Una serie de hechos recientes alertan sobre el derrumbamiento de la primera potencia mundial: Estados Unidos. Las conjeturas sobre el desmoronamiento del último gran imperio, la gran potencia occidental emergida de la segunda guerra mundial, no solo relatan el declive económico y tecnológico. Paralelamente esbozan pinceladas sobre su degradación moral, ética, cultural, institucional, etc. El declive económico y tecnológico no obsta para la coexistencia del aumento de riqueza de los superricos y el incremento de la desigualdad de ingresos. Frenándose así una tendencia progresiva que tuvo su mayor vigor hasta principios de la década de los años 70 del siglo pasado, lo que condujo a una pretérita tendencia de distribución igualitaria del ingreso como consecuencia del enorme crecimiento económico que, posteriormente a partir de 1980 se ralentizó y gradualmente comenzó a concentrarse en los niveles más altos. Esta tendencia coincide cronológicamente con la reorientación y fortalecimiento ideológico hacia el conservadurismo.
La ascensión de gobiernos republicanos cada vez más definidos partidariamente, decididos a imponer sus prioridades ideológicas y de política económica y la consecuente llegada a cargos claves y determinantes de ´personajes con clara orientación pro rico, han aportado su cuota en ese propósito. Sumémosle el control de la Corte Suprema de Justicia por magistrados de línea conservadora y retrógrada.
Esa sumatoria de factores refleja el deterioro de lo que llegó a ser la más preciada oferta de la sociedad gringa: el sueño americano que, inducia a oleadas- aun lo hace a pesar de todo- de inmigrantes del mundo entero, entre los cuales los latinos contribuimos con un enorme contingente. Gradualmente está dejando de ser ese floreciente y atractivo modelo capitalista. Reputados analistas de esa gran nación, en particular ANNE CASE y ANGUS DEATON describen con crudeza y denominan como “capitalismo asesino” al modelo norteamericano imperante y que está conduciendo a dicha sociedad a un estado de desesperanza colectiva, sobre todo a los ciudadanos con menor formación académica.
A ese modelo decadente JEFFREY D SACH le atribuye su origen en la guerra de clases incentivada por los intereses corporativos que se mueven en WASHINGTONG. La eliminación de los topes de aportes a las campañas políticas ha propiciado un incesante lobby en el Capitolio norteamericano en el que los grandes contribuyentes de campañas políticas acuden a reclamar y recoger frutos del financiamiento electoral.
Otro factor incidente en el deterioro de la sociedad norteamericana ha sido paradójicamente su absoluta diversidad. En esa diversidad descansa buena parte de su desmembramiento: el odio racial, cultural y de clases se ha acentuado a niveles insospechados. Lo que traduce en la destrucción del tejido social. Desaparición gradual de los principios de solidaridad social. Se asiste en la actualidad a un aumento de las “muertes por desesperanza”, retroalimentadas a su vez por el excesivo consumo de drogas, de alcohol y los suicidios, estos tres factores ocasionan más de 170.000 muertes anuales en esa nación. La más alta proporción tienen origen en sobre dosis, la inmensa mayoría de esas muertes afectan a la clase trabajadora con escasa formación académica. No esta demás decir que Estados Unidos es el mayor consumidor de drogas en el planeta. En ese uso excesivo de drogas están incluidas tanto las ilegales como las legales.
Por otro lado, el incremento en los suicidios ocurre a contrario sensu de lo que acontece en Europa, en la propia Rusia y en Japón; en estas tres regiones geográficas es palpable una fuerte disminución de la tasa de suicidios. Otra divergencia con reputados estudios que situaban a la mayoría de suicidas europeos en un rango de personas con alto nivel de formación, en Estados Unidos el porcentaje más alto se encuentra en individuos sin un grado de licenciatura. Están aumentando simultáneamente los malos comportamientos, que algunos denominan comportamientos disruptivos lo que se refleja en el incremento de crímenes de odio.
Este cuadro catastrófico permitió el acceso al poder de un energúmeno cuyo único mérito es haber acumulado controversialmente una fuerte suma de dinero en el negocio de bienes raíces; tristemente célebre por su infinidad de declaraciones absurdas y discriminatorias; y lo peor aún es que tal como pintan las cosas para el actual Presidente, es factible que Trump o un extravagante similar retornen al poder en ese país. No perdamos de vista que gran parte del electorado inclinado hacia Trump corresponde a personas con bajos niveles educativos. En alguna columna pretérita habíamos aludido semejanzas entre el electorado afín a Trump en Estados Unidos y el afín con el uribismo en Colombia; en ambos casos prevalece un electorado con fuerte arraigo rural, estrechos vínculos con distintas iglesias y desafortunadamente con bajos niveles educativos promedio.
El asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 marcó un hito sin precedentes en la política estadounidense. La toma del Capitolio por parte de una turba de insensatos, aupados por el populista e inefable Trump ha sido tal vez la mayor demostración ante el mundo exterior de la decadencia de la gran potencia americana. Ese acto inaudito ha generado impactos tanto en lo interno como en lo externo, dejó mal parada a los gringos en su imagen de estabilidad, poderío y fortaleza democrática en el ámbito de su influencia mundial. Ese suceso es fruto de décadas de declinación del modelo estadounidense. El Florero de Llorente está relacionado absolutamente con el desconocimiento y la impugnación espuria y descabellada de los resultados electorales por parte de Trump, tal como posteriormente ocurrió en el Perú con la hija del tristemente célebre exdictador Fujimori.
Los dos ejemplos aludidos de desconocimiento e impugnación del veredicto popular en las urnas pudiesen presagiar un pésimo antecedente a imitar por quienes ostentan el poder en Colombia y la consideran un “coto de caza cerrado” destinado exclusivamente a su usufructo.
La caída de los imperios es gestada en gran medida por el deterioro de circunstancias locales; como se define conceptualmente en el lenguaje marxista, los imperios y consecuentes potencias contienen en su interior las fuerzas y el germen de su propia destrucción. Ocurrió con los imperios romano, otomano mongol, español, británico y ahora le corresponde el turno al hasta hace poco omnipotente imperio norteamericano.
La evidencia de la crisis trasciende al plano del papel de Estado Unidos en su compromiso y responsabilidad con los temas ambientales, y es que a pesar de ser después de China el segundo mayor emisor de gases de efecto invernadero, durante el gobierno de Trump se retiró del Protocolo de Kioto. Afortunadamente Biden enderezó el camino, pero el compromiso como nación, continúa siendo precario ante el catastrófico anunciado cambio climático.
En Colombia guardadas las proporciones se viven circunstancias similares en términos de ruptura del Pacto Social, crece la desigualdad, al igual que en EEUU, la corrupción está alcanzando ritmos galopantes. La regresividad en materia tributaria es un fenómeno parecido aquí y allá. En el caso local, por lo menos se pronostica una derrota de sectores políticos asimilables a la experiencia gringa, probablemente sufrirán un estruendoso descalabro en las próximas elecciones. Pero no deja de inquietar y preocupar que un candidato que encarna comportamientos cavernarios, machistas y con una alta dosis de violencia no solo en sus exhortaciones sino en sus hechos, alcance cifras en las encuestas más recientes por encima de los dos dígitos. Refleja una sociedad descompuesta, desesperada y desorientada, y cuyo patrimonio paternalista y caudillista la lleve a pensar que la solución está en manos de un individuo que encarna tantos antivalores.
José Luis Arredondo Mejía