SE NOS FUÉ LA TEJEDORA DE SUEÑOS

“Vida, nada me debes. Vida estamos en paz”

Amado Nervo

 

Una vez más nos embarga la tristeza, la nostalgia, la pesadumbre, por la temprana partida de un ser entrañable y querido para nosotros sus hermanos, sus hermanas Carmen, su esposo Alexi Sabino, sus hijos Amilcar, Evaristo, Alexis, Vanessa, Blanca e Ixela y todo su entorno familiar, como lo fue en vida y seguirá siéndolo en su ausencia terrenal Cecilia. Primero fueron dos primos, José Vicente y Edgar, luego nuestra prima Melis y ahora ella. Batalló durante un mes largo contra el letal COVID – 19, aferrada a la vida, una vida consagrada a las artesanías, a la cultura y las tradiciones del pueblo Wayüu, del cual era una exponente excepcional.

Según el Papa Francisco “la muerte es como un agujero vacío que se abre en la vida de las familias”, pero en este caso se ha abierto una tronera por el vacío inmenso que nos deja a todos cuantos la apreciamos, la valoramos y sobre todo por su liderazgo tanto como Artesana, Maestra y sobre todo como Autoridad tradicional en su Resguardo Iwouyaa, situado en las goteras de Riohacha, en el territorio ancestral El paraíso.

Cecilia se cuenta entre las pioneras en La guajira en incursionar en el etnoturismo, su ranchería  y su hostal en Mayapo se convirtieron en un polo de atracción de los turistas, en un referente, pues ella, con la asistencia de su hija Vanessa, no se limitaba a mostrar y exponer sus artesanías, sino que quienes la visitaban tenían la oportunidad de degustar las delicias de la gastronomía autóctona, hacer la siesta en los chinchorros “paleteados” por ella y su comunidad y no podía faltar la narrativa en torno a sus usos y costumbres, así como sus tradiciones, propias de su cultura milenaria.

Ramón del Valle-Inclán dijo que sólo “mueren aquellos que olvidamos”, pero Ceci será imposible de olvidar, porque, como ella misma dijo “cada pieza que tejemos tiene una historia, tiene nuestro pensamiento, tiene una parte de nosotros”. Bien dijo ella, “tejemos sueños, mostramos lo que vivimos”. De manera que ella deja tras de sí un legado que la trasciende y perdurará no sólo en sus obras de arte que exhibió y promovió en cuanta Feria artesanal había, las cuales llevó además allende nuestras fronteras. Hasta a Europa viajó, contando con el apoyo y el auspicio de Artesanías de Colombia, que siempre vio en ella una de las más caracterizadas exponentes de las artesanías. Cecilia, además de capacitarse ella, le transmitió todos sus saberes, habilidades, conocimientos y experticia a su hija Vanessa, la formó a su imagen y semejanza. Sobre ella, entonces, recae la responsabilidad de preservar, conservar y cultivar ese gran legado.

Su altruismo y su vocación de servicio la llevaron a trabajar a brazo partido, codo a codo, con las demás artesanas para enseñar y entrenar a otras, a propender por la mejora y la variedad de sus tejidos, a organizarlas para reivindicar sus derechos cuando estos eran conculcados. Y ello dio sus frutos, entre ellos uno de los más preponderantes y representativos fue lograr la denominación de origen para las artesanías Wayüu, como una forma de proteger y defender su autenticidad y enfrentar el plagio de los avivatos.

Pero, dejemos que sea ella misma quien nos hable de “lo que representa el pueblo Wayüu en el compás de su tejido”, en un bello y muy bien logrado reportaje para el Diario del Norte por parte de Beatríz Meza Mejía y publicado en su edición del 21 de octubre de 2020

Amylkar D. Acosta M

www.amylkaracosta.net 

ANEXO

CECILIA ACOSTA MUESTRA LO QUE REPRESENTA EL PUEBLO WAYÜU EN EL COMPÁS DE SU TEJIDO

Beatríz Meza Mejía, para el Diario del Norte (21 de octubre de 2020)

Su liderazgo lo lleva en la sangre. Cuando uno conversa con Cecilia Acosta encuentra que, más allá de la maestra tejedora que es, hay en su ser el ansia de servir, de convocar.

Esta indígena wayuú, de 53 años, vive en la comunidad de Iwouyaa, ubicada en el territorio ancestral El Paraíso, en zona rural, a 17 kilómetros de Riohacha. Allí habitan 17 familias, que viven de la agricultura, el pastoreo y la tejeduría. En esas tierras secas, abrazadas por el sol y las noches de estrellas, se habla la lengua original, wayuúnaiki, que se ha tratado de preservar, sintiendo un respeto profundo por una memoria muy viva. Incluso, en la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco, está el Sistema Normativo Wayuú, aplicado a la figura del palabrero.

Cecilia, como la autoridad tradicional de El Paraíso, lleva un gran peso en sus hombros, aun así, le queda tiempo para tejer y atender a su pueblo en sus grandes y pequeñas necesidades. “Hemos venido haciendo un trabajo con las familias de diferentes comunidades buscando una mejor condición de vida desde el tejido”, dice.

Por tradición, explica, las mujeres wayuú son tejedoras: “Desde muy pequeñas aprendemos el tejido y mantenemos esa cultura mientras no se tenga dificultad con la visión ni con las manos, porque muchas terminan con artrosis. Tejemos sueños, mostramos lo que vivimos. Para crear esa belleza lo hacemos con sentimiento”. Y por eso, dice, cuando alguien adquiere uno de esos tejidos, se lleva “una partecita de uno, porque ahí va el pensamiento, el sentir”.

Su madre le enseñó a tejer. Ella era maestra de maestras. Y líder. “Era una tejedora muy fuerte, conocía todas las técnicas del tejido wayuú. Siempre estuvo dedicada a la tejeduría. Como ella, yo aprendí desde pequeña y no solamente con mi madre, también tuve la oportunidad de pasar por un internado indígena, donde nos enseñaban ese arte para hoy en día transmitir esos conocimientos a las nuevas generaciones”.

Relata Cecilia que cuando las niñas tienen su primer período, las encierran en un rancho totalmente cubierto al que solo entra su maestra, que puede ser la madre o la abuela. “Al inicio, esa niña recibe una purificación (…). A partir de tres días, empieza el proceso de aprendizaje. Lo primero que nosotros hacemos es colocar una cantidad de algodón para que ella pueda aprender a hilar (…).  Se empieza por una mochila, por los cordones, por el paleteado; siguen los chinchorros, en las diferentes técnicas, y todo eso lo hace dentro del encierro”. Sus maestras no solo le enseñan a tejer, también le indican lo que significa ser una mujer wayuú. El aprendizaje puede durar meses o años.

Hay un caso especial y es el de su madre, Ángela Pimienta, que duró siete años encerrada. Tanto es que al inicio de cada año le cortaban el cabello y con él fue haciendo un cordón grueso que alcanzó a medir nueve metros y medio. “Ella empezó a cultivarse más y más y se le fue el tiempo. No quería salir, cuando la querían sacar, ella se quedaba. Cuando empezó a hacer las mantas fúnebres, se las cambiaban a mi abuela por reses, porque en ese tiempo no se manejaba el dinero. Ella era la única persona que lo hacía en esa zona. Hoy en día nadie lo hace”.

Y esta madre, quien también fue autoridad tradicional de la comunidad, dejó su conocimiento no solamente en su familia, sino en todas aquellas personas que quisieron aprender con ella. Nada egoísta, fue abierta en la transmisión de ese saber.

Cecilia siente que, a pesar de los cambios en los nuevos tiempos, hay mucha apropiación entre la juventud, precisamente, porque las mujeres mayores han logrado compartir esos saberes, enfatizando en la necesidad de conservar las tradiciones y la identidad.

Hoy, la economía wayuú está representada en su tejeduría. Incluso, los hombres han comenzado a tejer, lo que ha implicado un cambio en las costumbres, porque antes era un asunto exclusivamente femenino. “Y ellos lo están haciendo muy bien”, afirma Cecilia, maestra de maestras que ha sido reconocida en numerosas ocasiones por su trabajo.

EL KANASÜ

Kanasü, en su lengua, significa diseño. Cada una de esas geometrías que aparecen en mochilas, mantas, chinchorros, tienen un sentido estético y simbólico. Hay un kanasü que lleva el nombre de la comunidad, Iwouyaa, que significa “la estrella que anuncia la llegada de las lluvias”. Este es un conocimiento colectivo del pueblo wayuú. Son diseños propios y los mismos nombres recorren la Alta y Media Guajira. Grafías que vienen desde la araña tejedora Wale’ Kerü, la primera, la que inició los caminos del tejido.

Cecilia estudió Operación de Programas Turísticos en el Sena. Y fue pionera cuando abrió las puertas de su comunidad para mostrar la auténtica expresión cultural y étnica a través de un programa de Etnoturismo. Inicialmente, les dio susto, era arriesgado. Incluso, su madre se opuso por el impacto negativo que podía tener la presencia de extraños en la ranchería. “La verdad, el impacto ha sido positivo, los jóvenes se sienten orgullosos de mostrar lo que somos y han tomado conciencia sobre el valor de preservar las tradiciones”. Incluso, fundó una institución etnoeducativa con énfasis en el etnoturismo para jóvenes universitarios. Tiene once sedes y en ella trabajan tres de sus seis hijos. “Queremos que esto ayude a generar ingresos a través de un turismo responsable”.

RECONOCIMIENTO A SU ARTE

Como autoridad tradicional del territorio ancestral El Paraíso, cargo que heredó hace seis años, cuando su madre murió, Cecilia ha liderado numerosas acciones para el reconocimiento y respeto de las tierras, pero por alzar la voz en defensa del pueblo wayuú, ha recibido amenazas y ha necesitado protección. Ella es clara cuando afirma que las nuevas generaciones deben estudiar, es importante que tengan educación para que se proyecten y tengan argumentos en momentos de posibles conflictos.

Además, pertenece a la Federación Nacional de Artesanas Wayuú, integrada por diez organizaciones. Desde ahí, se realizan proyectos de largo aliento, no solo en el cumplimiento de pedidos especiales relacionados con la tejeduría, como la cocreación que realizaron con la empresa Toto, sino que se lucha para que se les reconozca el derecho de autor de sus trabajos, pues ha habido plagios. Por eso es tan importante la Denominación de Origen otorgada a la tejeduría wayuú en 2011. Y han tenido la compañía de Artesanías de Colombia que ha ayudado a fortalecer su presencia en las ferias y ha apoyado la capacitación.

Con todas sus responsabilidades, Cecilia Acosta sigue tejiendo. Sus obras se reconocen por la textura, por la finura de su tejido. Ya han dejado de trabajar con el algodón natural, ahora sus hilos son acrílicos, sin embargo, han conseguido excelentes proveedores, explica Cecilia, quien señala que, si bien la mayor parte del trabajo es manual, con aguja croché, para tejidos grandes como los chinchorros y las mantas, usan el telar vertical. Además, en tejido peyón realizan tapices y cojines, entre otros, en una técnica totalmente distinta y con una aguja especial que fabrican en la ranchería.

“La fuerza está en nosotros”, concluye esta tejedora, quien sabe que desde lo local cada vez se hacen más universales. No en vano, constantemente les hacen pedidos o participan en cocreaciones con diseñadores de otras ciudades del país.

“Ser wayuú es saber el origen, es saber de dónde vengo y hacia dónde voy. Ser wayuú para mí es ser una mujer con un enfoque diferencial”, dice Cecilia Acosta, orgullosa de sus ancestros y de ese habitar tierras infinitas, un territorio sagrado que respeta en su inmensidad. Ama tejer, ama su trabajo social. Ama ser heredera de Wale’ Kerü, esa primera tejedora que les dio el influjo de su ser interior.

Es de mencionar que entre el 29 de octubre y el 2 de noviembre se llevará a cabo ‘Expoartesano La Memoria’, la segunda vitrina comercial más importante para los artesanos del país y en esta XI edición, que se podrá disfrutar a través de www.expoartesano.com.co tendrá en su muestra comercial más de 3.000 referencias de 300 artesanos de toda Colombia. Cecilia Acosta es una de ellos y representa a los artesanos wayuú de La Guajira.

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