RAMIRO CHOLES, SU RECORRIDO VITAL FRENTE AL PAPEL EN BLANCO

Querido maestro:

Hace un año iniciaste tu recorrido   desde las cálidas regiones de la historia en donde vivía, para llegar al rincón del universo en el que solo habitan las leyendas, debajo de la sombra frondosa y pródiga del árbol de la eternidad.

Hoy debes estar feliz, disfrutas de la compañía de la tranquilidad que sólo se encuentra en la Casa Paterna en donde eres halagado por el coro de la orquesta de los ángeles y contemplas sereno la bella sonrisa de tu hermosa hija a la que tanto querías volver a encontrar.

Hoy puedo recordarte de varias maneras con tu sólida imagen plasmada en los sedimentos de la memoria en donde perviven tu constante andar por nuestras calles inmodificables, tu eufórico trasegar por los pasillos de la maicaeridad y el alegre paso por las aulas de los colegios en donde estudiaste y enseñaste.

Te veo hoy sentado delante de un inmaculado cuaderno poblado por desafiantes hojas en blanco en las que intentas escribir las frases de un poema que te ha rogado durante tus noches de insomnio para que lo siembres en las páginas de la identidad local en forma de himno de esas decenas de miles de seres humanos que anhelan tener su semilla fecunda de cultura propia.

Suspiras y piensas ante la luz traslúcida que penetra por el vidrio opaco de la ventana, pero aún no consigues escoger la palabra ni la frase ideal entre todas las que se ofrecen para vestirse de gala en los versos iniciales del himno de Maicao.

Escribes algo con la punta de tu lápiz recién comprado en la librería de Mariano, pero te apresuras a borrarlo insatisfecho por la temprana germinación literaria que no es acorde con lo que deseas.

Te transportas por un momento a la Calle de la Reventazón en el barrio Arriba de Riohacha en donde naciste y escuchas asustado el grito lastimero y angustioso de un niño que está a punto de ahogarse en la inundación que ha provocado el repentino e incontenible aguacero.    La ensoñación te lleva a pedirle a Dios que alguien auxilie a esa frágil criatura de una muerte segura y cruel y es entonces cuando el cielo manda una brigada de rescate para salvar al pequeño de apenas unos meses de nacido.

Cuando el peligro pasa reaccionas agitado porque descubres que tú eres ese niño elegido por la divinidad, rescatado de las aguas cual Moisés de este lado del mar.

Vuelves a concentrarte en el papel en blanco y fijas tu imaginación en el suelo del desierto como quien busca la raíz profunda de tus convicciones y descubres las palabras dispuestas a enhebrarse en tu poesía germinal y te ves de frente con migrantes, iguaraya, San José, hijos, Maikou, agradecidos, atalaya.  ¿Por dónde vas a comenzar?

Quieres hablar de esa llanura extensa y amada, indómita y entregada a una inacabable vigilia de la cual brotan las primeras pinceladas de su desarrollo. Es así como el manantial de las ideas te regala tu primer renglón

“Oh Maicao, mi pampa querida

Centinela insomne frontera”

Estás iluminado y caminas a paso firme y la misma convicción con la que nos enseñabas a leer bien y a escribir mejor en las aulas agrestes pero amables del colegio San José o cuando decías tus discursos de graduación en las ceremonias de fin de año durante los tiempos de tu rectoría.

Vas bien y te imaginas que las estrellas te miran ahora para exigirte que no olvides a tus ahijados wayüu, la chicha de maíz y la leche cojosa que te prodigaban las manos laboriosas de ese pueblo intrépido que habita en ti desde la orilla de tu alma hasta los confines de tus nostalgias. Llevas de nuevo el lápiz al papel y escribes con tu mano firme las palabras que harán el merecido homenaje a tus compatriotas del pueblo más amado del mundo, al mundo y al cereal autóctono de la América indiana:

“Lo wayüu formaron tu nombre

Con la espiga imperial del maíz”

Vienen a tu memoria los días de la infancia en Riohacha, el avistamiento emocionante de barcos desde el muelle longilíneo te hace recordar  las hazañas del almirante Padilla en Trafalgar, Maracaibo y Cartagena… y su  triste final en los infiernos de la traición  pero el obturador de los recuerdos te avisa que desde muy pequeño te viniste a la tierra de la frontera a donde llegaste prendido de la mano de tu padre, colgado en las lianas de tu inocencia, cuando eras apenas un niño  eso sí con una vitalidad volcánica y el sueño de recorrer palmo a palmo la geografía del provenir. 

Recuerdas que al llegar pasaste por una plaza que hervía en el bullicio de su dulce mañana con voces variopintas arrebujadas con el crepitar de las brasas que preparaban el friche del medio día, todo eso acompañado por la música de fondo del poderoso tambor que incitaba a una pareja vestida de rojo en su danza de la ancestral en el ritmo de su melodía milenaria.

Cerraste los ojos y entonces supiste que tenías listas las bellas líneas que le abrían las puertas al resto de la oda a la tierra de tus amores:

 

“Bullicioso y pujante terruño

Del ensueño de mi edad primera

El vibrante ritual de tambores

Venturosos te anuncian llegar”

 

Pasaste de ver el mar undívago de Riohacha a contemplar las arenosas calles de un pueblo en donde esos tambores vibrantes te dieron la bienvenida y te adoptaron orgullosos como ciudadano de una patria chica  en donde vivirías libre como el viento y tendrías una férrea voluntad para luchar con tesón y fe, como los carboneros  de La Guajira Arriba y, entonces, tienes un nuevo motivo de apego terrígeno y le declaras tu amor a esa porción de mundo en donde conviven la iguaraya sicalíptica, la luna seductora y las manos tendidas.

Sin pensarlo más, escribes tu estrofa primigenia:

“Patria chica mía, con razón te llamo

Alabando así tu gran existencia

Con tesón y fe de carbonero clamo

Que perduren siempre lazos de querencia”

 

Y así, como si el aliento ángel te llevara la mano tu lápiz siguió adelante y escribes esos lindos versos, los que unificarían a los maicaeros alrededor de un símbolo perdurable, como lo fuiste tú mismo.

Gracias por tanto, mi maestro querido, hoy te miramos por las rendijas de la nostalgia y vemos tu sonrisa paternal y sublime dedicada a Hinírida, la que te abrazaba, te consentía, te derretía el corazón y era tu mezcla perfecta de noche guajirindia y de dulce mañana maicaera en el génesis de los tiempos.

Gracias maestro, disfruta de tu viaje.

Muchas gracias

 

Alejandro Rutto

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