invaluables, la región ha sido históricamente víctima de un abandono institucional que ha perpetuado la pobreza, el desempleo y una profunda desigualdad. La falta de acceso a servicios básicos, como agua potable y electricidad, así como la crisis en la gestión de residuos, son solo algunos de los síntomas de una región que carece de un liderazgo que piense más allá del corto plazo. Riohacha necesita líderes que no solo gestionen la emergencia diaria, sino que tengan la capacidad de transformar la ciudad en un modelo de desarrollo sostenible.
En este contexto, la celebración de los 70 años de Asocajas y su enfoque en el liderazgo ofrece una oportunidad invaluable para reflexionar sobre el tipo de liderazgo que necesitamos, no solo a nivel nacional, sino también en regiones como La Guajira. Es momento de preguntarnos: ¿qué tipo de líderes pueden guiar a Colombia y a sus regiones hacia un futuro más equitativo, sostenible y próspero?
La palabra “liderazgo” proviene de la capacidad de influir, guiar y, sobre todo, de ejercer poder. Pero el poder, en su origen latino posse, significa “ser capaz de”. Es decir, el liderazgo no debe entenderse únicamente como control, sino como la capacidad de generar cambios positivos. Los líderes en Colombia deben reconocer que su responsabilidad no es simplemente administrar, sino transformar, empoderar a las comunidades y movilizar recursos para el bienestar colectivo. El ejercicio de este tipo de poder exige una visión clara y un compromiso firme con el desarrollo de la sociedad.
Sin embargo, hoy enfrentamos una crisis global de liderazgo. El populismo, la polarización y la post-verdad son fenómenos que han erosionado la confianza en los líderes y han debilitado la democracia en muchas partes del mundo, como bien expone Moisés Naím en su libro La revancha de los poderosos. Colombia no ha sido inmune a estos problemas. Para revertir esta tendencia, el país necesita líderes capaces de superar estas trampas y construir puentes en lugar de divisiones. No se trata solo de gobernar con mano firme, sino de liderar con integridad y con una profunda conexión con las necesidades reales de la gente.
El liderazgo que requiere Colombia no puede ser simplemente reactivo. El Foro Económico Mundial ha señalado que los líderes del futuro deben estar preparados para enfrentar grandes retos, como la aceleración tecnológica, la sostenibilidad ambiental y la creciente desigualdad. Estos desafíos requieren un pensamiento crítico, una visión estratégica y una capacidad para influir socialmente. Los líderes del mañana deben ser no solo gestores eficientes, sino también visionarios que puedan inspirar a otros a ser agentes de cambio. Colombia, con su diversidad cultural y riqueza natural, tiene el potencial para producir líderes que marquen la diferencia, pero esto solo será posible si nuestras futuras generaciones son formadas en un liderazgo que integre valores éticos, capacidad de adaptación y un profundo compromiso con la transformación social.
El liderazgo público que necesita Colombia debe ser transformador, capaz de enfrentar las adversidades y, sobre todo, debe ser empático. El concepto africano de Ubuntu—“yo soy porque tú eres”—resume la idea de que un verdadero líder se reconoce en los demás, entendiendo que su éxito está intrínsecamente vinculado al bienestar colectivo. Este tipo de liderazgo no solo debe enfocarse en cumplir objetivos, sino en generar un impacto positivo en la sociedad. Un líder con estas cualidades es capaz de movilizar a las personas en torno a un propósito común, inspirando a otros a dar lo mejor de sí mismos.
Además, Colombia necesita líderes íntegros, auténticos y decididos a actuar con transparencia. La integridad en el liderazgo no es solo una cuestión de ética personal; es la base sobre la cual se construye la confianza pública. Sergio Fajardo, exalcalde y exgobernador, lo dejó claro durante el panel de Asocajas: la confianza no es algo que se compra ni se impone; se construye con una ecuación fundamental: consistencia y coherencia igual a confianza. Fajardo lo sabe por experiencia, ya que su gestión fue reconocida por su capacidad para generar confianza en las instituciones y en la ciudadanía. Este tipo de liderazgo, en el que las promesas se cumplen y las acciones corresponden a los valores que se predican, es el que Colombia y sus regiones necesitan desesperadamente.
En un país donde la desconfianza en las instituciones es alta, la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace es esencial. No basta con hacer discursos grandilocuentes o prometer reformas ambiciosas; los líderes deben ser consistentes y coherentes en su actuar diario, demostrando que sus decisiones están alineadas con los intereses colectivos y no con agendas personales o políticas. Esta es la clave para restaurar la confianza perdida entre la ciudadanía y sus gobernantes. Sin confianza, no hay liderazgo efectivo, y sin liderazgo confiable, no puede haber un desarrollo sostenible y equitativo.
La confianza se gana con el tiempo y con hechos, y su ausencia es un vacío que solo contribuye a la parálisis institucional y a la perpetuación de los problemas. Los líderes que Colombia necesita deben entender que la confianza es un pilar que sostiene el progreso, y que sin ella, cualquier iniciativa o proyecto está destinado a fracasar.
Para concluir, pensemos en un sembrador que, a pesar de las inclemencias del clima, continúa plantando sus semillas con fe en la cosecha. De igual manera, nuestros líderes deben seguir sembrando las semillas del cambio y del progreso, aun en tiempos de incertidumbre. Colombia necesita líderes que, como el sembrador, comprendan que el verdadero éxito no radica en las circunstancias, sino en la voluntad y el compromiso de hacer crecer algo mejor. La transformación de nuestro país y las regiones no vendrá de promesas vacías, sino de acciones concretas y de un liderazgo auténtico que inspire a las generaciones futuras.
Juana Cordero Moscote