RECULAR… ¿UNA PRÁCTICA DE GOBIERNO?

Finalmente vamos entendiendo de qué se trata el juego del Presidente Petro con respecto a su Gabinete de Ministros y sus equipos de gobierno más cercanos: les tiene allí para que le cuiden la espalda y le ayuden a salir vivo de las equivocaciones que comete día tras día, sin falta y sin el menor asomo de vergüenza. La pléyade de seguidores que le acompaña por los laberintos del gobierno debe estar atento para repetir sin desviaciones su retórica demencial empacada en una burda forma de discurso de Estado, con demasiada frecuencia cargado de elucubraciones y engaños que ni él mismo sabe interpretar correctamente. Pero sobre todo han de estar listos para recoger las “deposiciones” que va dejando el Presidente con una candidez que raya en la locura. Así como se vio en el reciente show televisado, al más puro estilo “chavista”, todo aquel que le responde de manera incondicional y oportuna se queda; los demás que le contradicen, le hacen ver sus errores, le llaman a la cordura, le recomiendan prudencia, le presentan alternativas más provechosas, por el bien del país y en beneficio de las instituciones y las gentes, todos ellos se van.     

Así es como parecen funcionar las cosas en Casa de Nariño. El Presidente no madruga, él va a su ritmo, nadie sabe a qué hora aparece en los espacios de trabajo y con qué idea –atravesada o no – salió de la ducha. Es un personaje totalmente impredecible y de allí su altísimo nivel de peligrosidad. Quienes le acompañan saben que todo día de trabajo se puede convertir en un desastre de un momento a otro, siendo así necesario estar todos preparados para seguirle el paso y ayudarle a corregir las equivocaciones.  Al final se trata de sacarlo bien de toda encrucijada.

Veamos, por ejemplo: al seguir su anhelo indómito de inmensidad y su propósito de hacerse sentir como estadista ejemplar en el contexto internacional, porque el nacional le pareció muy estrecho, se metió en una discusión suicida con el Gobierno de Israel a propósito del ataque alevoso que se llevó a cabo en la Franja de Gaza en contra de la comunidad Palestina. Para apalancar su postura, cortó relaciones con ese Gobierno y suspendió toda relación estratégica y comercial:  no más exportaciones de carbón; no más compras de armamento y equipos estratégicos; no más adquisiciones de productos fabricados en Israel. Como resultado, entre tantos posibles, la flota de aviones kfir de la Fuerza Aérea se quedó sin servicios de mantenimiento y repuestos. 

El Gobierno Nacional, muy diligente, aceleró conversaciones con otros países fabricantes de aviones de combate para reemplazar la flota israelí, y en ese plan aceptó coqueteos de Suecia- buenos amigos, pero no ingenuos-  y con Estados Unidos – el socio mayor en todo asunto de defensa-. Sin embargo, como quiera que es un tema que no se resuelve de un día para otro, se percató el Gobierno que el espacio aéreo colombiano ha quedado desprotegido y que es necesario tomar medidas concretas, tanto como para retomar conversaciones con Israel para poner la flota de aviones en servicio corriente. 

Ahí tenemos un ejemplo de lo que se llama recular, es decir, tener que dar marcha atrás en una decisión que se tomó “de berrinche” y que le puede estar costando al país la soberanía en el espacio aéreo, porque no es una tarea que se pueda hacer con cometas o con avioncitos de papel. Detrás de esta necesidad urgente se exige una delicadísima acción diplomática que obviamente no hará el Presidente, en virtud del nefasto antecedente de conducta con su homólogo israelí, a quien señaló de nazi, sino que le corresponderá al renovado equipo de Saravia en la Cancillería y al Ministerio de Defensa limpiar los daños y conseguir una solución. Les deseamos lo mejor.

Si fuese un solo caso, aislado y poco perturbador, no habría motivo para pensar en que el Gobierno Nacional no avance sereno en su gestión y el país pueda dormir tranquilo, pero no, no es así, porque más recientemente se metió en otra pelea que ha tenido efectos peor de desastrosos hasta donde van las cosas. Primero, declaró abierta y orgullosamente su terquedad frente a su homólogo norteamericano, que no es ningún angelito, desatando en él una cólera reprimida que le ha llevado a adoptar una serie de medidas extremas en contra de Colombia: suspender las ayudas estratégicas, aplicar sanciones comerciales, endurecer la política migratoria y acelerar las deportaciones de ilegales colombianos, en mucho impulsado por su espíritu agresivo y arrogante, cien veces más peligroso que el de Petro, pero también animado en esa animadversión que ha declarado  desde siempre contra los gobiernos de tendencia Socialista – acaso Progresista para decirlo mejor- que, según él, representan  un peligro para la estabilidad del Continente. Como si este caso de las sanciones no fuese suficientemente grave para el país, el Presidente Petro quiso dar un paso más adelante y afirmó en actitud igualmente grosera que “prefiere ser socialista que fascista”, como acusando a su homólogo de serlo, lo cual deja cazado un desafío ideológico que saca el enfrentamiento del nivel de jefes de estado y lo lleva al nivel completamente personal. Desde aquí, ninguno de los dos querrá verse ni en pintura y no cederán en su arrogancia, por lo tanto el problema, que podía resolverse entre dos jefes de Estado serenos y cuidadosos, tendrá que esperar mientras el país pagará los platos rotos. La dificultad radica en que ese tipo de personas, heridas en su ego y desafiadas en su vanidad, no cederán espacio frente a su ofensor y seguirán tomando decisiones mediadas por la pasión, más que por la razón, sin consideración de los males que pueden llegar a causar. 

Así están las cosas con los Estados Unidos, un país que tiene todos los elementos que Colombia debiera tener y necesita para poder seguir adelante en su proceso de desarrollo. El Presidente Trump adoptó una estrategia de “Autoritarismo Legal” para hacerse sentir, como tratando de dar a entender que hará uso del poder, de la fuerza y de los recursos económicos con que cuenta para imponerse en su país y en el exterior. Esa fue la visión que presentó en su campaña y no hay razón para pensar que no lo hará.

La suspensión de la ayuda estratégica, una de las medidas adoptadas por el Presidente Trump en medio de la crisis diplomática – acaso refriega-, tuvo efectos inmediatos en la operación antidrogas: los sesenta y tantos helicópteros black hawk que operan en Colombia se quedaron sin contrato de mantenimiento y en consecuencia no pueden moverse. Otra vez el país tiene que correr a buscar soluciones diplomáticas ante el Gobierno norteamericano para poder operar la flotilla clave en la lucha antidrogas. Otra vez la joven Canciller de veintinueve años deberá acudir a todos sus recursos para poder resolver el problema, a riesgo de que el Gobierno se vea obligado a debilitar peligrosamente la operación contra el intrincado aparato delincuencial del narcotráfico y el Presidente Petro tenga que pasar en agosto de 2026 por la absurda vergüenza de entregar el país totalmente vencido al respecto.  Es decir, en una situación peor de la que tenía el país al comenzar su Gobierno. En otras palabras, “una Paz Total” convertida en un “desastre total”.

El Presidente Petro, no sabemos si consciente de la gravedad o no, ha buscado sacudirse la coyuntura sin conseguirlo, al menos no por la vía que está usando, lo que implica que podrá venir cada vez un nuevo apretón en la coyunda que quiere imponer Trump. Ya tuvo que ceder una vez al respecto del traslado de repatriados, y tuvo que aceptar las condiciones porque de lo contrario el desastre hubiera sido descomunal. Tuvo que dar marcha atrás – “recular”, no lo olviden –  y quizás va a tener que hacerlo muchas veces más mientras el nuevo mandatario norteamericano esté en el poder y no logre saciar ese impulso revanchista que maduró luego de su derrota frente a Biden y que le carga de rencor para gobernar. Por eso no dudará en agredir a los demás. El Presidente Petro tendrá que entender finalmente que no saca nada de esa pelea, salvo satisfacción personal y aplausos de esa caterva de seguidores que anda por el país, mientras el costo real de todo ese “zafarrancho” lo sufre el país entero.

Recular no es algo perverso, o que carezca de sentido. Será necesario hacerlo cada vez que las acciones que se están ejecutando, en virtud de decisiones de política pública, no están conduciendo a resultados satisfactorios como se esperaban. Recular puede ser propio de sabios y de personas provistas de razón, y será en todo caso una acción sana cada vez que ha antecedido una equivocación. Lo cuestionable aquí es que no se reconozca la equivocación y se evada la responsabilidad de corregir. Pero será igualmente cuestionable que la acción de recular se torne en un mal hábito, porque significará que se están tomando decisiones mal consideradas y no suficientemente desarrolladas que hacen inevitable la necesidad de dar marcha atrás. Sería como justificar la obligación de tener siempre listas las salidas de emergencia porque nunca se sabe qué va a pasar.  

Ante el fracaso inminente de las reformas imaginadas y empeñadas por su Gobierno, hubiera sido bueno “recular” antes que permitir que se llegara al desastre en el Congreso, con todos los costos que ello representaba para su prestigio y popularidad. Sin embargo, se escuchó por todos los espacios de Gobierno que las reformas seguirían adelante su curso “costara lo que costara”. La tozudez del Presidente y algunos de sus ministros, animados estos en el deseo de congraciarse y permanecer en el cargo, indujo al Gobierno a persistir en la idea de reformar sin haber atendido convenientemente las realidades del país y sin calcular los escollos que debían enfrentarse en el Congreso: se sobreestimó el poder de la bancada gobiernista; se subestimó el poder de las bancadas de oposición. Al final, las iniciativas del Gobierno se vinieron abajo en asuntos tan vitales como la Reforma Tributaria, la Reforma a la Salud, la Reforma a la Educación, la Reforma Laboral…, lo cual da forma a un descalabro político nunca antes visto, nefasto para el partido de Gobierno y un desastre real para la Administración Petro.

Entonces se abre paso el tiempo más difícil de sobrellevar que es el de las revanchas y las venganzas. Por el fracaso de la Tributaria el país se quedó sin recursos económicos suficientes para cumplir las metas de Gobierno. En el reciente consejo de Ministros, que ahora se transmite por televisión como lo enseñara su mentor, el Comandante Hugo Chávez, el Presidente reconoció que de las casi doscientas promesas realizadas para su Gobierno no han llegado a la cuarta parte, lo cual da una idea clara del desastre que estamos anunciando.  Aun así, el Gobierno no ha iniciado ningún plan de choque para racionalizar el gasto interno, como recurso para paliar el tropiezo mientras se tramita alguna solución en el Congreso, y en cambio sí han comenzado circular amenazas al Congreso, como si los parlamentarios estuvieran obligados a corregirle el desorden y la ineptitud en la gestión.

Y es todavía más, porque ha ordenado al Ministerio de Hacienda retardar el giro de recursos que son compromiso de la Nación para los grandes proyectos de inversión que avanzan por todo el país, sobre todo en infraestructura: está el Metro de Bogotá, el tren regional de Cundinamarca, numerosas obras en los Departamentos y en los territorios. Al retener la contrapartida Nacional, que en general suele ser muy grande, habrá proyectos que se detienen y por consiguiente entran en condiciones de suspensión, lo cual derivará en billonarias demandas contra la Nación por las que habrá que responder. Ese es el costo que le corresponde asumir al país luego de una decisión como esa de no cumplir las obligaciones de la Nación, tomada de seguro en medio de alguna “pataleta” irresponsable. Ese es el castigo que el Presidente le hace a una Nación que se atreve a llevarle la contraria en su ejercicio demencial de gobierno, si es que cabe la palabra. No se puede ser más irresponsable.

Pero podía retroceder si quería salir bien librado.  Reconocer que las condiciones no estaban dadas y que las propuestas de reforma no estaban adecuadamente desarrolladas, hubiera sido una salida digna que hubiese abierto paso, quizás, a alternativas de diálogo y concertación que hubieran llevado a mejores resultados. Pero no sucedió de esa forma.  Tal como el país fue informado, el Gobierno se sirvió de recursos en efectivo producto de una práctica corrupta para inyectar por intermedio de las presidencias de Cámara y Senado sobornos que tenían el propósito de agregar voluntades parlamentarias a la causa gobiernista y conseguir aprobaciones de las reformas, pero se equivocó, la estrategia no le funcionó y en cambio sí dio lugar al más grande escándalo de corrupción que el país haya visto en tiempos recientes.  Todavía no terminan de caer culpables.

En vez de reconocer el error y recular – porque los ególatras no reculan-  el propio Presidente se dio por entero a una oleada de acusaciones e insultos contra quienes él llamó “la oposición”, señalándoles de ser responsables del fracaso. No fue capaz de reconocer que el error era enteramente suyo y que el Congreso – en buena hora independiente – hizo el trabajo de cuestionar y hundir lo que encontró que estaba mal y era inconveniente para el país. Sigue siendo una fortuna que el país funcione como un Estado que reconoce la independencia de los tres poderes, aunque para el Presidente Petro esa condición haya representado “una espina en parte noble”. ¿Es que nadie le advierte el peligro de hacer las cosas mal? Sí, probablemente sean los ministros que ya no están con él.  ¿Nadie le hace ver la realidad de las cosas?  Sí, probablemente los ministros y funcionarios que ya no están en el Gobierno.

Para alguien que está dominado por la vanidad personal, su tarea de gobernar no es una acción de servicio para beneficio de las gentes sino un ejercicio “salvador” en el que él es el único y principal ejecutor. Esa es la actitud mesiánica que domina a los personajes gobernados por su ego. No se ven y entienden de otra forma que corrigiendo todo lo que no se ajusta a su forma de pensar, así es que no se satisfacen con lo que se encuentra bien sino tratando de cambiar lo que no va con su gusto y su voluntad. Nunca reconocerán su error al actuar y por ende nunca verán la necesidad de corregir y “recular”. Esa dura y a veces sucia y dolorosa tarea de corregir y recomponer los daños le corresponde a quienes están allí para limpiar. El trabajo de reparación y limpieza que va a dejar el Presidente Petro será inmenso.

 

Arturo Moncaleano Archila

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